San Martín de Jálama no existe, no lo busquen en los mapas antiguos ni en los modernos. No obstante, el compuesto es perfectamente vinculante cuando hablamos del ultimísimo rincón del noroeste de Extremadura. El orónimo esdrújulo, por una parte, remite a los ecos más antiguos del poblamiento en Sierra de Gata, a antes de Roma, al nombre de una divinidad que marcó para siempre la sacralidad de una montaña que ronda los 1.500 metros de altitud. El santo, por otra parte, alude al siglo XII, al momento en el que el cristianismo leonés se asomaba al sur del Sistema Central. La simbiosis entre lo más ancestral y lo más plenomedieval es lo que mejor caracteriza a San Martín de Trevejo, que así es como se ha llamado siempre.
Lo de Trevejo también nos habla de aquellos tiempos en que la Transierra del Reino de León se conformaba como tierra de señores y/o de comendadores, en este caso la Orden de San Juan del Hospital, cuya sede de encomienda se hallaba en la cercana fortaleza de Trevejo, hoy pedanía de Villamiel. Como curiosidad, San Martín aparece en alguna que otra reliquia cartográfica apellidada como “de los Vinos”, sin duda por la merecida fama que alcanzaron sus caldos, pero nunca fue su nomenclatura oficial, pese a lo que se ha creído en algunos foros. Lo de San Martín, en fin, muy posiblemente tenga que ver con la devoción al obispo de Tours que muchos francos expandieron por el noroeste ibérico, muy particularmente en el limítrofe territorio salmantino, donde arraigó una jerarquía eclesiástica y nobiliaria procedente allende Pirineos, que repobló la ciudad del Tormes e implantó leyendas y tradiciones en comarcas como la Sierra de Francia. Es comprensible, por ende, que sus influencias trasvasaran las serranías.
Las huellas más remotas de San Martín, más allá de Jálama, nos habla de sociedades que plasmaban su panoplia militar o de prestigio en estelas, llamadas de guerrero -tan características de la prehistoria extremeña-, uno de cuyos ejemplos se muestra hoy en el zaguán del edificio donde se encuentra la oficina de turismo mañega. Del periodo antiguo y tardoantiguo son numerosos los indicios de yacimientos que recoge Miguel García de Figuerola en su estudio sobre Arqueología romana y altomedieval de la Sierra de Gata, entre los que destacan los del entorno de la Dehesa de Torrelamata. También la tradición ha etiquetado de romana la calzada que, atravesando el pueblo, sube hacia el Puerto de Santa Clara. Teniendo sentido que una vía secundaria comunicara la zona occidental serragatina con la meseta por dicho puerto, los restos visibles actuales, sin embargo, no cabe remontarlos tantos siglos atrás.
Continuó el trasiego de pastores por el puerto y se incrementó la dedicación agrícola una vez que la inseguridad fronteriza remitió, con una apuesta firme por la vid y el olivo, por su transformación en vino y aceite y con su intercambio comercial para con la submeseta norte, de donde se obtenía trigo y cereal. La cercanía del reino portugués también traería consecuencias positivas en épocas de expansión económica, pero negativas en tiempo de guerras. El bandolerismo y el contrabando se harían inherentes a la comarca durante siglos. Dos hechos marcaron la Baja Edad Media: la creación del convento franciscano de San Miguel y las fechorías de Hernán Centeno. El primero supuso, entre otras cosas, abrir algo de luz cultural en esta esquina altoextremeña hasta la desamortización decimonónica. El segundo se aprovechó de la inestabilidad política anterior a los Reyes Católicos para subyugar a los paisanos desde el enigmático castillo de Rapapelo y las graníticas cumbres que vigilan el valle del Erjas aún se conocen como As torris de Fernán Centenu.
El siglo siguiente, sin embargo, será de signo contrario para San Martín de Trevejo. La guerra de Portugal (1640-1668) causará estragos en la población y en el urbanismo local. Tras un ataque y ocupación llevado a efecto por las tropas portuguesas en 1642, parte de la villa quedó destruida, entre ello, su iglesia parroquial. En 1653-54 se erigió un nuevo templo en honor a San Martín, muy sencillo y en una ubicación distinta de la anterior parroquia. También se hizo necesario la construcción de un fuerte al oeste de la villa que resistiera futuros ataques enemigos, aún inconcluso en 1667 y del que tan solo queda el recuerdo del nomenclátor de una calle. Con la independencia de Portugal terminó un tiempo de unión ibérica que debió ser manifiestamente positivo para las zonas rayanas en términos de relaciones sociales y económicas.
Pese a la pérdida de la cabecera administrativa comarcal, la villa vivió un periodo de relativo esplendor durante la segunda mitad de la centuria decimonónica. De entonces datan algunas de las casas más notables de San Martín, como la de los Ojesto o la de los Santos Agero, cuyas paredes custodian una gran parte de la historia mañega. Ambas casonas fueron hospedaje de grandes figuras intelectuales que se acercaron ao lugal para investigar la modalidad lingüística del valle del Erjas, o de Xálima. Sin ninguna duda, es la fala uno de los mayores tesoros de Extremadura y de la Raya toda. Y habrá de ser uno de los pilares culturales sobre los que se construya el futuro.
Pero San Martín es muchísimo más. Estamos hablando de uno de los pueblos que mejor ha sabido conservar la arquitectura popular entramada, con detalles singulares como las caras talladas en los tozones o los signos de oficios en algún que otro dintel pétreo. La común vivienda rezuma humildad en su granito de la planta baja, en la madera de castaño y su adobe de la planta intermedia, en el sobrao y en los balcones. El agua baila por algunas calles al son de las regateras y todo el pueblo huele al viñu de pichorra que desprenden las bodegas. ¡Ay as boigas! Dicen que visitar San Martín el día de San Martín es una experiencia muy enológica…
Sin embargo, falta revalorizar la villa, como tantas otras, en sentido cultural. Se echa en falta un espacio museístico que dinamice la sociedad de esta parte de la Sierra de Gata y que exponga la gran cantidad de restos arqueológicos de existentes y que su propia Historia sirva como guía. Los chozos/zahurdones son también importantísimos recursos que yacen olvidados por todo el valle y sobre los que es preciso actuar. El centro de investigación de la fala, por supuesto, es igualmente urgente, independientemente del pueblo donde se ubique. As torris de Fernán Centenu, os Agüelus do Castañal i Xálima vigilan a San Martín, expectantes, a que retome el papel protagonista que tuvo en otro tiempo. Intentaremos aportar nuestro granino. Por Jálama y por Domingo Frades.
Juan Rebollo Bote