19/06/2025

Gibraltar vuelve a Europa, Gibraltar vuelve a Iberia

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El peñón de Gibraltar vuelve a Europa y a la península Ibérica. Después del enrevesado y envenenado litigio diplomático que se desató con la firma del Tratado de Utrecht (1713), que ponía esta estratégica roca bajo soberanía británica, la Comisión Europea y el Reino Unido -junto con los gobiernos de España y de Gibraltar- han logrado un principio de acuerdo sobre el futuro de este enclave, en el cual el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, ha tenido un protagonismo muy destacado.

Una vez entre en vigor este acuerdo, Gibraltar, a pesar de mantener la soberanía británica, pasará a formar parte del espacio Schengen, del Mercado Único y de la Unión Aduanera. Esto quiere decir que desaparecerá, por siempre jamás, la reja que separaba el peñón de La Línea de la Concepción y se suprimirán los controles terrestres para ir y venir de Gibraltar. Las aduanas internacionales del puerto y del aeropuerto estarán controladas, conjuntamente, por funcionarios del Reino Unido y de la Unión Europea, concretamente españoles.

A efectos prácticos, esto quiere decir que Gibraltar se integrará, cada vez más, en la vida cotidiana de Andalucía y de España y Portugal, creando una comunidad abierta y conjunta. Desde ahora, la única aduana que quedará en pie si viajamos en coche entre el peñón y el Polo Norte será… la de Andorra: una muestra de la miopía histórica y de los miedos de los «señores feudales» del Principado, que no quieren perder sus privilegios cortoplacistas.

La historia de Gibraltar ha desatado pasiones en los últimos 300 años. El hecho que la Union Jack ondee en lo alto del peñón ha provocado urticaria a toda la extrema derecha patriótica española y la dictadura del general Franco lo aprovechó como excusa para atacar políticamente a la Gran Bretaña, el paradigma de la democracia liberal, y a las Naciones Unidas.

Considerado como territorio en vías de descolonización, los llanitos votaron masivamente (99,6%) a favor de permanecer bajo soberanía británica en el referéndum celebrado el 10 de septiembre del 1967, fecha que ha pasado a ser la Fiesta Nacional de Gibraltar. Como represalia por esta voluntad autodeterminista, el régimen franquista bloqueó los accesos al peñón, con la implantación de la verja.

Estas restricciones fueron levantadas en 1985 por el gobierno de Felipe González, en vigilias de la entrada de España a la Comisión Europea. Pero el referéndum del Brexit de 2016 y su implementación volvieron a dejar a Gibraltar en un repentino aislamiento, a pesar de que la abrumadora mayoría de los llanitos (95,4%) había votado en contra.

Ha habido que esperar a la victoria de los laboristas de Keir Starmer para que la razón y el sentido común vuelvan a la diplomacia británica en relación con el peñón y los anhelos objetivos de sus 30.000 habitantes. Desde su conquista en 1704 por tropas inglesas y holandesas, con la ayuda de voluntarios catalanes, en el contexto de la Guerra de Sucesión, la geopolítica mundial ha experimentado cambios abismales.

También la industria y la estrategia militar, que justificaba su ocupación por parte del Reino Unido. Hoy, el tráfico marítimo está controlado por satélites y la existencia de una base naval, forzosamente pequeña, en una punta de la bahía de Algeciras ha dejado de tener interés operativo para la Armada británica. Además, a cuatro pasos, los Estados Unidos y la OTAN tienen el enorme complejo militar aeronaval de Rota.

Este acuerdo a cuatro bandas significa la plena reintegración de la península Ibérica -con la lamentable excepción de Andorra-: tres territorios de soberanía diferenciada (española, portuguesa y británica) por herencia histórica, pero abiertos y unidos económicamente, socialmente y culturalmente, y sin ningún impedimento para trabajar juntos por un futuro común.

Esta semana pasada celebramos el 40 aniversario de la firma de la adhesión de España y Portugal a la Comisión Europea (Unión Europea). Y, de manera coincidente, hemos recibido la buena nueva que Gibraltar acepta, de facto, formar parte de la península Ibérica, renunciando progresivamente a los privilegios fiscales que justificaban su aislamiento.

El Tratado de Utrecht y el Brexit han quedado en papel mojado en Gibraltar.

Ahora toca la tarea titánica de unir las columnas de Hércules, con la construcción de la estructura fija que tiene que conectar la península Ibérica con Marruecos y, por lo tanto, el continente europeo con África. Este túnel forma parte del proyecto de la Franja y la Ruta de la Seda, que impulsa China, país que puede ser un formidable aliado en la vertebración de un nuevo Mundo, en orden y en paz, que todos los humanos (salvo algunos, desgraciadamente con mucho de poder) deseamos desde el fondo del corazón y desde la profundidad de los siglos.

Jaume Reixach