27/06/2025

Enseñar Portugal a los españoles, y viceversa (I)

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Llevo algo más de una década ejerciendo como guía de turismo, habilitación oficial mediante (2015). En este tiempo he advertido de manera muy notoria cómo ha aumentado progresivamente el interés de los españoles -y particularmente de los extremeños- por conocer -mejor- Portugal. Ello se inscribe en un contexto general de crecimiento turístico sin pausa, más también en una cada vez mayor apuesta por el viaje de proximidad, sobre todo a raíz de la pandemia. Ha ocurrido lo mismo en el sentido contrario, esto es, el de los portugueses que se aproximan a España -en concreto a Extremadura y a Salamanca-, si bien el incremento aquí no ha debido ser tan acusado puesto que el viaje a territorio español por parte de un gran porcentaje de nuestros hermanos ibéricos tiene mucha más tradición. En cualquier caso, estamos ante un momento de reconocimiento mutuo, aunque solo sea bajo la superficialidad del turismo, como nunca antes se había producido.

He podido detectar en primera persona, como digo, esta coyuntura gracias al desarrollo de mencionada actividad profesional y extraer algunas conclusiones y reflexiones que tal vez sirvan para seguir estrechando lazos. Quede constancia que se trata de una visión subjetiva y parcial en tanto que el sector geográfico en el que me muevo es limitado, el triángulo formado por la región extremeña, la provincia salmantina y los contornos rayanos portugueses, espacios todos cercanos a la frontera y con una historia a menudo común. Es necesario tener esto en cuenta ya que el discurso que tejo es siempre transfronterizo, señalando diferencias y similitudes, pero con el vecino en el horizonte, pues de otra manera considero que no pueden entenderse dichas regiones rayanas.

No obstante, he enseñado ciudades salmantinas y extremeñas a grupos de Lisboa o de Porto, así como pueblos alentejanos y beirenses a personas de Madrid o de Cataluña. La principal conclusión es siempre la misma, cuánto de común tenemos y cuánto queda aún por considerarnos, amén de “qué bonita es esta o aquella urbe o villa que yace aquí cuasi inexplorada”. En efecto, otra circunstancia habitual entre quienes viven en los más poblados polos urbanos de Iberia cuando visitan la periferia rural de cualquiera de los dos países es la sorpresa ante tanta aldeia histórica, tanto verdor adehesado o tanta distinción como Patrimonio de la Humanidad. No es cuestión, pues, de la nacionalidad de quien viaja, sino de la condición más o menos urbana, más o menos industrial, del lugar de procedencia.

Lo que continúa siendo muy diferencial es el asunto idiomático en unos y en otros. Los españoles, por complejo de pretendida superioridad -o trasnochado nacionalismo- o de real inferioridad monolingüe -exceptuemos las lenguas no castellanas de España-, presentan -presentamos- un acusado desconocimiento del idioma portugués, y eso lastra mucho. Si bien algo parece estar cambiando -eso sí, lentísimamente- en lo que refiere a la voluntad de los españoles de aprender algunas expresiones portuguesas, la cierta mayor dificultad de comprensión fonética mantiene a los de la materna lengua española muy por detrás en este campo. Todo lo contrario, sucede en el público portugués, que por lo general entiende perfectamente el castellano y que, además, hace todos los esfuerzos por expresarse en él. Acaso estamos ante el mayor reto para arrumbar definitivamente la frontera mental. La balanza está demasiado inclinada en este punto.

