El Trapezio

Las lenguas ibéricas, ¿expresión de los pobres?

La indecorosa propagación por parte de las extremas derechas afines al tecno-fascismo de Trump & Musk de ser el castellano en particular, y el portugués por añadidura, lenguas de pobres, pues son los originarios de países empobrecidos, según su criterio, quienes las hablan sobre todo en el círculo familiar y vecinal, no tiene desperdicio. A primera vista la propagación de esta idea, amplificada a través de las redes sociales, saca a relucir un contraste: según las informaciones fácilmente accesibles en Wikipedia tanto Donald Trump como Elon Musk son monolingües sin remedio, sólo hablan inglés. Al parecer son incapaces de expresarse en ninguna otra lengua. Con lo cual su visión del mundo está evidentemente empobrecida y simplificada. No son los únicos, en el otro extremo ideológico, Noam Chomsky, el creador de la gramática generativa, es prácticamente monolingüe, aunque probable que hable yiddish también, según las fuentes de internet. Nadie dice nada, nadie los ridiculiza, no se les embroma, cuando pronuncian alguna frase al azar en otra lengua para congraciarse con el público latino, como el recurrente “Hoola amigooo”.

Fue el conde francés Arthur Gobineau, el que, como resultado de sus estadías como diplomático, sostuvo que el racismo primigenio estaba asociado al lingüístico. Así se expresaba en 1853 Essai sur l’inégalité des races humaines: “Propongo entonces este axioma general: la jerarquía de las lenguas corresponde rigurosamente a la jerarquía de las razas”. Si veinte años después, en 1874, tras su experiencia diplomática entre 1869 y 1870 en Brasil, espacio lusófono con el que obsesivamente Francia ha querido mantener una estrecha relación, pronosticaba que los brasileños desaparecerían como consecuencia de la degeneración que conllevaba la miscegenación racial, cabe suponer que debía ocurrir lo mismo con la lengua brasileña. Nada de esto se ha verificado con el paso de los siglos, muy al contrario.

El francés fue la lengua diplomática internacional y cultivada durante los siglos XVIII y XIX. Toda persona culta aprendía la lengua de Molière y Descartes. Pero, la enrevesada expresión escrita del francés era el factor más importante de distinción entre manejar la lengua y la escritura, o balbucearla mala y farragosamente. Recuerdo la desesperación de un portugués cuando se me acercó a mediados los años ochenta al laboratorio de idiomas del Centro Pompidou en París, donde yo reproducía a media voz con los auriculares puestos la lección: “Je suis suisse”, alargando la doble ss. “Já aprendeste a dizer alguma coisa em francês? Estou desesperado”, se dirigió a mí el portugués. Le di ánimos, y le dije que “petit à petit”. Pero el francés pasó como lengua de comunicación internacional, y hoy es una lengua secundaria en el ámbito global.

Poco después, tuve otra experiencia lingüística cuando un buen día se presentó en mi despacho una joven que dijo ser gitana rumana, que vivía en Salzburgo, la cual me contó en perfecto castellano que venía de vivir largos meses en una reserva india en Norteamérica, y que no quería volver a su ciudad austríaca, ya que, aunque ella hablaba alemán, tenía algo de acento extranjero, y los salzburgueses estaban muy vigilantes del mismo, con el fin de establecer fronteras entre propios y extraños. En un momento de arrebato me dijo que se suicidaría; alarmado la calmé.

Dada mi poca destreza con el inglés, diez años después, acudía en Ithaca en el Estado de Nueva York a unos cursos gratuitos para pobres. Estos pobres eran en su mayoría ucranianos, y sobre todo ucranianas, llegados allí tras la recién caída Unión Soviética. No aprendían prácticamente nada, por supuesto, y, dada su edad, raro sería que asimilasen algo. Pero sí sabían que la supervivencia en un medio hostil como aquel pasaba por dejarse colonizar la mente, en simular que estaban en vías de integración. Con la nueva lengua se les ofrecía compulsivamente asimismo una cultura nueva, que debía sustituir implacablemente a la suya de origen. Era tal el ansia que tenían de salir de la frugalidad soviética de la que procedían que lo abrazaban todo sin rechistar.

