Más sefardismo, menos sionismo

Comparte el artículo:

Como bien saben nuestros lectores, desde EL TRAPEZIO venimos defendiendo a Sefarad y al-Ándalus como activos culturales iberistas, que nos ayudan a estrechar las relaciones lusoespañolas, apoyar el especial legado judío de La Raya, comprender mejor nuestro pluralismo antropológico, desmarcarnos de cualquier sospecha de antisemitismo y proyectarnos geopolíticamente en el mundo. Sefarad ha aportado un hilo de continuidad ibérica e hispánica a una historia con diferentes discontinuidades institucionales. Independientemente de los conflictos con la política oficial de las Monarquías ibéricas, como cuando algunos sefardíes se convirtieron en piratas en el Caribe o colaboraron con Holanda en la frustrada colonización de Brasil con un lógico afán de venganza, mantuvieron -por otro lado- su lealtad a la cultura hispánica, como así demostró el filósofo Baruch Spinoza, por lo que debemos estarles eternamente agradecidos.

En palabras del profesor González Alcantud: “La mística hebrea de Sefarad es absolutamente esencial para los ibéricos, no sólo por lo que significa en sí misma, sino también porque es una alternativa autóctona al sionismo político que Israel ha desplegado en Oriente Medio, y ahora en el norte de África. Sefarad en cierta medida es un opuesto a Sión. Los países ibéricos deben reflexionar coordinadamente sobre la necesidad de fortalecer, otra vez, a través de la bella idea del sefardismo, un judaísmo propio, y apoyarlo abiertamente, incluso en el interior de Israel. Es capital para la existencia del iberismo plural”.

A pesar de la memoria de las expulsiones y persecuciones, en Iberia también hubo épocas de paz y de gran protagonismo de judíos y judíos conversos en nuestra historia institucional, así como en nuestra identidad antropológica que es inseparable de la herencia cultural ibérica que ejercemos todos los días. Independientemente de las tensiones y de nuestro fervor por el jamón ibérico, hay que reconocer una influencia judía inapelable en la cultura ibérica, a veces por vías indirectas o tácitas, como se demuestra tanto en la obra de los escritores, místicos y pensadores -en general- del Siglo de Oro, como en las universidades y los monasterios ibéricos durante el tiempo del barroco. Todo esto influyó a Iberoamérica de forma determinante y -como materia prima- se exportó -para su posterior transformación- hacia la Europa transpirenaica.

Es cierto que diferentes ideologías han abanderado la causa palestina y la causa israelí. La historia de ese Estado está entrelazada con la historia europea y la Segunda Guerra Mundial, pero hay causas profundas inconscientes que movilizan filias y fobias. En nuestra intrahistoria, las encontramos. Antes de sumarse a las propagandas o señalamientos de cada lado, mejor que nunca sería recuperar a Américo Castro; sobre el que se van a publicar libros próximamente. Es por ello que insisto mucho en la lectura de su obra España en su historia: cristianos, moros y judíos, posteriormente llamada La Realidad Histórica de España.

El filoserfardismo de los siglos XIX (muy fuerte del lado político español), XX y XXI se constituyó en una corriente de recuperación de Sefarad en España y Portugal. En el caso de Portugal, la simbiosis entre lo portugués y lo judío ha sido muy fuerte en su historia, lo que es muy evidente cuando se visita Belmonte, donde se conserva hasta hoy un judaísmo local. Como hemos noticiado en EL TRAPEZIO, el turismo del legado sefardí rayano es creciente en Castelo de Vide (Alentejo) o en Fermoselle (Zamora), así como en otras ciudades que han sido puestas en el mapa, a través de los Caminos de Sefarad, gracias a la red española y portuguesa de juderías.

