Todos tenemos derecho a vivir en un Mundo mejor

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Este 2023 no podía empezar mejor, con el acto de toma de posesión de Luiz Inácio Lula da Silva como presidente del Brasil. Por lo que es y por lo que representa: un obrero metalúrgico y sindicalista que ha conquistado democráticamente, por tercera vez, la presidencia de uno de los países más poblados del planeta, de 214 millones de habitantes.

Pero Lula da Silva transciende el cargo institucional que ostenta. Es el líder regional y referente indiscutible de la izquierda progresista de América Latina, como lo demuestra la nutrida presencia de las primeras autoridades del área iberoamericana en el acto celebrado en Brasilia, incluidos los jefes de Estado de España, Felipe VI, y de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa.

En el camino hacia la conformación de un gobierno mundial que planifique y organice la vida de los 8.000 millones de personas que habitamos la Tierra –bajo los parámetros del respeto a los Derechos Humanos, la coexistencia pacífica y la desaparición de las desigualdades sociales- es importante que se constituyan grandes bloques homogéneos que permitan avanzar hacia esta fusión deseada. La Unión Europea, que reúne a 500 millones de habitantes de lenguas y culturas muy diversas, es el paradigma de este proyecto que tiene que unir a la humanidad.

Iberoamérica, entendida como el conjunto de países que comparten un mismo espacio geográfico y una lengua de matriz ibérica –español y portugués-, sería la siguiente etapa de esta vertebración imprescindible. Hay una evidencia: la ausencia de una unión monetaria y política debilita a todos y a cada uno de los países (Argentina, Chile, Perú, Colombia, Bolivia, Brasil, Venezuela, Uruguay, Paraguay, Ecuador, México…) y los sitúa en una posición de indefensión y de sometimiento ante potencias consolidadas como los Estados Unidos o China.

Si Iberoamérica emprendiera el camino de la integración, sus divisas nacionales dejarían de ser calderilla, sus extraordinarias riquezas naturales podrían ser comercializadas a precios justos y esto, sin duda, beneficiaría a los 640 millones de habitantes de la zona Latam, desde la frontera de los Estados Unidos hasta la Patagonia, que se han convertido en prisioneros de la miseria y en “carne de emigración”. En este sentido, Lula da Silva, en su primer discurso oficial, ya ha manifestado su voluntad de revitalizar y fortalecer el Mercosur y la CELAC, que son los instrumentos que tienen que hacer posible el “viejo y bello sueño” de los Estados Unidos de América del Sur.

Los avances tecnológicos determinan y anticipan los cambios de civilización. Así pasó con el fuego, con la rueda, con la navegación, con la imprenta, con el vapor, con los combustibles fósiles, con la energía de fisión nuclear… y, desde hace unas décadas, con la digitalización y las telecomunicaciones. Internet, sin duda, marca una nueva etapa en la historia y facilita, precisamente, la unificación de la humanidad, más allá de las fronteras y las banderas que conocemos y que hemos heredado de antiguas guerras.

El proyecto de integración de América Latina, que el nuevo presidente del Brasil puede y tiene que encabezar, tiene que servir, también, para propulsar, de manera decidida e irreversible, la integración de la península Ibérica. España y Portugal son, en definitiva, las potencias generadoras de la europeización del continente americano. Se las puede acusar de “colonizadoras”, de “genocidas”, de “etnocidas”…, pero son hechos de siglos atrás y ya se sabe que agua pasada no mueve molino.

La realidad, hoy, es que en América Latina hay 640 millones de personas que hablan y se entienden en español y portugués y que esto, nos guste o no nos guste, crea unos vínculos fortísimos con los dos estados de la península Ibérica. La dimensión atlántica de América establece una relación privilegiada con Europa y es obvio que España y Portugal son la cabeza de puente de esta poderosa dinámica económica, política y cultural.

Una mayor compenetración entre ambos países –que es lo que propugna nuestro diario EL TRAPEZIO es el “microcosmos” que tiene que hacer posible el “macrocosmos” de la integración de los estados latinoamericanos, bajo la batuta y la autoridad moral de Luiz Inácio Lula da Silva. Este es el escenario radiante que se nos ha abierto este 1 de enero –después de la oscura etapa representada por Jair Bolsonaro y su “padrino”, Donald Trump- y que tenemos que saber aprovechar y expandir.

Los humanos tenemos derecho a la felicidad y a vivir en un Mundo mejor. Esta es la antorcha que ilumina nuestros ojos y que guía nuestros pasos desde la profundidad de los tiempos. Hemos vivido horribles vicisitudes y hemos sufrido adversidades de una extrema crueldad –como las que ahora mismo padece la población de Ucrania-, pero también hemos podido comprobar, una y otra vez, que el amor y la alegría que brotan de nuestros corazones son indestructibles y que el bien siempre acaba triunfando sobre el mal.

Es con esta convicción que encaro el 2023. No dejaré que nos arrebaten la esperanza que se ha abierto este 1 de enero: en Brasil, en América Latina, en Iberia, en Europa y en el Mundo. Y lucharé cada día para que los buenos propósitos y las buenas noticias emerjan aquí y en todas partes. Por nosotros, por nuestros hijos, por todos.

 

Jaume Reixach

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