El bolsonarismo: la fascinación de la extrema derecha apacible

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Hace muchos, demasiados, años, cuando la editorial Anagrama, en Barcelona, diestramente dirigida por Jorge Herralde, editaba opúsculos militantes, muchos de ellos de marxismo y teoría social, libritos económicos hoy añorados, por su concisión no reñida con la profundidad, recuerdo hacer leído uno que atrajo mi atención: se llama La John Birch Society, una extrema derecha apacible. Se trataba de reflejar en aquel entonces en que las extremas derechas eran especialmente duras, en los violentos 1970 hispano-franquista, con la Guerra Fría y la de Vietnam en lontananza, la existencia en la Norteamérica profunda de una extrema derecha, fundada en 1958, en plena histeria anticomunista, de señoras mayores y jubilados que ya no manifestaban los ardores combatientes de la juventud, pero sin retroceder un pelo en sus convicciones. Me impresionó cómo se podía ser de extrema derecha y no sentir esa pulsión primigenia a la violencia, y la tozudez de las creencias.

Siempre que salía el tema en sus inicios de qué es el bolsonarismo, y otros fenómenos semejantes, que van de Rusia al mundo árabe, la tendencia de los contertulios fue inicialmente a llamar impetuosamente, y sin dudarlo, “fascismo” a estos fenómenos de derechización. Poco a poco se ha ido atemperando, y siendo sustituida por la más ajustada de “extrema derecha”, una calificación que difícilmente nos puede iluminar sobre la naturaleza de los nuevos populismos de derecha. La primera cuestión a tener presente es que, en la definición de fascismo, tomando como modelos canónicos los de Alemania e Italia de los años veinte y treinta, manifiesta unas características muy señaladas, que con simpleza podemos resumir en cuatro puntos: primero, desean un descrédito de la democracia, como régimen burgués corrompido, que se busca sustituir por un régimen plebiscitario, es decir por una relación directa entre el líder y las masas; era una manera de eludir a las odiadas burocracias de los partidos. Segundo, un irracionalismo ideológico, basado en un neopaganismo de fuertes concomitancias estéticas, frecuentemente opuesto al cristianismo, concebido como una religión de débiles. En tercer lugar, un protagonismo central otorgado a la violencia, que alcanza el paroxismo de un culto virilizado. Y finalmente, en cuarto término, un racismo biológico de base, con el fin de agrupar y mantener unidos a los seguidores, tras discurso del supremacismo. La Segunda Guerra Mundial supuso el fin de este modelo, que de haber prosperado como en la novela de The Man in the High Castle, del visionario escritor Philip K.Dick, basada en el ficcionado triunfo de las potencias del Eje, hubiese conducido finalmente a un choque racial entre asiáticos y arios, cada cual con su teoría racial por delante.

América Latina siempre ha sido otra cosa. De hecho, al final de la Segunda Guerra Mundial, el antropólogo brasileño Arthur Ramos se encargó de la división de raza de recién creada la UNESCO, e incluso en esta se propuso hacer estudios serios sobre la real miscegenación, o cruce racial, y sobre las lógicas de la convivencia intercultural en Brasil. Se quería saber la verdad de una leyenda muy extendida, la del Brasil como país mestizo e interracial.

Todo esto viene a cuento porque estuve hace pocos días debatiendo sobre la naturaleza del bolsonarismo con Gabriel Bayarri Toscano en el tribunal de su tesis doctoral, que versaba sobre el fenómeno. Este joven doctor, por la Universidad Complutense, de Madrid, y Macquarie University, de Sidney, bajo la dirección de los profesores José Carmelo Lisón Arcal y Gregory Downey, ha hecho un trabajo de campo intenso e íntimo entre las huestes del presidente Jair Bolsonaro. Y amén de llegar a la conclusión de que no se trata de una nueva modalidad de fascismo, sino de una variedad de populismo de extrema derecha, nos relató sus padecimientos para no quedar atrapado por efecto de la comprensión empática bajo el síndrome de Estocolmo, por pura simpatía humana a los bolsonaristas. Desde luego no anduvo entre oligarcas sino entre gente popular, a los que llegó a comprender.

Desde luego todas estas fenomenologías políticas, extendidas por todo el orbe, que han puesto en primer plano el modelo de dominación mediático-comunicacional de la globalización, enfatizan el papel salvífico del héroe político, que retorna a su pueblo, ahora con la ayuda de Dios. Su tesis doctoral comienza con un el eslogan bolsonarista rotundo, “Brasil encima de todo, Dios encima de todos”. Hay algo del viejo caudillismo latinoamericano en todo esto. Pero también hay novedades: nos llama la atención en esta perspectiva, por ejemplo, los apasionados bolsonaristas homosexuales, mujeres, negros o mulatos. Toda una paradoja in terminis. Me recuerda, una anécdota que viví en primera persona en un autobús de la vía nacional de Roma, cuando un señor de epidermis negro radiante gritaba “Yo voto a Salvini”, mientras los blancos romanos se desternillaban.

Esta perspectiva política, amasada en metáfora densas, según Bayarri, tiene un enemigo brutal absoluto, definitivo, a muerte, lo que llaman, sin saber muy bien qué es, “comunismo”. Por supuesto, Brasil tiene el suyo, su eje del mal, que encarna Lula da Silva. Desde luego argumentos le han dado los lulistas, a este aglomerado de gente marginada, con cierta falta de distinción social y estética, que se aferran a Dios y a su líder. Probablemente los seguidores de Lula, apostando cuando gobernaron por el elitismo, y perdiendo el marchamo de estoica pobreza que se le debía suponer en cuanto “rojos”, perdieron el reconocimiento de sus bases. Recuerdo el shock que me produjo, estando en Brasil, la detención policial, acusada de corrupción, de parte de la cúpula del partido lulista; no podía creer que hubiesen picado de manera tan grosera el anzuelo. En fin, que quizás haya llegado el momento de que en estas próximas elecciones si gana Lula, se imponga el modelo del Pepe Mujica, tan cercano, en el Uruguay, y, tan alejado a la vez, del trasiego de billetes y criptomonedas. Sólo así Bolsonaro quedará aislado de sus bases, ya que como Wilhem Reich, vio clarividentemente en su “psicoanálisis del fascismo”, frente a otros análisis más economicistas, el asunto en su nódulo es de crisis y fascinación. Gracias a este joven e intrépido doctor, Gabriel Bayarri, hemos entendido mucho más el asunto en esta ladera, donde por lo demás ya suenan los tambores del populismo extremo muy cerca.

 

José Antonio González Alcantud

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