El Trapezio

El mito judío de Hervás (I)

Dicen que es el pueblo de Extremadura con mayor calidad de vida. Dispone de todos los servicios sociales, de un notable dinamismo económico y social -también cultural- y se come muy bien. Está enclavado en un espectacular entorno montañoso, cuya corona fue llamada el Pico del Pie del Navarro -hoy Pinajarro, 2099 metros de altitud- y cuyo otoño es mágico, especialmente en su singular Castañar Gallego. Bien comunicado a través de la cercana Autovía de la Plata -a 50 minutos de Salamanca y a 25 de Plasencia-, tiene una población de unas cuatro mil personas, muchas de ellas forasteras, arraigadas por el encantamiento del paisaje y el sosiego altoextremeño. Neorrurales los llaman ahora. Le quitaron el tren hace algo más de treinta años, pero, como no hay mal que por bien no venga, ahora esa reconvertida vía verde es paraíso de caminantes y ciclistas.

Y, además, posee un bellísimo y extraordinario conjunto arquitectónico de entramado de madera y adobe, típico de la serranía extremeña y salmantina. Y lo llaman “Barrio Judío”, y esto atrae turismo. Sí, Hervás es una localidad afamada, sobre todo, por tener una de las juderías “mejor conservadas” de España. Pero, sentimos herir sensibilidades, no es verdad. Se trata de una tergiversación más, de las muchas en España y Portugal, del pasado judío. El historiador hervasense Marciano Martín Manuel lo llama judiítis. Y hay que parar esto, no por antijudaísmo ni nada por el estilo, sino por coherencia cultural. Basta ya de equiparar a Hervás con Toledo u otras históricas juderías. No podemos seguir alimentando esta falacia.

Que Hervás tuvo comunidad judía está bien documentado por las fuentes fiscales del siglo XV -impuestos del “servicio y medio servicio” y de los “castellanos de oro”- y por la documentación generada tras la expulsión de 1492, cuando el duque de Béjar decidió anotar las propiedades de aquellos para poder reclamar a los Reyes una compensación por la pérdida económica que le suponía la marcha de muchos de sus súbditos. Están registrados más de una cuarentena de nombres hebreos, lo cual no ha de traducirse ni por individuos ni por familias, pero que sugiere un porcentaje relativamente importante en la poco significativa demografía hervasense de finales de la Edad Media. A nivel local, sí, a nivel regional, no. O, al menos, no equiparable a comunidades que sí conformaron aljamas, como Plasencia o la propia Béjar. Entonces, ¿dónde radica la hinchazón judía de Hervás?

Sería largo de contar -remitimos a los estudios de Marciano Martín, y en particular a su obra Historia de una invención: la judería de Hervás, pero baste anotar que, como ocurrió en otras localidades extremeñas -como Cabezuela del Valle- la cuestión tiene más que ver con el tiempo judeoconverso y con la limpieza de sangre que tan en boga estuvo durante los siglos XVI y XVII en la península Ibérica. Pongámonos en situación. Si en una aldea de cientos o un millar de habitantes, donde todo el mundo se conoce y es corriente la existencia de enfrentamientos -ayer y hoy-, unas cuantas familias de cristianos nuevos -que se quedaron o se volvieron, da igual-, se ven con posibilidades de acceder al poder local, lo hace, pero tendrá enfrente a aquellas familias rivales, amparados o no en la intransigencia religiosa. En la teoría habían de pasar tres generaciones para que la sangre quedase limpia; en la práctica se sobornaba a los sacristanes para que omitieran cierta genealogía.

A los duques de Béjar, a cuya jurisdicción señorial pertenecía Hervás, les interesó en un primer momento tener dividido el concejo de la aldea, que terminó por enquistar las parcialidades hasta el punto de diferenciarse los del barrio de arriba –“mercaderes”, “gente acomodada”, “cristianos nuevos”- de los del barrio de abajo –“labradores”, “gente humilde”, “cristianos viejos”-. Muchas familias de orígenes conversos vivían, como se ve, en los alrededores de la iglesia de Santa María, zona alta, lo que no concuerda con la consideración actual del barrio de abajo como barrio judío. De hecho, la actual Plaza de Hernán Cortés, se llamó en otro tiempo Calle de la Cruz, lo que huele a cristianización de un lugar que, tal vez, no lo fuera con anterioridad. No obstante, también hubo propiedades de cristianos nuevos en la parte baja de la aldea, como el hospital y bodega de la Cofradía de San Gervasio y San Protasio, de mayoría cristiana-nueva, según Marciano Martín.

Avanzado el siglo XVII, la sangre de las familias hervasenses estaba ya suficientemente limpia y mezclada y las aguas fueron amainando. El Tribunal de la Inquisición radicado en Llerena puso el foco en los “marranos” portugueses que llegaron a Hervás con la Unión Ibérica y las rivalidades locales, que siempre las hubo, cambiaron sus motivaciones. Sin embargo, los ecos “judíos” alcanzarían la contemporaneidad en multitud de formas, muchas de ellas reelaboradas y manipuladas, como veremos en el siguiente artículo.        

 

Juan Rebollo Bote

Lusitaniae – Guías-Historiadores

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