La frontera vuelve a ser Raya el próximo 1 de julio. Una fecha histórica donde los ibéricos y las máximas autoridades de ambos Estados se abrazarán en el límite fronterizo de Caia/Badajoz. Lo cual brinda una excelente oportunidad para que la sociedad civil exprese sus reivindicaciones. Antonio García Salas, portavoz de la plataforma Sudoeste Ibérico en Redes, ha anunciado que “tenemos casi 17.000 firmas ya en apoyo al Corredor Sudoeste Ibérico y deberíamos tener muchas más para entregárselas al Rey, al presidente de la República de Portugal y a los presidentes de los Gobiernos de España y Portugal el día 1 de julio cuando vengan a abrir la frontera de Caya. No basta con abrir la frontera tras su cierre, hay que comprometerse a conectar Madrid con Lisboa como deben estar las dos capitales ibéricas. ¡Firma en apoyo a que se impulse el Corredor Sudoeste Ibérico Ya!”.
Este corredor ferroviario del Sudoeste Ibérico se propone superar tanto el aislamiento que sufre Extremadura, desde que se creó la frontera con Portugal, como el propio aislamiento de ambos países entre sí. Se trata de conectar el Atlántico: con la Meseta, con el Mediterráneo y con la Europa central.
Este corredor coincide aproximadamente con un corredor fluvial natural peninsular llamado río Tajo (en España) y Tejo (en Portugal). Y precisamente, en tiempos de la unión de coronas (que no de reinos), bajo el cetro de Felipe II (Filipe I de Portugal), se pretendió romper ese aislamiento con el proyecto de navegación del Tajo.
Más allá del imaginario centralista de Felipe IV, su abuelo, Felipe II, cumplió escrupulosamente con el juramento de Tomar. En ese sentido, cabe pensar que aquel proyecto de navegación del Tajo fue un intento honesto de conectar dos capitales para una mayor prosperidad y una mayor comunicación entre ambos reinos. Lo que puede tener paralelismos, desde el máximo respeto por las soberanías e intereses nacionales, con el corredor ferroviario del Sudoeste Ibérico del siglo XXI. Las importaciones y exportaciones, portuguesas y españolas, entre sí o externas, pueden verse beneficiadas con mejores infraestructuras para que abaraten las mercancías y para que acorten los tiempos de movilidad de trabajadores y turistas.
El establecimiento de la frontera luso-española, en el siglo XIII, supuso una fractura traumática para la Península y la tradición romana. Extremadura, antes de la frontera rayana, era un lugar de conexión estratégica entre el norte y el sur, el este y oeste peninsular. Una tradición y concepción estratégica que fue respetada por visigodos y andalusíes.
Recordemos la pujanza de la Mérida romana como gran centro jurídico, económico, militar y cultural. Augusta Emerita fue capital de la provincia hispana de Lusitania y capital de la Diócesis de Hispania. Lusitania ocupaba la mayor parte del futuro Portugal (al sur del Duero) y los actuales territorios de Extremadura y Salamanca. El norte de Portugal no era parte de Lusitania, sino en Gallaecia, junto con Galicia, Asturias, León y Zamora.
En la Hispania visigoda, Mérida perdió la capitalidad peninsular (en favor de Toledo), pero mantuvo su capitalidad lusitana. Posteriormente en tiempos de Al-Ándalus (Iberia andalusí), el protagonismo político del oeste peninsular se transferiría de Mérida a Badajoz, ciudad fundada Ibn Marwan en el año 875. La Taifa de Badajoz, a finales del siglo X y comienzos del XI, fue un reino lusitano-andalusí que ocupaba gran parte de Portugal (todo el Alentejo y región del centro, incluyendo ciudades como Lisboa y Santarém, hasta el rio Duero).
Como nos muestra la historia, no siempre hubo este aislamiento, aunque este se enraizó durante siglos hasta nuestros días. Es la hora de hacer historia y presionar a las autoridades ibéricas el próximo 1 de julio, en favor tanto del corredor ferroviario del Sudoeste Ibérico, como de una buena gestión ecológica y coordinada del rio Tajo. No olviden firmar el manifiesto.
Pablo González Velasco es coordinador general de EL TRAPEZIO y doctorando en antropología iberoamericana por la Universidad de Salamanca