[Historia e historias de proximidad de «La Raya»]: Torre de don Miguel

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No es, a priori, uno de los pueblos más conocidos de la Sierra de Gata, pero sorprende. Y tanto que sorprende. Torre de don Miguel se está ganando un lugar de privilegio en el panorama serragatino y extremeño de los últimos años gracias, sin duda, al buen hacer de sus habitantes. El último logro ha sido la declaración como Fiesta de Interés Regional de su celebración más arraigada, El Capazo. Se trata del reconocimiento a una de las fiestas con más tradición de todo el norte extremeño, que hunde su ritual vinculado al fuego muy atrás en el tiempo, y que también supone el broche de oro a varios años de una apuesta clara por revitalizar el pueblo.

La ubicación aquí de un centro de interpretación e información de la comarca de Sierra de Gata, la planificación de actividades para embellecer las calles, para preservar expresiones lingüísticas propias o para reconocer a las mujeres locales, así como la creación de un singular Belén en fechas navideñas, han sido algunas de las acciones que han erigido a Torre de don Miguel como modelo de dinamización rural y lucha contra la despoblación. En todo ello ha tenido mucho que ver María Jesús Nuevo, responsable del centro de interpretación y enérgica impulsora de proyectos locales. Es, además, trabajadora incansable de contenido serragatino a través de las redes sociales y apuesta por la tecnología como medio para dar a conocer los atractivos de su tierra. Tomarse un café con ella es enamorarse perdidamente de Torre de don Miguel, doy fe.

Como gran parte de los pueblos de la Sierra, La Torre conserva vestigios de época remota tales como lápidas funerarias romanas incrustadas en las fachadas de algunas casas. Sin embargo, no se corrobora la existencia de asentamiento estable en el reducido término municipal hasta el siglo XIII. Al amparo de la islámica fortificación de la Almenara, y en una posición intermedia entre la villa de Gata y la de Santibáñez el Alto -los dos núcleos poblados más importantes de la encomienda oriental de la Orden de Alcántara en la comarca-, la tradición sostiene que fue en el tiempo del comendador Frey Miguel Sánchez -hacia los años 20 de la centuria decimotercera- cuando comenzó a gestarse establecimiento torreznero, en torno a una torre o casa fuerte rodeada de huertos y jardines.

La Torre de don Miguel crecería en el devenir hasta conformarse tres barrios o quartos. En el contexto bajomedieval de conflictos jurisdiccionales y tributarios entre Santibáñez y otras villas de la encomienda, La Torre consiguió exenciones y privilegios que le proporcionaron cierto crecimiento. De entonces se conserva un reconstruido y reubicado rollo jurisdiccional. Su entramado urbano primigenio parece haberse fosilizado en mayor o menor medida, según se deduce de la irregularidad, estrechez y arrinconamiento de muchas de sus calles, especialmente en el quarto del Cancillo. La tradicional consideración de éste como barrio judío no se ajusta a criterios históricos.

Es la arquitectura la que realmente imprime un carácter singular al pueblo, pues mantiene edificaciones que siguen la pauta de vivienda serrana. En la parte inferior se abren dos portones, uno para la cuadra y/bodega y otro para la vivienda propiamente dicha, situada ésta en ocasiones en el nivel intermedio del edificio y, por tanto, con necesidad de acceso escalonado. La parte superior o sobrao, como en el resto de la comarca, solía destinarse a lugar de almacenaje.

Dos aspectos llaman marcadamente la atención en el urbanismo y arquitectura de La Torre. De un lado la abundancia de piedra de cantería granítica bien trabajada y con profusa decoración que presentan muchas de sus fachadas, reutilizando en sus dinteles elementos pétreos de época romana o esculpiendo escudos heráldicos en el propio material pétreo, apenas sin sobresalir. Ello nos habla de cierta prosperidad en algunas familias locales en los siglos XVIII y XIX, tiempo del que datan algunas de las viviendas.

De otro lado, los llamados “balcones”, es decir, las habitaciones sobrevoladas que unen dos edificios enfrentados y que conforman la verdadera esencia del pueblo. Se conservan unos nueve, tres menos que en el cercano Robledillo de Valdárrago y bastantes más que en la vecina villa de Gata (en ésta última se derribaron muchos “balcones” en el siglo XVI).

Su imponente iglesia tiene advocación a la Asunción de la Virgen y preside la plaza mayor del pueblo. Quedó inacabada en su remodelación del siglo XVI y a mediados del siglo siguiente, en plena Guerra con Portugal, se erigió a su alrededor un fuerte con carácter defensivo del que ya no queda nada. Otros edificios religiosos son la coqueta ermita del Cristo, hacia la entrada sur de la localidad, y la de la Bienvenida, que custodia a la patrona torreznera.  

No parece que se sufriera ningún asedio ni arrasamiento portugués, como sí ocurrió en otras localidades vecinas, pero las consecuencias del conflicto y la crisis generalizada de aquel contexto hicieron menguar su demografía. Como queda dicho y se advierte en su arquitectura más señorial, La Torre experimentó un notable desarrollo en los siglos siguientes y al comenzar el XX un sinfín de oficios de los más diversos mantuvieron el pueblo con una notable vitalidad hasta las décadas de la emigración masiva.

De los casi 1.800 habitantes torrezneros que había en 1910 se ha pasado a algo menos de 500 en la actualidad. Sin embargo, como indicábamos al principio, en los últimos años se intuye un nuevo tiempo de esperanza. Torre de don Miguel está consiguiendo subrayarse en negrita en el mapa ibérico. Próximamente su nombre aparecerá en la red de aldeas históricas de la Raya y el minucioso trabajo de personas como María Jesús seguirá teniendo recompensa. En la Historia del pueblo y en las historias de sus gentes están las claves del éxito.   

 

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

 

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