Anno domini 2020

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Vivimos un momento histórico. Algo que dentro de algunos años será estudiado por alumnos que quizás estén sentados en unos sillones flotantes y vean a su profesor a manera de un holograma.

Un bichito diminuto ha puesto contra las cuerdas a toda la humanidad ¿Aprenderemos de ello? Lo dudo. Aquí, perdónenme, sale mi eterno pesimismo, ya saben lo que dicen, un pesimista es un optimista bien informado.

Tengo la sensación de que nos hemos convertido en personajes de una historia legendaria, épica, trágica.

Nos veo en color sepia con pequeñas imperfecciones sobre el retrato. Estampas congeladas de las que hablarán las siguientes generaciones. Algunos se especializarán en la pandemia del 20, como hoy existen eruditos de la gripe del 18.

Debatirán si esto o aquello, de nuestros gobiernos, de nuestra inteligencia, de nuestra capacidad de adaptación.

Quizás para entonces esta UE insolidaria, demacrada y fea sea para ellos una vieja página en un libro que hable de cosas antiguas. Tal vez se preguntarán cómo, ante tanto horror, no fuimos capaces de tomar decisiones conjuntas. Buenas decisiones. ¿Mirarán entonces desde otra perspectiva? ¿Se habrá impuesto una solidaridad común? Si es así nos juzgarán  duramente.

Pocas son las voces que se elevan por encima del discurso imperante. El gran Costa, primer ministro de Portugal, se revela como una de ellas.

Italia y España bloquean cuán pescados sacados del río por conseguir un poco más de oxígeno, seguidos de Francia cuya inclinación de la curva da pavor.

Europa agoniza entre reuniones y falta de actitud. Parece no darse cuanta de que el mundo cambiará, en realidad, ya ha cambiado. Se ha hecho visible su incapacidad, su ineptitud.

Países altamente polarizados interiormente y enfrentados entre si que conforman una unión que se ve incapaz de dar salida a esta crisis, como tampoco lo hizo en la anterior, en la del 7. En la que prefirió rescatar bancos que oprimieron más a las naciones, secuestrando su soberanía.

El sur, siempre el sur.

El sur alegre y soleado, pintado de azul por el mar.

Nuestro sur al que llegaron las nieblas del centro en forma de recortes, de señores de negro, serios como en un funeral, de esos de traje, gafas de espejo y corbata, de los que arrancan vides sin verter una lágrima, de los que subvencionan durante años una tierra sin cultivar para colocar mejor sus productos, de los que saquean, como lo hicieron hace años en nuestros países para luego negar la mayor y agarrarse como garrapatas a un dinero ficticio. Falso porque, en realidad, no existe. No hay nada que lo respalde, nada. Nada les impide encender las máquinas a todo vapor e inyectar dinero. Fabricarlo. Regalarlo. Sólo el pecado de la codicia impide el socorro necesario. Y digo pecado no en el término cristiano sino por su disructividad. Vivimos en un sistema que se ha vuelto loco, que se encuentra embriagado del color verde del papel moneda, que sólo es eso, papel.

Países de primera, segunda y tercera clase, como los vagones de los trenes de vapor.

Una, dos y tres velocidades en una Europa que muestra su peor cara. Funcionarios que bostezan, que miran indiferentes, que no tocan el asfalto.

Mientras,  nuestros médicos, enfermeras, personal de limpieza y todos aquellos que se ocupan de nuestra salud, son mandados a primera línea de combate en condiciones infrahumanas. Liquidadores que están dejando su vida por salvar a su país.

Más de un mes después de decretar el estado de alarma siguen cayendo, en cascada. Se preocupan por los equipos de protección, ‘llegarán la semana que viene’ es la respuesta. Siempre es ‘la semana que viene’. Cada vez que lo oigo me pregunto a qué semana se referirán, a la que viene después de qué, de cuándo.

¿Existe solución cuando desde el mismo país en el que se produce la zoonosis se envían test en mal estado? Cuándo dependemos de ellos porque nos deshicimos de nuestros medios de producción en aras del Dios Capital? ¿Tiene algún sentido? ¿En serio creen que si no se actúa conjuntamente tenemos algún futuro como especie?

Europa se ha convertido en el boxeador tocado que vive de dorados recuerdos mientras el novato le mete un gancho de extrema derecha y lo lanza a la lona.

Por cierto lo de ‘derecha’ sí va con segundas, por si alguien se lo preguntaba.

 

Beatriz Recio Pérez es periodista, con amplia experiencia en La Raya central ibérica.

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