El Trapezio

La España posible, la Iberia posible

Jaume Reixach

Aquello realmente importante de la XXVIII Conferencia de Presidentes de las Comunidades Autónomas, celebrada en el Palacio de Pedralbes de Barcelona, es que se haya podido realizar, a pesar de la tóxica e histérica situación política que se vive en Madrid. Salvador Illa, el anfitrión, ha sido capaz de reunir a todos sus homólogos: no se ha logrado ningún acuerdo unánime, dado el divorcio que rige entre PSOE y PP, pero, al menos, la sangre no ha llegado al río.

En presencia del rey Felipe VI y del presidente Pedro Sánchez, el buen quehacer del equipo de Presidencia de la Generalitat ha salvado un match ball en un momento muy complicado de la vida política española, europea y mundial. Si la Conferencia de Presidentes hubiera degenerado en un pim-pam-pum entre territorios, habríamos entrado en una peligrosa dinámica balcánica y, afortunadamente, no ha sido así.

La presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, ha intentado dinamitar esta cumbre con una boutade –“el Estado plurinacional no existe”–, pero sus correligionarios del PP no le han seguido la cuerda. El presidente de la Xunta, Alfonso Rueda, se ha expresado en gallego, y la presidenta del Gobierno balear, Margalida Prohens, lo ha hecho en catalán, dejando en ridículo la pataleta de la presidenta madrileña de salir de la sala por no querer oir hablar en vasco al lehendakari Imanol Pradales y en catalán al presidente Salvador Illa.

La derrota de Isabel Díaz Ayuso, que se ha quedado más sola que la una en el Palacio de Pedralbes, es un canto a la esperanza en una España razonable y posible. Una España plural y diversa que tiene su expresión en el Estado de las autonomías, pero que hay que mejorar y perfeccionar con su evolución hacia un Estado federal.

Dado el clima cainita que se vive en Madrid, esta legislatura ya se puede dar por perdida, tanto en el intento de conseguir un consenso sobre la cuestión de la financiación autonómica como el inicio de los trabajos para la conversión del Senado en una verdadera cámara de representación territorial, hecho que nos acercaría al modelo federal. Esta habrá sido la legislatura de la reconducción del conflicto independentista catalán, con el colofón de la amnistía de los protagonistas del 1-O y el retorno de los tres dirigentes que permanecen en Bélgica.

Pero, como mínimo, el hilo conductor no se ha perdido y habrá que esperar al 2027, con la celebración de las próximas elecciones autonómicas y generales, para ver qué pactos de gobernabilidad se establecen y, en función de esto, encarar, ahora sí, las grandes reformas que necesita la arquitectura constitucional del Estado español para llegar a ser plenamente moderno y que requieren amplias mayorías de dos tercios en el Congreso de los Diputados y en el Senado. Esta es la gran virtud que ha tenido la XXVIII Conferencia de Presidentes de Pedralbes: allanar el camino.

Hay una España imaginada, pero que es necesaria y factible. Nos acercamos a ella y la tocamos con los dedos con la I y la II República, dos breves experiencias que fueron brutalmente aniquiladas. Es una España que reconoce y normaliza su pluralidad cultural y lingüística; que valora y fortalece la soberanía de sus instituciones territoriales; y que abandona su esquema centrípeto para consolidar un funcionamiento y una organización en red. Para entendernos: una España “alemana”, más que no “francesa”; una España heredera de la tradición de la dinastía austríaca, más que no de la borbónica.

A grandes rasgos, el PSOE, una parte del PP y los partidos nacionalistas periféricos comparten esta visión federalizante -que requiere mucha letra pequeña y mucha negociación- que subyace en la historia de España a lo largo de los siglos. Al otro lado de la balanza, el PP de Isabel Díaz Ayuso y Vox representan la España uniforme y centralista, heredera de una tradición que tuvo su última expresión en la dictadura franquista.

Sociológicamente, hay una mayoría muy amplia a favor de la España descentralizada y autonómica. Otra cosa es que tenga, de momento, una traducción política y electoral practicable. El bloque, muy precario, que ha constituido Pedro Sánchez con Sumar y los partidos nacionalistas en el Congreso de los Diputados se confronta con los pactos de gobierno, también muy precarios, entre PP y Vox en las comunidades donde suman la mayoría absoluta. Ambas son coaliciones muy inestables y que se tambalean de manera permanente.

En la Unión Europea, nuestro referente obligado, y en Alemania, la principal potencia continental, hay una fórmula de gobernabilidad muy clara, basada en el entendimiento entre democristianos y socialdemócratas y la exclusión de la ecuación de los llamados partidos identitarios, populistas o patrióticos, que son la nueva versión de la extrema derecha xenófoba y autoritaria de siempre. En el caso de España, los pactos entre PP y Vox resultan totalmente inaceptables desde la percepción mayoritaria de Bruselas y, esto, Alberto Núñez Feijóo lo sabe muy bien.

Paradójicamente, el desencadenante de la ruptura definitiva entre PP y Vox puede venir del otro lado del Atlántico, de los convulsos Estados Unidos de Donald Trump. Hasta ahora, el presidente norteamericano era el tótem y el principal inspirador e impulsor de los pujantes partidos de extrema derecha europeos. Pero su política de bandazos en la cuestión de los aranceles, su ruptura con Elon Musk (el exponente del corriendo libertariano), y su complicidad hacia Vladímir Putin han desconcertado y descolocado a sus admiradores y seguidores en el Viejo Continente y también en América Latina.

Donald Trump ha provocado una fuerte crisis de identidad en Vox y ha abierto un abismo entre el partido de Santiago Abascal y el PP. Además, los Estados Unidos, que vive conflicto “guerracivilista” cada vez más virulento, se está convirtiendo, en todos los órdenes, en un pésimo ejemplo a ojos del mundo. Y esto, los partidos trumpistas europeos lo pagarán muy caro. El PP, con la excepción de la histriónica Isabel Díaz Ayuso, no se puede permitir ir a remolque de Vox.

En este camino para adecuar la acción política a la realidad, desde EL TRAPEZIO, publicación hermana de EL TRIANGLE, hemos hecho una aportación capital: la publicación del libro Ocho objetivos para fortalecer la Alianza Ibérica, donde se marcan las prioridades para avanzar hacia una mayor confraternización entre España y Portugal, ahora que se cumplen 40 años de nuestra entrada conjunta a la Comunidad Europea (Unión Europea). Lo podéis comprar a nuestra plataforma TRIALLIBRERIA.EU.

En Portugal, la coalición de centroderecha AD, ganadora de los últimos comicios, celebrados el pasado 18 de mayo, se ha negado a establecer ningún tipo de pacto de gobernabilidad con Chega, que es el equivalente de Vox en el país vecino. Una vez más, los portugueses nos dan una lección de inteligencia política.

Federalismo e iberismo. Civilización o barbarie.

Jaume Reixach

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