Cuando Julio Rodríguez-Calvarro encontró en 1973 en el paraje del Bardal el ídolo diademado de Robledillo de Gata apenas era un muchacho. Tal vez ese día cuajó la simiente del amor que hasta hoy ha profesado a su pueblo, a su historia y sus tradiciones. Aunque sus derroteros vitales le llevaron a Salamanca, nunca cortó el cordón umbilical y siempre residió a caballo entre ambas realidades, rural y urbana. Es optimista sobre el futuro de Robledillo, afirma que “hay recursos suficientes”. A finales del siglo XX recuperó el antiguo molino aceitero familiar y en 2004 lo puso a disposición del curioso que arribaba a la villa. En 2010 organizó un congreso sobre aceite y salud y ha publicado un libro titulado Los hijos del aceite. También abrió tienda y apartamentos turísticos. Por sus venas no corre sangre sino ese oro de olivo. El Molino del Medio es uno de los espacios museísticos más interesantes de la comarca serragatina, todo gracias al buen hacer de Julio y de la inestimable ayuda de su hermano Alejandro.
Valdárrago es el nombre histórico de este rincón altoextremeño, pero se está perdiendo en su forma apocopada. Fue el apellido de Robledillo hasta que en el siglo XIX adoptó el “de Gata”. Hace mención, es evidente, al valle regado por el río Árrago, hidrónimo éste de clara raigambre prerromana. La pervivencia de esta denominación a lo largo de los siglos induce a pensar que este valle nunca quedó despoblado. Un fortín en el Puerto Viejo de Robledillo nos habla del puesto de vigilancia sobre el camino -romano, según se dice- que atraviesa esta parte de la sierra y que nos lleva a la Edad Media. La tradición relaciona con los visigodos la ermita llamada de San Miguel de las Viñas pero la ciencia histórica no lo puede confirmar. La explicación del topónimo Robledillo estaría muy posiblemente en el arribo de gentes procedentes de la cercana Robleda, tal vez pastores que trashumaban en la vertiente sur. En 1185 ya se cita una iglesia de Santa María de Árrago, sin que sepamos a qué altura del curso fluvial se encontraba.
La iglesia roblilleja se construyó auspiciada por la Orden Premostratense, que dispuso de la parroquia durante dos siglos y medio. Una inscripción en un capitel del atrio eclesiástico señala la fecha de 1560, en otro se dice que este año a 21 de agosto fue eclipsi. Entre las joyas del templo se encuentran el ara dedicada a Júpiter Óptimo Máximo, un muy labrado púlpito, un interesante retablo del siglo XVII, un Cristo yacente de la escuela de Gregorio Fernández o el artesonado mudéjar de la sacristía. La advocación parroquial es la Asunción de la Virgen María aunque el patrón de la localidad es San Blas, que tuvo culto en una ermita en ruinas desde los años 40 del siglo pasado. De la media docena de ermitas que existieron en Robledillo apenas conservan su aliento histórico las del Humilladero, a la entrada del pueblo por el Vadillo, y la del Cordero, erigida sobre una sinagoga según creencia popular.
Pero entre las dignas excepciones hay que destacar otra relacionada, de nuevo, con el mundo del aceite: Oleosetin. Jesús Lucas Sánchez es uno de los promotores de esta empresa familiar “que ha decidido no renunciar a sus raíces”, según reza su página web. Conocí a Jesús hace unos años en Cáceres y pronto advertí su querencia por el terruño y por la cultura olivarera en particular. Pronto se dio cuenta del tesoro que suponía contar con olivos de manzanilla verde cacereña y apostó por ella. A su aceite de oliva virgen extra se suman propuestas de oleoturismo, establecimiento comercial, alojamiento rural y bodega tradicional. “Un ejemplo de economía verde y circular”, según nos refiere Jesús. Comenta que “Sierra de Gata está de moda y que Robledillo es su joya turística” y cree que el futuro solo será halagüeño “si se establecen sinergias que permitan crecer a todos”. Una visión conjunta de pueblo, al fin y al cabo. Sin embargo, también manifiesta que “todavía falta” para poder brindar una oferta completa al visitante y que “hay que animar a otros jóvenes empresarios a dar sus servicios en Robledillo”.
De otro lado, algunos edificios que sí han mantenido el tradicional enlucido ofrecen una interesantísima muestra decorativa. Destacan los encintados y esgrafiados como el de la ya citada enfermería franciscana, con representaciones de figuras relacionadas con la América prehispánica, o los de las casas de la Rúa, con motivos geométricos, vegetales, el jarrón de azucenas -también en cenefa que rodea el exterior de la iglesia- y rostros varios. En los últimos años ha proliferado la flor hexapétala como principal símbolo decorativo, asociado a la comarca serragatina desde los años 90. Por último, otro aspecto identificativo de la arquitectura roblilleja son los llamados “balcones”. Se trata habitaciones sobrevoladas que enlazan dos edificios enfrentados conformando bucólicos cobertizos o pasadizos. La originaria razón de tantos “balcones” -se conservan en torno a una docena de ellos- estriba en la perfecta aclimatación que ofrecen a las bodegas, proporcionando sombra y humedad suficiente para las barricas de tan preciado caldo. En los balcones orillados al Árrago aún se palpa la sensación de las épocas pretéritas.
Juan Rebollo Bote
Lusitaniae – Guías-Historiadores