Los artesanos portugueses que reparan a mano los cálices del noroeste de España

En la actualidad es una tarea prácticamente mecanizada en casi todas partes

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En un rincón de la ciudad lusa de Braga parece que el tiempo se ha parado. No hay ni un solo ordenador. Hay cruces del siglo XVIII y la contabilidad se lleva en libros enormes como los de antaño. Aquí se reparan a mano piezas de iglesias de Portugal y del noroeste de España. Nuno Alves, de 48 años, trabaja con su padre, António, y sus tíos Joaquim y Carlos. Los cuatro llevan el negocio familiar, donde se dedican a tallar, pulir y barnizar la plata, el oro y el metal de objetos sacros de distintas partes de la península ibérica e incluso de países más allá de los Pirineos.

Un oficio artesanal del que quedan pocos talleres, ya que en la actualidad es una tarea prácticamente mecanizada en casi todas partes. Nuno muestra una cruz de oro y plata de «una parroquia muy importante» de Ourense, que es «del 1700 y algo», dice en declaraciones a EFE. Ahora «la ves así y no parece que sea tan antigua», indica, mientras exhibe con orgullo la cruz remozada que le ha llevado cuatro semanas restaurar. La tiene envuelta en plástico «para que no se oxide, porque el aire es oxidante».

Por delante de este taller, que está a la entrada de casco antiguo de Braga, unos 359 kilómetros al norte de Lisboa, transitan a diario grupos de turistas que visitan esta urbe, pero pasa totalmente desapercibido para el ojo que no esté atento porque no hay letrero ni ningún cartel que señale qué se hace allí o que el lugar se llama Casa de las Platas.

Cálices, incensarios, cruces y coronas de vírgenes se esparcen por su interior, algunos ya reparados y otros a la espera de lucir como nuevos. Los sonidos de su labor son de otra época y resultan tan especiales que incluso un día una turista se metió en el taller a grabarlos para un pódcast. El único artefacto tecnológico que hay en este lugar angosto es el teléfono móvil de Nuno, comenta él mismo divertido en una mezcla de castellano, portugués y gallego, al tiempo que apunta que el boca a boca es la manera de promocionarse.

«Recuerdo cuando pasó por aquí el primer cura español. La segunda vez que pasó trajo a dos o tres curas españoles y luego se fue expandiendo» el boca a boca, rememora, mientras su padre, António, va añadiendo algún matiz a sus palabras. La mayor parte de sus clientes son de Portugal y el norte de España -de iglesias que van desde Zamora hasta León y de toda Galicia-, aunque también han tenido pedidos de coronas para vírgenes de Francia y Alemania.

Una de las cosas que les hace especiales es que cumplen con las normas del Vaticano. Para ilustrarlo Nuno toma un cáliz en sus manos. «Aunque esta parte sea de latón -apunta-, la copa tiene que ser en metal noble». No obstante, ellos no trabajan con el Vaticano, porque la Santa Sede tiene sus propios talleres especializados con «mucho conocimiento para hacer este tipo de servicios».

Nuno comenzó en el negocio familiar cuando tenía 14 años y António, cuando tenía 10. A sus 75 años, el ‘jefe’, como lo llama su hijo, no tiene ninguna intención de jubilarse: «hacen falta brazos aquí, tenemos que ser persistentes», subraya a EFE António, quien manifiesta su orgullo por el hecho de que Nuno haya continuado con la profesión familiar.

A lo largo de su larga trayectoria profesional si hay una proeza que el patriarca recuerda especialmente es haber sido capaces de replicar una naveta -un objeto litúrgico en forma de embarcación para transportar el incienso- y un incensario «con más de 300 años»: «El cura quedó maravillado porque nadie lo había conseguido».

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