Ha llegado a mis manos el libro Claudio Sánchez-Albornoz, embajador de España en Portugal (1995), donde se recogen textos de varios autores y, especialmente, documentación proveniente de varios archivos, incluyendo textos de su puño y letra. El historiador Sánchez Albornoz (1893-1984), poco dado a incorporar una visión antropológica a su perspectiva, fue embajador en Lisboa de mayo a octubre de 1936, por tanto, estaba en Lisboa cuando se produjo el golpe militar y la posterior guerra civil. Lusófilo e iberista, Albornoz había desarrollado, dos décadas antes de ser embajador, una importante investigación en el archivo lisboeta de la Torre do Pombo que se traduciría en el libro de 1920: La curia regia portuguesa. Además, su primera esposa Concepción Aboín tenía origen portugués. Por todo ello, tenía un alto interés y conocimiento de Portugal, así como varios amigos portugueses.
La misión diplomática de Albornoz era muy complicada porque António de Oliveira Salazar veía a la II República (con excepción del bienio negro) como un nido de federalistas ibéricos y una fuente de desestabilización interna por la simpatía que causaba, por la libertad de expresión y por la protección que ofrecía a sus opositores. Por ello, Salazar apoyará desde el minuto uno la sublevación, facilitando al máximo la logística del bando nacional, colaborando en la represión y reclutando voluntarios (Viriatos). Lo hará por afinidad política y por puro anti-iberismo, alarmado de forma desproporcionada por el famoso perigo español.
Albornoz intentó granjearse cierta amistad con Salazar de catedrático a catedrático. Eso no impidió que el régimen le hiciera la vida imposible, aunque consiguió alguna cesión puntual para salvar su pellejo y el de algunos republicanos que cruzaron la Raya. En su primer discurso ante el general Carmona, presidente de la República Portuguesa, Albornoz afirmaría: “Amo a Portugal desde los años ya lejanos de mi mocedad; siento profunda admiración por sus gestas heroicas, por sus letras gloriosas y por su arte espléndido; corre sangre portuguesa por las venas de mis hijos; tengo aquí muchos y queridos amigos y experimento, por todo ello, placer especial al venir a Lisboa como representante de la vieja y de la nueva España; de la vieja y de la nueva España, porque la República española tiende su puente hacia el futuro enraizada con fuerza en su pasado, siempre, como el presente, creador y dinámico. Pueblos hermanos, de vidas paralelas, España y Portugal han prestado a Europa en horas críticas de su historia servicios sin par”. (…)
Después de estar con el presidente de la República Portuguesa, se encontrará con Salazar, presidente del Conselho de Ministros (“gobernador todopoderoso de un barroco país”), en el Palacio de São Bento, antiguo convento, en un ambiente de sencillez y soledad. Albornoz nos cuenta la experiencia: “Difícil comenzar. Dos condiciones, me dice Salazar, son necesarias para el éxito de su gestión en Portugal. Primero que España no sienta ningún empeño en relación a la independencia portuguesa. Ya apareció el buitre del recelo lusitano, pensé instantáneamente. Ni aún aquí puedo dejar de oír hablar a la suspicacia de estos hombres que para vivir separados de nosotros en un esfuerzo de centrífuga desiberización se lanzaron al mar hace centurias. Aquí como en el discurso de Carmona, en la radio, y por doquier, grito terrible y angustioso el de estos portugueses, emanado quizá de un subconsciente desazonado acaso por la íntima e inconfesable convicción de secular error de su postura y acaso torturado por el presentimiento de su tan centenaria como interina situación. “Señor Presidente -le interrumpo- España desde hace tres siglos no ha pensado en conquistar a Portugal. Esa suspicacia portuguesa no puede menos de hacer reír en tierras españolas. Mala sazón para conquistas”. (…) “Y además -añade Salazar- es necesario para que su gestión tenga éxito que España no se mezcle en la vida interior de Portugal”. Lo que era complicado dada la libertad de expresión y de imprenta en España, porque Salazar se quejaba de lo que se decía y se escribía sobre él. A Albornoz no le impresionó Salazar en términos de hombre de Estado o genio político.
En una visita al Senado portugués, el embajador español destacó el “sentido de hispanidad de las grandes figuras de Portugal” y fue recibido por en la Academia de Ciencias de Lisboa por Fidelino de Figueiredo. Tras el 18 de Julio, Albornoz no tuvo que moverse ni hacer un espionaje extra del servicio que ya tenía montado desde el Palacio de Palhavã: “Medio Lisboa se ha colocado a mi lado”. Recibía continuamente información de anónimos sobre los apoyos logísticos y financieros lusos a los rebeldes españoles. Sánchez Albornoz, en su documentación, señalará a un capitán del Ejército, Henrique Galvão, que posteriormente será opositor a la dictadura conocido por el episodio del Santa María (Santa Liberdade; Operación Dulcinea) y favorable a una alianza ibérica de oposiciones, por entonces era un informador al servicio de Portugal entre las tropas sublevadas en Sevilla y Badajoz. Un ejemplo de cómo se puede evolucionar políticamente.
En los primeros meses de guerra, el embajador español, según sus palabras, cumplía con su deber “protestando contra la ayuda de Portugal a los enemigos de la República y contra los desafueros de la policía portuguesa. En pugna violenta con ella hube de hacer embarcar en naves francesas de paso por Lisboa a algunos republicanos en peligro de ser entregados a la España fascista; a los que llevaba hasta el puerto en mi coche y que, en el puerto, intentaba a veces la policía arrancarme de las manos”.
Los profesores Ana Vicente y António Pedro Vicente cuentan en el libro que de Lisboa Albornoz huye a Burdeos, donde tenía familia paterna y acababa de llegar Menéndez Pidal. Regresó a Valencia, donde pudo hablar con Azaña y conocer las críticas de Largo Caballero a su papel en Lisboa. Horas antes de la ocupación de Burdeos por los nazis, huyó para la zona libre y de ahí al exilio en Buenos Aires vía Marruecos y Lisboa. Para salir de Francia, Albornoz escribió a Salazar para pedirle que le autorizase para dejar Europa a través de Lisboa. Salazar le respondió: “Venga, pongo los cónsules de Portugal a su disposición”. Posteriormente, fue presidente del Gobierno de la República española en el exilio entre 1962 y 1970. Le reemplazaría al frente de la Embajada, Nicolás Franco Bahamonde, embajador de su hermano durante dos décadas.
Pablo González Velasco