Este lunes 22 de septiembre tendría que estar marcado en rojo en la agenda de todo el mundo y ser fiesta grande en todo el planeta Tierra. Es el día que se conmemora el aniversario de la fundación, en 1945, de las Naciones Unidas, la máxima institución que tenemos para la organización y la gobernanza en paz de la comunidad humana de 8.000 millones de personas. Surgida de las cenizas de la II Guerra Mundial con el objetivo prioritario de evitar una nueva conflagración mundial, la ONU ha llegado a su 80ª reunión anual de este mes de septiembre con profundas heridas y graves amenazas.
El mundo está en una situación peligrosísima. La producción y el comercio mundial de armas, cada vez más sofisticadas y letales, alcanza volúmenes nunca vistos. Tres países con un gran arsenal nuclear están inmersos en guerras y conflictos de conquista y de expansión territorial: Vladímir Putin quiere quedarse Ucrania; Benjamin Netanyahu, la Franja de Gaza, y Donald Trump ya ha desplegado fuerzas militares en el Caribe para capturar Venezuela.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) es el documento que ha marcado el camino de la civilización en las últimas décadas. Es un texto que recoge lo bueno y lo mejor de la condición humana y que nos conduce a construir un mundo en paz y armonía, con alimentos, educación y atención sanitaria para todos.
Todos los grandes filósofos, todos los grandes líderes religiosos y todas las ideologías transformadoras que han surgido a lo largo de la historia de la humanidad han pregonado y pregonan el amor y la fraternidad entre las personas, que es la clave para el surgimiento y la continuidad de la vida. Esta es la pulsión y el ideal que albergamos, todos y cada uno de nosotros, en nuestro corazón.
Pero la exaltación del amor y la solidaridad está hoy subyugada por la atracción y el negocio de la muerte. El amor ha perdido el pulso con la muerte. Hemos permitido que tres poderosos psicópatas asesinos y genocidas sean los amos de nuestros destinos. Además, las redes sociales, que se han convertido en el gran medio de comunicación de masas, son un pozo infecto donde los mensajes de odio intoxican y degradan la convivencia entre las personas.
La 80ª Asamblea General de las Naciones Unidas, que se celebra en Nueva York, llega en un momento extremadamente delicado. Vladímir Putin viola el espacio aéreo de la Unión Europea con aviones de guerra y drones, buscando una provocación arriesgadísima. El chispazo puede desatar una catástrofe inminente si la OTAN contraataca.
Benjamin Netanyahu, protegido por Donald Trump, ha lanzado el asalto final contra la indefensa población de Gaza, prisionera del horror y del hambre, y no duda en bombardear Irán, Siria, Qatar, Líbano y Yemen, sin ningún respeto por la legalidad internacional. La ONU aprobó en 1947 la creación del Estado de Israel, y ahora Israel desafía y se enfrenta a la ONU. Una abrumadora mayoría de países, encabezados por Francia y Arabia Saudí, son partidarios de reconocer la creación del Estado palestino, pero Benjamin Netanyahu se niega: el hijo mata al padre.
El presidente de la primera potencia militar, Donald Trump, está totalmente ido, está fuera de control y es capaz de cometer todas las barbaridades. Ha hundido a los Estados Unidos en una situación manicomial: persigue con ensañamiento a los inmigrantes, a los periodistas, a los humoristas, a las universidades, está en guerra a muerte contra el movimiento “woke”, militariza las grandes ciudades, ha trastocado todo el sistema mundial de comercio… Después de intentar quedarse con Groenlandia y Canadá -provocando el estupor y ser el hazmerreír de todo el mundo-, ahora quiere provocar, con la amenaza de las armas, la caída del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela y controlar sus enormes reservas petroleras.
La humanidad afronta un momento crítico, tal vez el más grave desde la crisis de los misiles de Cuba, del año 1962. Por eso, esta 80ª Asamblea General de las Naciones Unidas tiene una importancia trascendental. Se trata de identificar, de denunciar y de aislar el peligro criminal que representan estos tres jinetes del Apocalipsis para la supervivencia y la coexistencia en paz de la comunidad humana: Vladímir Putin, Benjamin Netanyahu y Donald Trump.
En las Naciones Unidas están representados 193 estados, además de Palestina y el Vaticano, que tienen el estatus de observadores. Las actitudes belicistas y expansionistas de Rusia, de Israel y de Estados Unidos concitan un rechazo mayoritario entre los miembros de la Asamblea General. Lo podemos constatar en las votaciones indicativas que se han realizado durante los últimos días.
La exclusión de Palestina –Donald Trump ha denegado el visado a sus representantes para viajar a Nueva York- ha sido rechazada por 145 países y solo cinco la han apoyado: Israel, Estados Unidos, Paraguay y las minúsculas islas de Palau y Nauru. La resolución del Consejo de Seguridad exigiendo un alto el fuego en Gaza obtuvo 14 votos a favor y solo Estados Unidos votó en contra, ejerciendo su derecho a veto. ¡Qué vergüenza para los padres fundadores de la gran democracia norteamericana!
La correlación de fuerzas es clara y contundente: una inmensa mayoría de países del mundo, que representan a más del 95% de la población humana, están contra la guerra y quieren una convivencia en paz. Este es el mensaje potente y poderoso que tiene que transmitir la Asamblea General de las Naciones Unidas y que tiene que calar en la opinión pública mundial. Tenemos que boicotear, arrinconar y enviar a Vladímir Putin, Benjamin Netanyahu y Donald Trump a la papelera de la historia. O ellos o nosotros.
En esta coyuntura de caos y desolación, tenemos que mantener las ideas firmes: defensa de la voluntad mayoritaria de los estados miembros de las Naciones Unidas; apoyo incondicional a su secretario general, António Guterres; rechazo de los genocidas y asesinos que matan a la población civil en Palestina y Ucrania; reivindicación de la Carta Universal de los Derechos Humanos como fundamento y guía de la civilización; y confirmación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que nos tienen que encaminar hacia un mundo mejor, más justo y más igualitario.
Esta semana nos jugamos el futuro del planeta y de la humanidad en Nueva York. Amor o muerte.
Jaume Reixach