Quizá el título que me ha sido dado en este periódico —el Greta Thunberg del iberismo— me quede grande, pero intentaré hacer honor al mismo. En 2004, Romano Prodi, quien fuera presidente de la Comisión Europea (1999-2004), dictó una frase premonitoria: «El tren de la Unión no puede siempre moverse a la velocidad del vagón más lento. De hecho, tengo la impresión de que algunos de los vagones no quieren moverse o incluso quieren ir hacia atrás».
Esta afirmación llegó al inicio de los debates sobre el Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, entre 2004 y 2006, cuando todavía parecía posible unificar la Unión Europea; pero, a lo largo de los siguientes años, la Europa a dos velocidades se ha convertido en una realidad palpable. Que a Portugal, Italia, Grecia y España nos llamasen cerdos —PIGS— los Estados miembro del norte allá por 2008, comenzaba a oler a complejo de superioridad, algo poco aceptable en el contexto de una unión entre iguales. Asumimos que sólo era culpa del “periodismo basura” porque los dirigentes de aquellas naciones no parecían respaldar la idea, pero hace unos días el primer ministro de los Países Bajos, Mark Rutte, declaró abiertamente la guerra a los Estados del sur.
Sádicamente diría que su dirigente debería ser más humilde y tener perspectiva, porque dentro de poco serán los neerlandeses quienes pidan eurobonos para construir diques, ya que, según ellos, nosotros vivimos por encima de nuestras posibilidades, pero ellos también lo hacen, solo que por debajo del nivel del mar. Aunque, ironías aparte, quizá estemos ante la gota que colmó el vaso europeo.
Me sumo a las declaraciones del primer ministro de Portugal, António Costa, quien dijo claramente que: «Si no nos respetamos los unos a los otros y no comprendemos que, ante un desafío común, tenemos que tener la capacidad de responder en común, entonces nadie entendió nada de lo que es la Unión Europea». Ante esta circunstancia, muchos optan por tomar la pUErta y decir “hasta lUEgo” al resto de Estados del norte.
Pero este artículo toma por título una palabra ambiciosa: soñar. Soñar en una sociedad inundada por la distopía es complicado y no seré yo quien defienda a los Estados del norte tras las declaraciones de Rutte, pero mirando con perspectiva, quizá sea el empujón que nos hacía falta a los Estados del sur para tirar de nuestra propia fuerza y soltar la mano de mamá Merkel. No hablo de crear comunidades paralelas a la europea, como algunos proponen, pues ello sería caer en nacionalismos absurdos; aunque quizá los ciudadanos de la Península sí debiéramos mirar a otra unión: aquella entre España y Portugal, la unión de Iberia.
Creo que esta crisis sanitaria mundial nos ha hecho entender algo que de otra forma no hubiese sido posible: hay problemas que no entienden de fronteras y, por tanto, no pueden ser abordados por un solo Estado. Si Portugal tomase medidas y España no, o viceversa, no serviría de nada las políticas del primero; por ello, debemos caminar hacia la unificación de nuestros sistemas y, ¿qué mejor que caminar hacia un sistema que obligue a ambos a actuar con coherencia ante problemas comunes? La lucha contra el Covid-19 ahora, pero también la guerra contra la crisis climática, contra la despoblación o contra la crisis económica son frentes comunes, así que soñemos en común.
Daniel Ratón es secretario de Organización de las Juventudes Socialistas de Zamora.