Ibéricos Justos entre las Naciones

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La reciente apertura del “Museu do Holocausto do Porto”, el único de la península ibérica, es una excelente oportunidad para reivindicar la figura de dos ciudadanos ibéricos que contribuyeron enormemente, arriesgando incluso la propia vida, a salvar a miles de personas de una muerte segura en los campos de exterminio nazis: el portugués Aristides de Sousa Mendes y el español Ángel Sanz Briz.

El primero, nacido en Cabanas de Viriato, una pequeña aldea a 30 km de Viseu, fue cónsul en diversas ciudades del mundo (entre las que se incluye Vigo) antes de recalar en Burdeos en 1939, justo antes del inicio de la 2ª Guerra Mundial.

Allí, ante la avalancha de refugiados que llegaban a la ciudad con la esperanza de conseguir un visado hacia la libertad, decidió desobedecer las órdenes recibidas de su Gobierno y extendió visados a todos los que acudían al Consulado de Portugal, superando la cifra de los 30.000 entre judíos y otras minorías perseguidas por los nazis (como curiosidad, extendió visados a Salvador Dalí y su musa Gala).

Por este motivo, fue expulsado de la carrera diplomática e incluso se le prohibió ejercer la abogacía (había estudiado Derecho en Coimbra). Por si fuera poco, nunca se le reconoció en vida su gesta, de la que se apropió el régimen de Salazar una vez Alemania perdió la guerra. Aristides murió en la más absoluta pobreza en 1954 en el hospital de los franciscanos de Lisboa.

En cuanto al español Ángel Sanz Briz, natural de Zaragoza, fue asignado a la embajada española en Budapest como encargado de negocios en 1942. Cuando Alemania invadió Hungría en 1944 y comenzaron los planes de exterminio de la comunidad judía en dicho país, Sanz Briz envió una carta al Gobierno español informando de lo que allí sucedía.

Aunque España se había declarado país “no beligerante” durante la 2ª Guerra Mundial, la ayuda recibida por parte de Alemania e Italia fue decisiva para la victoria de Franco en la Guerra Civil recién terminada y este los consideraba países amigos, por lo que Sanz Briz no recibió instrucciones específicas para interceder ante los nazis a favor de los judíos.  Sin embargo, ante las atrocidades que se estaban cometiendo y aprovechando un Real Decreto de 1924 de Primo de Rivera por el que se otorgaba la nacionalidad española a los judíos de origen sefardí (y que los nazis ignoraban que el plazo de la ley había vencido), consiguió a través de sobornos que le autorizaran para extender 200 visados a judíos sefardíes. Después, recurriendo a una argucia más burda que ingeniosa, pero efectiva, logró transformar esos 200 visados individuales en familiares y acabó salvando a más de 5.000 judíos, fueran o no sefardíes.

En una imagen que recuerda a aquella de Oskar Schindler en la película de Spielberg, cuando corría entre los vagones mojando con mangueras a los infelices hacinados en su interior, Sanz Briz recorría frenéticamente los andenes de la estación de Budapest suplicando a los prisioneros que le dijeran al menos una palabra en español para poder bajarlos del tren.

Ángel Sanz Briz murió en 1980 sin haber recibido ningún reconocimiento por estos hechos, al igual que Sousa Mendes, si bien corrió bastante mejor suerte que su colega ibérico. Tras la guerra, fue destinado a un buen número de países de primer orden (abrió la primera embajada de España en la China de Mao Zedong, por ejemplo) y murió en Roma como embajador ante la Santa Sede.

Aunque en lo que a vidas humanas se refiere la cantidad no es lo más relevante, solo por tener una idea de la magnitud de la hazaña de estos dos ibéricos justos, el anteriormente citado y mundialmente famoso Oskar Schindler salvó a unas 1.200 personas.

Para finalizar, quisiera aprovechar este artículo para recordar una antigua de reivindicación del Movimiento Partido Ibérico encabezado por nuestro amigo Paulo S. Gonçalves, como es la de restaurar la casa natal de Aristides de Sousa Mendes en Cabanas de Viriato y darle un uso pedagógico para que las gestas de personas como Aristides y Ángel no caigan en el olvido.

 

Pablo Barcena

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