En la Baja Edad Media, San Juan de Mascoras, o Sant Ivannes -hoy Santibáñez el Alto-, capitalizaba una encomienda de la Orden de Alcántara que abarcaba un enorme territorio coincidente con gran parte de la mitad oriental de la comarca extremeña de Sierra de Gata. La altiva posición de su fortaleza, antes bastión andalusí de la frontera con los cristianos, posibilitaba el control de las sierras, llanuras y calzadas que median entre Coria y las áreas suroestes de la cuenca del Duero. Avanzado el tiempo, sin embargo, el contexto territorial y político cambió y Santibáñez cedió progresivamente su predominio comarcal a la cercana villa de Gata. La decadencia se apoderó del enclave y su castillo acusó ruina. Hasta hoy. Pese a ello, un halo de esperanza se cierne sobre este pueblo de apenas cuatro centenares de habitantes gracias a la apuesta por la reivindicación de su papel histórico y por la revalorización de su patrimonio.
Recopilar y recuperar la Historia y las historias se ha convertido en el mayor afán de muchos alcaldes y demás paisanos de pequeños pueblos españoles y portugueses de un tiempo a esta parte. Pablo Iglesias Ordóñez es el ejemplo de ello en Hernán Pérez, quien ha apostado decididamente por aunar investigación académica, socialización y compromiso rural con el proyecto arqueológico del dolmen de Pradocastaño. Rubén Francisco González, alcalde de Santibáñez, sigue la estela de la localidad vecina con la revalorización del castillo santibañejo y con la inclusión del pueblo en la Red de Aldeas Históricas serragatinas y hurdanas que acaba de ponerse en marcha.
Aunque algunos eruditos clásicos fijaron el siglo IX como origen de la fortaleza, ni la documentación histórica ni la arqueológica corroboran, de momento, aquella data. La leyenda -enmarcada en la tradición carolingia- que habla de la fundación de un supuesto convento por la condesa Teodosinda, no tiene visos de veracidad. Tres únicas certezas podemos considerar para estos momentos primigenios: que la historia santibañeja va intrínsecamente ligada a la cauriense; que existe toponimia árabe en la documentación (Mezquiella, Mazarrón, Mascoras); y que la inscripción hallada en el aljibe del castillo remite a la etapa almohade y subraya la presencia islámica.
Pero el castillo santibañejo siempre se mantuvo como referencia militar de esta comarca fronteriza. En el siglo XVI se acometieron reformas que permitieron resistir mejor las guerras que sucedieron. En el XVIII, por el contrario, se menciona la fortaleza ya como abandonada. En los siglos contemporáneos, un coso taurino y numerosas casas ocuparon el primer recinto castrense, un cementerio se instaló en el patio de armas y un depósito de aguas se construyó en el lugar en el que en otro tiempo se erigía la torre del Homenaje. La decadencia sumió en el olvido la relevancia histórica de Santibáñez, relegado a un segundo plano en el contexto serragatino de las últimas centurias. El deterioro ha campado a sus anchas por la que fuera la fortaleza principal -junto a Trevejo- de esta esquina altoextremeña ocultando detalles patrimoniales que, sin embargo, están a punto de volver a relucir gracias al trabajo de sus habitantes más voluntariosos.
Santibáñez el Alto no cae de paso, tiene cuestas y todavía no está preparado para recibir muchos visitantes. Es escasa la oferta de restauración, hay pocos aparcamientos y algunas calles adolecen de un mínimo cuidado estético. Ahí reside, ciertamente, parte de su sabor agridulce. Pero está resucitando. Los restos óseos de quienes se enterraron en el patio de armas del castillo hasta los años 80, ya han sido trasladados al cementerio nuevo. los lienzos que estaban a punto de venirse abajo, ya están consolidándose. Lo que hoy son andamios, mañana serán relucientes paños de la fortaleza. La población está tomando conciencia de la importancia de su patrimonio para no morir por vaciamiento. Rubén, como Pablo en Hernán Pérez, está a la cabeza del resurgir de Mascoras, nombre, por cierto, que tendría que rescatarse. Un dibujo en forma de cruz que precede a la inscripción del aljibe podría tomarse como símbolo del nuevo Santibáñez. Este pueblo tiene pasado y futuro.
Juan Rebollo Bote