La identidad sefardí es parte de nosotros y parte de ella nunca se fue, se quedó. Sin embargo, para conocerla mejor es esencial mantener una alianza con lo que queda de la diáspora. Creo que sería bueno repoblar la Raya del antiguo Reino de León con descendientes de sefardíes, una zona donde existe un importante legado judío tanto del lado español como del portugués. Hablo de repoblar lo vaciado, de comunidades (y no proyecto de Estado-nación) y de vinculación histórica. Es decir, sobre la base de un pluralismo y una integración. Sin supremacismos o segregación. La Estrategia Común de Desarrollo Transfronterizo podría tener más capacidad de atracción de recursos si tuviera un eje sefardí. Lo mismo digo para las escasas comunidades de descendientes andalusíes-moriscos si se encuadra en un proyecto viable, además de los derechos de nacionalidad propuestos por Pérez Tapias -en su momento- en el Parlamento español. En ese sentido recomiendo el documental etnográfico sobre la élite andalusí marroquí, realizado por José Antonio González Alcantud (Enlace 1, Enlace 2). Por otro lado, después de que el Gobierno español dejara tirado al pueblo saharaui, habría que compensarles también dándoles la nacionalidad, dentro de otro proyecto viable.

No podemos olvidarnos de la histórica y ejemplar comunidad sefardí de Melilla o del papel del Centro Sefarad-Israel en Madrid, netamente español, fruto esta del esfuerzo conjunto del Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y de Cooperación, la Comunidad Autónoma de Madrid, y el Ayuntamiento de Madrid. El Centro Sefarad-Israel forma parte de la Red de Casas de la diplomacia española junto con Casa de América, Casa Asia, Casa Árabe, Casa África, y Casa del Mediterráneo. (Aprovecho para reiterar la demanda iberista de una Casa de la Lusofonía). Actualmente en el Centro Sefarad-Israel se exhibe una exposición sobre la edad de oro de los judíos en al-Ándalus, donde se explica que “la comunidad judía de al-Ándalus fue una de las más prósperas de todas las que habitaron en la Península Ibérica durante la Edad Media. Nombres de diplomáticos como Ibn Shaprut, poetas como Ibn Gabirol o Judá Haleví, o pensadores como Maimónides aún resuenan en el imaginario colectivo, además de ser figuras muy relevantes y presentes en el mundo judío contemporáneo. Este esplendor cultural estuvo siempre ligado a la bonanza económica derivada de las redes comerciales mediterráneas consolidadas por la dinastía omeya durante su reinado de casi tres siglos en Córdoba y explotadas por las taifas y los soberanos almorávides y almohades que gobernaron al-Ándalus”. La exposición estará hasta el 13 de marzo de 2024. (De lunes a viernes, de 10:30 h. a 20:00 h en el Centro Sefarad-Israel. Calle Mayor, 69, Madrid). Asimismo, Radio Exterior de España tiene un programa semanal en sefardí (ladino), que vale la pena acompañar y apoyar.

Si la relación de Iberia con Israel puede ser problemática por lo que conlleva de nacionalismo fuerte, que tiene más que ver con lo germánico que con lo ibérico, en cambio podemos estrechar lazos con el judaísmo del mito bueno de Sefarad, como un proyecto autónomo español y portugués, sin subordinarlo a Israel, alejado de lo que representa la familia Netanyahu (Abuelo, padre y nieto). Sabemos que Benzion (con sus exageraciones historiográficas sobre inquisición), Bibi (con su demora en el reconocimiento de la unidad de España y su alianza con Marruecos) y Yair (pidiendo a los musulmanes que miraran a Ceuta y Melilla) han hecho campaña contra España. Los de Junts lo saben. Y los del PP no se enteran.

Dado el sentimiento de culpa alemán y francés, es difícil consensuar en la Comisión Europea una política equilibrada hacia Israel y Palestina. España y Portugal tienen que desmarcarse habilidosamente, desde una neutralidad filo-sefardí y filo-árabe. En ningún caso deben vernos como enemigos. No estamos como para ponernos en al diana terrorista, ni para que nos incordien diplomáticamente en nuestras debilidades. Reitero lo dicho en los últimos años: no debemos involucrarnos más allá de las condenas de las masacres o secuestros de población civil. Y si nos involucramos que sea para la paz, como se acaba de intentar de modo muy preliminar en la Cumbre de El Cairo, donde han estado presentes António Guterres, un portugués cuya familia es originaria de una Raya muy sefardí, Pedro Sánchez y Josep Borrell. No obstante, lo primero es blindar a la península ibérica, a Iberoamérica y la Iberofonía como zona de paz y de mediación. En ese sentido, estamos mejor que otras partes del mundo, e incluso podríamos tener un consenso interno sobre este asunto más fuerte si supiéramos utilizar inteligentemente el acervo del iberismo.

Pablo González Velasco

Noticias Relacionadas