Castillo de Almourol, la joya aislada de la Reconquista

En medio del río Tajo, el enigmático castillo es considerado uno de los más preciosos de Portugal y un ícono de la Reconquista cristiana de la Península

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Castillos hay muchos, pero pocos tienen el encanto de hacernos viajar en el tiempo y fantasear con lo que se vivía. Es el caso del castillo de Almourol, ubicado en un islote que se levanta en medio del Tajo, no muy lejos de la ciudad de Tomar. Aquí cada piedra parece hablar. Cruzar de esquina es un regalo para los ojos.

Su historia es incierta, pero se sabe que ya existía un castillo con el nombre de Almorolan, por ocupación de los moros, cuando los cristianos aquí llegaron en 1129. Antes de ellos, se cree que también pasaron por este lugar los romanos (que muy probablemente construyeron el castillo) y pueblos germanos como los alanos y los visigodos.

Bajo el control de los cristianos, el castillo se entregó a la Orden de los Templarios, que lo reconstruyó en la fecha inscrita en la puerta principal: 1171. En este proceso hay que destacar la figura importante de Gualdim Pais, caballero templario y fundador de Tomar al servicio del primer rey portugués, Don Afonso Henriques.

Desde ese entonces, la edificación sirvió como punto estratégico de la línea defensiva del Tajo, juntamente con los castillos de Tomar, del Zêzere y de la Cardiga. Pero también tuvo importancia como puesto de control de las mercancías que cruzaban el mayor río de la Península Ibérica.

Con la extinción de la Orden templaria, en 1312, el castillo pasó a pertenecer a la Orden de Cristo, sucesora de la primera en Portugal. Sin embargo, ya no era necesario defender el territorio y, por eso, el castillo se vio abandonado durante más de cinco siglos.

El terremoto de 1755 provocó pequeños daños en la estructura, que sería objeto de reformas en el siglo XIX bajo el ideal del romanticismo medieval, coronándose uniformemente la parte superior de las murallas con almenas y merlones. Todavía así, el castillo permanece hoy en día muy parecido al que era en sus principios.

Ya en el siglo XX, el castillo fue clasificado Monumento Nacional en 1910. Durante la dictadura de Salazar, fueron promovidas nuevas intervenciones en la estructura para dotarla de un carácter nacionalista, sirviendo en la época como residencia oficial de la República Portuguesa y albergando innumerables eventos del régimen.

El punto neurálgico de varios mitos

Hoy en día es posible visitar el castillo a pie, cuando el nivel del río lo permite, o con un paseo de barco, partiendo normalmente de la orilla derecha del río, en Tancos. Pero si no se va específicamente en busca de esta maravilla o si no se está muy perdido, es muy probable que no se la encuentre.

Es también por eso que Almourol es tan enigmático y ha merecido, a lo largo de los años, varias leyendas que aquí toman su lugar, normalmente basándose en el encuentro entre moros y cristianos. Una de las más populares es la de Don Ramiro, un caballero godo a quién le pertenecía el castillo.

Casado y con una hija única, Beatriz, Ramiro era un soldado temerario, pero rudo y cruel como otros señores godos. Cierto día, regresando victorioso de una batalla, el caballero se cruzó cerca del castillo con dos moras, madre e hija, que transportaban agua en un cántaro.

Sediento por el viaje, ordenó a la joven mora que le diese agua, pero la chica, asustada por su figura y tono de voz, dejó caer el cántaro, derramando el agua. Ciego de rabia, Ramiro ferió con su lanza a las moras que, antes de morir, lo maldijeron. En ese momento llegó el hijo y hermano de las asesinadas, que el cristiano quiso llevar al castillo y convertir en esclavo.

Los años pasaron y el chico, decidido a vengarse por su tragedia familiar, fue envenenando a la esposa del caballero, que poco a poco se fue debilitando hasta morir. El disgusto del suceso llevó Ramiro a abandonar el castillo para luchar contra los infieles, confiando su hija al joven moro que, astuciosamente, siempre se revelara dócil y cortés.

Pasó, sin embargo, que los dos jóvenes se enamoraron, aunque el moro nunca dejó de pensar en vengarse. Pero Ramiro volvió con un pretendiente para su hija y el moro, perdido de amor, se lo contó todo a Beatriz: las crueldades del padre, en envenenamiento de la madre y su lucha interior entre el amor y la venganza.

No se sabe a ciencia cierta lo que pasó después de esta confesión, pero la leyenda dice que Beatriz y el moro desaparecieron para siempre, sin dejar rastro. Y que Ramiro, lleno de remordimiento, murió poco tiempo después, dejando el castillo abandonado.

La leyenda también dice que, en las noches de San Juan, todavía se puede ver el moro abrazado a Beatriz y Ramiro, a sus pies, sollozando e implorando perdón al mismo tiempo que el moro suelta la palabra “maldición”.

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