Madrid en silencio

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Cuando se quiere decir en inglés «no hay mal que por bien no venga», se puede usar la expresión silver lining (literalmente, «revestimiento de plata»). Cuando se dice there’s a silver lining in any difficult situation, es como decir, «siempre hay un lado esperanzador». Pues con Madrid bajo cuarentena, me fijo más en todas las pequeñas cosas que han cambiado.

El silencio. Ese es el cambio más obvio. Me despierto oyendo pájaros. Todavía pasan por aquí los autobuses y algunos coches, pero cada uno es, en sí mismo, una pequeña sorpresa. Igual que los perros, que de vez en cuando ladran. También hay menos personas hablando excesivamente alto, sin pensar en a quién pueden molestar.

Y me imagino que, en el centro de la ciudad, (¿cómo voy a saberlo? ¡Resido en una calle pequeña!), ya se oigan menos las malditas bocinas de siempre; la infernal malcriadez de las personas cuyas vidas son definidas por la prisa y la apatía.

Sí, apatía, porque cuando pitas e insultas a la persona que va a tu lado, demuestras que, en ese momento, sólo te preocupas por ti mismo, y que has perdido toda la capacidad de sentir empatía por tu comunidad. Y quizás en casa o con tus amigos no seas así… Pero si tú no eres así, si tú quieres a tu país y a tu comunidad, ¡pues demuéstralo! ¿Nunca se te ha ocurrido que ese tío al que pitas probablemente es tan español como tú?

O quizás te encante pasar el tiempo en las redes sociales insultando a toda la gente. O quizás le pegues a tu mujer. O quizás pases el tiempo pensando «a todos los demás que les zurzan, yo voy a sobrevivir a todo lo imaginable». O quizás seas aquel sinvergüenza que en el trabajo no hace más que estropear las vidas de los demás, porque te encanta el poder; te encanta ser el jefe injusto; estar en tu posición de autoridad y fuerza que te permite crear un ambiente de trabajo horrible sin que nadie te pueda decir nada. ¡Cobarde! Yo tengo la bendición de trabajar para personas que saben ser asertivas cuando tienen que serlo, pero que nunca, nunca han dejado de poner a las personas en primer lugar. Nunca renunciaron a la empatía, ni a la justicia, y que siempre han hecho todo lo que podían por su equipo. Que yo pueda hacer todo mi trabajo desde casa es una de las grandes ventajas de mi trabajo, pese a que la principal sea, sin duda, saber que trabajo con gente que me respeta y defiende ante todo, y todos. Ojalá todo el mercado de trabajo fuese así, y no hubiese por ahí tantos capullos adictos al poder y al dinero, con el cuchillo y el queso en la mano, aprovechándose de las personas más vulnerables a cada oportunidad.

O quizás seas una persona de bien, que sufre por no poder hacer su vida normal. Quizás deseases no sentirte tan amenazado por la conyuntura, tan asustado por la incertidumbre, tan inseguro acerca del futuro… Quizás te gustase saber cómo va a ser el futuro. Me solidarizo con quien está pasando dificultades por no poder trabajar y hacer su vida normal, pero la verdad es que, para mí, este silencio, y este aire más respirable, son muy bienvenidos.

Espero, sinceramente, que cada vez más personas vayan pudiendo adaptarse, descubrir otras formas de vivir la vida y de hacer su trabajo. Claro que no quiero ver a las personas asustadas. Pero quiero, eso sí, que cada vez más personas den valor a las «pequeñas cosas»; especialmente, el silencio; el aire limpio, y el no tener que estar en la oficina vendiendo el alma a imbéciles adictos a la «microgestión» de sus subordinados.

Cada vez más personas van a pensar: «¡Jolines! Si puedo hacerlo todo desde casa, si puedo quedarme en la compañía de la familia y jugar con el gato, ¿para qué voy a la oficina a aguantar a mi jefe cretino?». Y, así, la transición al teletrabajo será acelerada, aún más. Qué remedio. La sociedad no puede parar. Las personas tienen que ganar dinero de alguna manera.

Pero hay lecciones en esto para todos, ¿verdad? Nuestra sociedad no estaba preparada para esto, ni de lejos. Deberíamos haber elaborado planes para gestionar esto en tiempo y en forma. En vez de eso, ¿qué tenemos? El egoísmo de las estanterías vacías en el supermercado; el «sálvese quien pueda» de los hospitales que van a estar a tope, y la incertidumbre del «ahora qué hago yo con mi vida» de las empresas que, pudiendo implementar el teletrabajo, no han querido hacerlo mientras podían.

Espero que todos aprendamos la lección y que, de una vez por todas, comprendamos la importancia de construir una sociedad sostenible; y de exigir cambios en todo aquello que no está bien. Espero, sinceramente, que las personas digan «basta», y que se liberen del conformismo que les consume día tras día. Y por «basta» me refiero a basta de codicia; basta de corrupción; basta de apatía; basta de odio.

También espero que las personas mantengan la calma y que lo pongan todo en perspectiva. No es el fin del mundo, ni es la primera vez que esto pasa. El mundo sobrevivió a las vacas locas; a la gripe porcina; al ébola; al sida. También sobrevivirá a esto. ¡Qué las palmas y los cánticos de los ciudadanos sigan quebrando el silencio nocturno de Madrid y de Lisboa!

 

João Pedro Baltazar Lázaro

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