El inglés seguía avanzando sin freno, a pesar de que, en países enteros como Japón, largamente colonizados por USA, siga sin hablarlo la mayor parte de la población, excepto quienes se dedican a los negocios, la informática o la hostelería. Los empleados del metro de Tokio llevan consigo unos traductores portátiles que traducen al japonés desde un amplio abanico de lenguas. Así salen de apuros.

Pero lo más importante es la experiencia directa. Los medios de comunicación en España de continuo informan, como un ejemplo de que el Gran Leviatán, Estados Unidos de Norteamérica, quedará engullido por la ola latina, ya que el 40 por ciento de la población de un Estado como California, que tiene los habitantes y la extensión de España, habla castellano, o en Florida es la lengua dominante. La Parade latina de San Francisco es una explosión de orgullo latinoamericano, pero esto no nos debe confundir. El ciudadano, o en su defecto más frecuente el inmigrante, latino, desea a toda costa integrarse; al igual que el asiático. Para ello debe dejar atrás su lengua. He encontrado mucha gente que ya iban abandonando su idioma de origen, e incluso en casos extremos, latinos y asiáticos que no hablan la lengua de sus padres, porque sus genitores para que se asimilasen correctamente sólo les hablaron en inglés, o los llevaron a escuelas inmersivas. De ser así, en poco tiempo, no lo duden, el español podría ser un exotismo en Estados Unidos. Las estadísticas triunfalistas que periódicamente el Instituto Cervantes publicita son básicamente cuestionables. Estamos en un parteaguas, como reciente ha manifestado Francisco Moreno Fernández, en el libro “La Lengua de los hispanos unidos de América” (2022). Ahora en 2025 el ataque al español de Trump incrementa el riesgo al haberlo asociado directamente con la pobreza. En Estados Unidos el debate sobre la pobreza, en ascenso perpetuo, existe desde la época de J.F. Kennedy, época en la que por vez primera una suerte de conciencia católica sobre el problema lo elevó a categoría de problema de Estado. Los nuevos gobernantes carecen de esa conciencia, sumergidos en su autismo monolingüe y monocultural.

Hoy día, me cuentan, que en las universidades españolas hay dos departamentos que dominan el cuadro académico, los de inglés y los de informática. Nadie habla de ello. Empero, el asunto no concierne sólo a la universidad. En amplias zonas del territorio ibérico, y en especial en costas mediterráneas e islas, el inglés se está imponiendo de una manera apabullante, logrando inferiorizar cultural y socialmente a quien no lo hable. El asunto es de una extrema gravedad. De manera, que sí, que las lenguas ibéricas pueden acabar por ser por ser lenguas de pobres, para ser habladas sólo en la intimidad. Amén de ello, los políticos en activo deben pasar cada vez más por las fatigas de hablar o no la lengua inglesa, como el test de su probidad y habilidad. De lo contrario son satirizados, aunque no lo sean quienes en su mismo nivel de representación sólo hablan inglés, sin asomo de vergüenza.

Una posibilidad de resistencia resta en el ámbito familiar, y en la comunicación social. Pero en el público los intelectuales juegan un papel esencial. La elección de la lengua de escritura y de comunicación intelectual es un asunto esencial. No cabe dar ni un paso atrás. La comunicación científica y a pie de calle debe revertir esta tendencia anómala que supone la existencia del inglés como lengua vehicular, que puede conducir a la Humanidad del silencio lingüístico, y por ende al clientelismo. Si en algo estuve identificado en una reunión descolonial que hubo en Berkeley en el invierno pasado es en que un señor con pinta de indígena latinoamericano, sin asomo de inferioridad, exigió la traducción al español para poder seguir en la misma, ya que no hablaba inglés. Es la única manera de iniciar caminos reales de diálogo transcultural, y las tecnologías hoy día nos lo facilitan.

Sospecho que los trumpistas, muchos de ellos enfermos de monolingüismo, van a fracasar en una batalla sin sentido, siempre que los pueblos latinos, y sus intelectuales, se mantengan muy firmes en la batalla de sus lenguas, en particular del castellano y el portugués, como lenguas de comunicación internacional, en directa y abierta concurrencia con el inglés. Ello supone poner límites al desatado inglés desatado at home, en casa. Hic et nunc.

José Antonio González Alcantud

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