El nacionalismo, sea lingüístico o de cualquier otra índole, está muy extendido, más en los tiempos que corren, y en el caso de los pueblos portugueses de la frontera es evidente que la defensa ha marcado la historia del país en esta parte. El ondeo constante de las banderas en recintos como Almeida o Elvas es una llamada de atención a navegantes, y los españoles lo captan nada más arribar. El enemigo siempre fue España y eso no todo español lo recibe de buenas maneras. Lo militar confluye en muchos de estos enclaves portugueses con la pequeñez de su vecindario y una aparente congelación en el tiempo que comúnmente se confunde con autenticidad por parte del visitante. Pero nada más lejos de la realidad. La dictadura salazarista jugó esa baza en Monsanto, “a aldeia mais portuguesa”, y la leyenda de Viriato o el rodaje de Juego de Tronos ha hecho el resto. Hacer ver que la esencia monsantina no está tanto en su reconstruido castillo, sino en su capilla de San Miguel no siempre es fácil. El visitante quiere foto, da igual si lo que capta es verdad o no. La pregunta recurrente sigue siendo si Viriato fue español o portugués.

Entre españoles, claro está, hay diferencias según la región de origen, ya saben, con más o menos nacionalismo sociológico. También dentro de cada colectivo, según su nivel cultural, obviamente. Recuerdo un grupo catalán al que guie por Elvas hace un par de años. En el autobús, entrando desde Badajoz, se sorprendían primeramente de la inexistencia de orografía que dividiera el territorio, que la geografía fuera continuadora de la extremeña. Ya en la ciudad, sin embargo, palpaban algunas diferencias más allá de lo lingüístico, fuera en calzadinha, fuera en los retazos artísticos manuelinos o del barroco portugués. Dicho grupo procedía de Figueras, por lo que el sistema abaluartado no llamaba la atención, aunque algunos mostraron cierta simpatía ante la muralla elvense por haber resistido tantas veces a las acometidas españolas. Sí, en cambio, sorprendieron los ecos andalusíes que el global ibérico asocia únicamente a Andalucía. En lo que todos los españoles coinciden es en la exaltación de la gastronomía portuguesa, en sus distintas maneras de cocinar el bacalao o en los pasteis de nata. Todos somos de buen comer.

En cuanto a los extremeños, que predominantemente han -hemos- tenido a Portugal como destino gastronómico en días festivos, es evidente que sienten -sentimos- Alentejo y las Beira Baixa muy próximos. A un grupo cacereño con el que realicé visita por Évora en 2019 le terminó por desconcertar no conocer prácticamente nada de Giraldo Sempavor, cuando éste había sido asaltante de Cáceres y de Trujillo por las mismas fechas del siglo XII en que se apoderó de Évora. ¿Por qué sabemos más de El Cid que de Sempavor cuando aquél no pisó tierras extremeñas y éste sí? La respuesta es clara si nos atenemos a la construcción historiográfica decimonónica de la que aún bebemos en demasía. Por no hablar de la historia islámica común de ambas mesopotamias entre Tajo y Guadiana. Fuera de Badajoz y de Marvão, la figura de Ibn Marwan, tan determinante para el devenir del suroeste ibérico, sigue brillando, en general, por su ausencia.

Marvão, Monsanto, Elvas, Évora o Almeida son lugares con un desarrollo turístico ya muy reconocido, especialmente para los españoles de la frontera. Otros, como Idanha a-Velha, a pesar de su inclusión en la red de aldeas históricas de Portugal, siguen pasando muy desapercibidas. Su relevancia no sirve al discurso de identificación nacional en materia plaza fuerte y defensiva del país. Alude, por el contrario, a los tiempos de una Lusitania capitalizada en Mérida. Tampoco su extraordinario patrimonio arqueológico es pasto de turismo de masas, afortunadamente. Por eso Idanha a-Velha gusta tanto a grupos que buscan mayor inmersión cultural, como a la Sociedad Extremeña de Arqueología y Patrimonio, de Plasencia, con quien he realizado varias visitas a ese corazón lusitano donde se comprende la historia de una región que fue dividida en dos con el correr de la Edad Media. Tal vez el porcentaje de personas que viaja persiguiendo las resonancias de lo que nos une es menor al de aquellas que mantienen la idea contraria o que simplemente no reflexionan sobre el ser ibérico, sin embargo, esos españoles que admiran Portugal con ojos fraternales, o viceversa, mantienen la llama viva en quienes queremos continuar socializando lo común.

Juan Rebollo Bote

Lusitaniae – Guías-Historiadores