Circula la idea de que si España y Portugal fueran un solo país tendrían más fuerza en el seno de la Unión Europea. Esto es cierto en un sentido cualitativo. Ahora bien, si lo reducimos a lo cuantitativo y al ámbito de la representación en el Europarlamento, esto no es cierto. Aunque no guste, esto es así; y hay que coger el toro por los cuernos, aceptando esa realidad.
Es aquí donde el “iberismo de la coordinación”, que se propugna desde la línea editorial de EL TRAPEZIO, adquiere más virtudes que las propias del mero pragmatismo histórico. Las reglas de reparto nacional de la Eurocámara siguen el siguiente criterio: “Los países con mayor población tienen más escaños que los países menos poblados, pero estos últimos tienen más escaños de lo que derivarían de la proporcionalidad estricta. Este sistema se conoce como el principio de proporcionalidad decreciente”.
Estas son las cuentas:
10,28 millones de habitantes PORTUGAL = 21 eurodiputados [2,04 eurodiputados por cada millón de habitantes].
46,94 millones de habitantes ESPAÑA = 59 eurodiputados [1,25 eurodiputados por cada millón de habitantes].
60,36 millones de habitantes ITALIA = 76 eurodiputados [1,25 eurodiputados por cada millón de habitantes].
57,22 millones de habitantes IBERIA (España+Portugal), aplicando 1,25 eurodiputados por cada millón de habitantes = 71 eurodiputados.
EURODIPUTADOS DE IBERIA POR SEPARADO = 80
EURODIPUTADOS DE IBERIA EN CIRCUNSCRIPCIÓN ÚNICA = 71
Hay quien plantea una macrocircunscripción entre España y Portugal sin reducción de asientos lo que es una hipótesis fantasiosa. En ese sentido, además de que ningún colega europeo aceptaría esa “trampa”, antes veríamos como se implanta una circunscripción única en toda Europa.
El iberismo en la UE tiene eficacia como coordinación ibérica previa y permanente de apoyo mutuo entre europarlamentarios, ministros y comisarios portugueses y españoles. Algo de esto hemos visto en la relación estrecha entre Santos Silva, ministro de Exteriores de Portugal, con importante protagonismo por la Presidencia lusa del Consejo de la UE, y Josep Borrell. Por ejemplo, en reuniones con Mozambique y Rusia, Borrell, alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, cedió su representación a Santos Silva, dada la sintonía y confianza política entre ambos dirigentes ibéricos.
Ese “iberismo de la coordinación”, en el seno de la UE, tiene dos puntos fundamentales: 1) Acelerar tanto el desarrollo de las infraestructuras entre España y Portugal como la repoblación La Raya; 2) Pactar una política interna y externa a la UE compatible con el espacio iberoamericano y los intereses económicos de España y Portugal.
Quizá haya quien considere injustas las reglas del reparto de escaños, y que la UE debería incentivar la confederación de países en el seno de comunidad europea. Desde esa perspectiva, entonces lo lógico sería proponer otras reglas de reparto de eurodiputados. Habrá quien diga que la UE promueve indirectamente la separación dado que existe prima por país pequeño en población. Si cada Comunidad Autónoma española participara directamente en la UE, la suma de todas las partes daría más eurodiputados. Existe un mínimo de 6 eurodiputados por país. No obstante, como sabemos, el criterio de la Comisión Europea es que quien se separa de un Estado miembro, queda fuera de la UE automáticamente.
Esas cuentas, sobre la reducción de eurodiputados de una hipotética Iberia, ya las había realizado en 2016 cuando participé en la redacción de la Declaración de Lisboa. En el apartado “Ventajas de la Comunidad Ibérica de Naciones y de la Iberofonía”, expusimos que “juntos somos más fuertes y viviremos mejor”, porque “la suma ambas economías aumentaría nuestro poder de negociación con la Comisión Europea y la Troika. Un voto con liderazgo ibérico puede tener más influencia que dos votos separados. Nos supondría ganar PIB, población y superficie”. No hablábamos de número de eurodiputados, sino de peso político. Éramos conscientes de ello.
Este domingo António Costa ha afirmado en una entrevista al diario Público de Portugal que la “ideia de que a Europa é governável por um directório franco-alemão acabou”. Lo cual nos ayuda a ser un poco más optimistas (más si cabe con las innovaciones en la política monetaria y fiscal con los fondos de recuperación), sin embargo, no hay que olvidar lo une el europeísmo al iberismo, reflejado en la citada Declaración de Lisboa, “somos europeístas en la medida que no sea un obstáculo para estrechar las relaciones entre los países ibéricos e iberófonos”.
Más allá de las utopías deliciosas de una única Iberia plural, posible en el ámbito cultural interregional y en el ámbito personal, lo que interesa, en el ámbito político, por pragmatismo histórico e institucional, es el “iberismo de la coordinación” en la Raya, en el Mecanismo de Seguimiento de la Cumbre Ibérica, en la UE, en Iberoamérica y en la iberofonía. El espacio y potencialidad que ofrece este iberismo es amplísimo, porque la situación actual es manifiestamente insuficiente y la convergencia ibérica es lenta y frágil, como se demostró durante el cierre de fronteras.
Pablo González Velasco