Sevilla y Río de Janeiro están acogiendo dos conferencias de relevancia internacional en medio de una gran borrasca política interna, donde ambos Gobiernos, el español y el brasileño, tienen una gran debilidad parlamentaria. La IV ‘Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo’, de la ONU de nuestro António Guterres, en Sevilla, ha servido para que líderes iberoamericanos e iberoafricanos se vean las caras y se lance una hoja de ruta para la Cumbre Iberoamericana de 2026 en Madrid. El Real Alcázar de Sevilla, donde se celebró la recepción, en su esplendoroso mudéjar, ha sido una gran carta de presentación de España para los invitados africanos, árabes y latinoamericanos. Otro de los nuestros, António Costa, se ha reunido con Gustavo Petro, presidente de Colombia y de la CELAC, para avanzar los preparativos de la cumbre UE-CELAC de noviembre. Asimismo, España y Brasil han lanzado una propuesta para poner impuestos a los superricos.
La Cumbre de los BRICS de Río de Janeiro (6 y 7 de julio) tendrá una escasa asistencia de presidentes y quedará como un relanzamiento de las relaciones con la India, dado de Narendra Modi estará presente y se han organizado múltiples actividades bilaterales. No contará con la presencia del presidente ruso, Vladímir Putin, ni del líder chino, Xi Jinping. Putin no viajará por la falta de claridad de Brasil hacia la orden de detención del Tribunal Penal Internacional. Es decir, por miedo a ser detenido.
La diplomacia brasileña se mueve con un estrecho margen manteniendo un perfil bajo frente a Trump para que este no se solidarice con Bolsonaro ante la inminente condena de cárcel. Brasil, como anfitrión, pretende darle más énfasis a la cooperación comercial, la reforma de los organismos internacionales y la transición verde; esto último con la vista puesta en la Cumbre Mundial del Clima (COP30), que se celebrará en noviembre próximo en Belém, Brasil.
El 4 de octubre de 2026 habrá elecciones presidenciales en Brasil y varios partidos se están alejando del Gobierno para evaluar sus alianzas en un momento donde se desconoce a ciencia cierta los candidatos electorales. En principio Lula estará en liza si no hay algún percance de salud; también estará alguien de la confianza del bolsonarismo. Recordemos que las elecciones son a doble vuelta, así que siempre hay la expectativa de terceras alternativas emergentes.
El líder ultraderechista brasileño lleva meses presionando para obtener una amnistía por el intento organizado de desobedecer el resultado electoral o, mejor dicho, por poner en práctica un golpe de estado que arrancó pero que no tuvo éxito. Es decir, no se trata de un mero plan en un papel (que existe como prueba), sino que fracasó en su puesta en marcha porque al final el Ejército no se sumó.
Las amnistías pueden ser mutuas o por misericordia, ambas para apaciguar. En España algo sabemos de amnistías, aunque el debate esté enconado. En el caso actual, no ha sido exactamente una autoamnistía como la del Frente Popular. En la amnistía del radioactivo Cerdán hay desvío de finalidad (de la virtud a la necesidad), pero sí ha cumplido los objetivos formales que la ley se proponía, por lo que considero que hay que pasar página. Cerdán, al final, va a pagar por lo suyo y por lo que se ha ahorrado penalmente Puigdemont. Por su parte, el superfontanero navarro dejará varios cadáveres por el camino, lo que ayudará a limpiar las instituciones. Lo más importante es que el país no quede en una situación de interinidad permanente y su imagen ensuciada. Ese contexto, además, lleva a crecimientos de la ultraderecha como ha ocurrido en Portugal.
La foto de Waterloo ahora ha envejecido peor para un permanentemente arrogante, nocivo e intratable Puigdemont. Por cierto, Cerdán tiene sus conexiones vascas que afectan a Arnaldo Otegi y posiblemente al PNV. En la comparativa hispanobrasileña, el precio de los independentistas catalanes se ha contabilizado con penas o autoexilios de unos pocos años, pero es algo. El bolsonarismo no quiere ni un año.
A diferencia de la Argentina de Milei, que el año pasado rechazó participar como miembro pleno de los BRICS, Jair Bolsonaro -en su tiempo de Presidencia- no se salió de la organización. Los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hoy están ampliados a 11 miembros, tras la entrada de Arabia Saudita, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía, Irán e Indonesia. Después, en una posición jerárquicamente inferior, existen los miembros-asociados: Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam. Por otro lado, el gobierno brasileño ha invitado a esta cumbre como observadores a sus vecinos: México, Chile, Colombia y Uruguay.
Juntos, representan en torno de un doble 40% de la población mundial y del PIB mundial. Venezuela, que quiso entrar en los BRICS, después de haberle mentido a Lula de que iba a divulgar las actas del proceso electoral presidencial, se ha encontrado con el veto brasileño. Brasil ha vetado a Venezuela como miembro de los BRICS. Tampoco acepta a Venezuela como miembro asociado, ni está invitada de esta cumbre. Es una sanción, que ha dolido a Maduro, aunque no ha ido a mayores en la relación entre Estados porque Brasil es pragmático y mantiene la interlocución con el Gobierno venezolano de facto, sin dar protagonismo a Edmundo González, vencedor electoral.
La solidaridad de los BRICS con Irán, miembro pleno desde 2024 y bombardeada por Israel y Estados Unidos, no fue efectiva y en el plano retórico fue suave y medida. Rusia mantiene una política de propaganda pro-palestina, pero en su diplomacia del día a día mantiene una alianza con Israel o, si se prefiere, un pacto de no agresión. Para Putin, Israel es prácticamente un país rusohablante, por lo que lo tiene en consideración (positiva) en su política de alianzas. India tiene abiertamente una relación estrecha con Israel y Estados Unidos, mucho más intensa que las relaciones con Irán. En definitiva, los BRICS son un bloque con grandes divisiones internas. Por tanto, no puede actuar en bloque.
El ataque a Irán se ha demostrado como, al margen de las narrativas, los BRICS no son una alianza militar, ni tampoco un bloque comercial (no existe arancel común), sino meramente un foro diplomático que pretende un orden mundial multipolar, donde cada país entiende de manera diferente lo que significa multipolar, apoyándose unos -especialmente- en el poder comercial de China y otros en la disuasión nuclear rusa. Este último se nota menos en los Gobiernos y más en corrientes de opinión digitales rusófilas y antioccidentales fuera de los Gobiernos. Pese a estos, en la práctica, los BRICS no funcionan como contrapoder ágil contra “el imperialismo occidental”.
Además muchos de los rusófilos, que instrumentalizan la marca BRICS, hicieron coro entusiasmados en la campaña MAGA de Trump. Entre ellos, Aleksandr Duguin, al que han invitado a un evento no oficial en Río de Janeiro. La estrategia de propaganda del Kremlin en América Latina se apoya más en lo soviético que en lo ultraconservador, pero actúa desde ambos extremos. Siempre minando lo panibérico y subordinándolo a Moscú. El resto de países BRICS, de la primera hornada, Brasil, Sudáfrica e India, buscan sacar tajada (legítima) de todas las partes de forma educada y pacífica, sin subordinarse a ninguna potencia, ni renunciar a las relaciones con occidente.
Pablo González Velasco