Invitado por la entidad Federalistas de Izquierdas -que mantiene viva la llama de este ideal político como fórmula idónea para solucionar los problemas de gobernanza de las sociedades modernas-, he tenido la oportunidad de presentar, en la librería Byron de Barcelona, el volumen Iberia, tierra de fraternidad, editado por el diario EL TRAPEZIO (eltrapezio.eu), del grupo EL TRIANGLE. Lo he hecho en compañía de Pablo González, coordinador de EL TRAPEZIO y uno de los intelectuales mejor preparados, lúcidos y activos en la articulación del nuevo iberismo del siglo XXI, y de Mireia Esteve, la presidenta de la entidad.
Absortos por la inmediatez del presente y prisioneros del ritmo compulsivo que nos impone la civilización de Internet, es imprescindible poder tener y trabajar una perspectiva de futuro. La dinámica de la digitalización y de las multipantallas nos lleva a estar cada vez más aislados individualmente y a amputar nuestra dimensión social, inherente a la condición humana.
Hacia donde vamos ¿es realmente hacia dónde queremos ir? Estamos, si queremos, más informados que nunca y somos libres para tener y difundir en público nuestros criterios; tenemos en nuestras manos el arma valiosísima del voto en democracia; sin embargo, la sensación que estamos atados y que nos dejamos arrastrar por decisiones que se toman en ámbitos inaccesibles y fuera de control nos hunde en la impotencia y la resignación.
Ahora y aquí, el federalismo y el iberismo son dos faros que nos guían para continuar navegando en la búsqueda de un mundo mejor para todos, sin estrellarnos en las rocas del fatalismo político. El federalismo -la unión voluntaria y leal entre las partes- es, por ejemplo, la clave del éxito de la construcción de la Unión Europea.
También de la transición española de la dictadura a la democracia. La España constitucional no es, exactamente, un Estado federal, pero la organización en comunidades autónomas nos aproxima a ello. Para culminar la federalización de España haría falta, de entrada, la reconversión del Senado en una verdadera cámara de representación territorial, a imagen y semejanza del Bundesrat alemán. (Ya está todo inventado).
La alianza ibérica -la unión de las fachadas atlántica y mediterránea de la península- es la clave para convertir esta tierra en un “hub” intercontinental que dé prosperidad y bienestar a las generaciones presentes y futuras. Hay que crear un Consejo Ibérico al máximo nivel institucional que consolide la voluntad de España y de Portugal de trabajar juntos.
El actual Tratado de Amistad, firmado por Pedro Sánchez y António Costa en la cumbre celebrada en Trujillo (Extremadura) en 2021, es un documento capital que consagra, de facto, la Confederación Ibérica, respetando, eso sí, la soberanía de cada país. Pero una declaración como ésta, que tiene una gran trascendencia histórica, puede quedar en papel mojado si no se crean los mecanismos adecuados para dinamizarla y hacer un seguimiento constante.
En este sentido, desde el Foro Cívico Ibérico, del cual forma parte EL TRAPEZIO, propugnamos que los gobiernos de España y Portugal incluyan en su organigrama una Secretaría de Estado de Asuntos Ibéricos, con el objetivo de impulsar los acuerdos que figuran en el Tratado de Amistad. El proyecto está en marcha: el Foro Cívico Ibérico ha formalizado su adhesión a la Red de Cooperación Transfronteriza (REDCOT), constituida hace pocos días en Lisboa, que promueve acciones concretas para revitalizar la zona deprimida de la Raia, a ambos lados de la frontera.
En el contexto de la Unión Europea, la alianza ibérica sería la tercera potencia demográfica y económica y podríamos hablar de “tú a tú” con Alemania y Francia. Si el mundo no enloquece, es evidente que el proyecto comunitario saldrá adelante y que culminará con la constitución de los Estados Unidos de Europa, capital Bruselas.
Por eso, que España y Portugal unan fuerzas y vayan con una sola voz a Bruselas para ser más potentes es una estrategia inteligente. Lo acabamos de constatar con la “excepción ibérica” que se ha aprobado ante la crisis energética provocada por la guerra de Ucrania, que nos ha permitido contener la brutal subida del precio de la electricidad.
Hay mucho trabajo por hacer, pero merece la pena. Defender el federalismo y el iberismo –que son las dos caras de una misma moneda- es creer en un futuro compartido de progreso en armonía. A pesar de todas las adversidades, si la humanidad existe es gracias al optimismo y a la voluntad de superar las dificultades. Es con esta energía que tenemos que encarar el día a día y los grandes retos del presente.
No son ideales que hayan salido de la manga. Hay ilustres antepasados que, desde el siglo XIX, han militado en la causa del federalismo y del iberismo: Francesc Pi i Margall, Miguel de Unamuno o Fernando Pessoa, por poner tres ejemplos. Barcelona todavía le debe un homenaje como es debido a Sinibaldo de Mas, un extraordinario personaje –fue el primer embajador en China y hablaba unas veinte lenguas- que ya en 1852 publicó el libro La Iberia. Memoria sobre la conveniencia de la unión pacífica y legal de Portugal y España.
La próxima semana, los días 14 y 15, se celebra en la isla de Lanzarote la 34ª Cumbre Ibérica de los gobiernos español y portugués. El lugar escogido es para honorar la memoria del escritor José Saramago, premio Nobel de Literatura y ferviente iberista, que vivió aquí los últimos años de su vida. Hay que reclamar que esta cumbre bilateral pueda celebrarse también algún día en Barcelona. Todo llega.
Jaume Reixach