Coria, una reliquia desconectada por el oeste (II)

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Cuando a comienzos del siglo VIII el inestable reino de Toledo termina por sucumbir y el eje político centro-peninsular se traslada hacia el sur -ahora étnicamente árabe e ideológicamente islámico-, Coria y Egitania verán progresivamente modificada su condición geoestratégica. El proceso fue más o menos lento y, desde la óptica social, no hubo ruptura. En tanto que urbes de tradición romana y sedes episcopales, las plazas cauriense e igaeditana serían objetivos prioritarios del poder árabe para hacerse con el control del norte de Lusitania, aún más cuando al-Andalus quedó retraída, a partir de mediados del siglo VIII, al sur del río Duero en su parte actual portuguesa y prácticamente al Sistema Central en su parte española.

Sabemos que contingentes de población bereber que en un principio habitaron tierras gallegas y leonesas se instalaron en Coria hacia el año 740. Fue la tribu de los Masmuda la que terminaría por representar la fidelidad a Córdoba en el territorio fronterizo de la antigua provincia lusitana hasta el último tercio del siglo IX. Este sector andalusí se caracterizó durante toda la época emiral por su posición periférica, por su diversidad étnica y religiosa, por la dificultad del gobierno cordobés para ejercer su dominio efectivo y por ser refugio de disidentes, tanto árabes como bereberes. La cronística recoge la permanencia de población cristiana aún avanzada la novena centuria. El territorio dependiente de la ciudad tenía cuatro castillos –husun, sg. hisn– y tres distritos –aqalim, sg. iqlim-.

Hacia el año 860 las tropas asturleonesas de Ordoño I atacan Coria, capturando al gobernador musulmán de la ciudad. Unos quince años después, la ciudad será atacada de nuevo, esta vez por Alfonso III, y parte de la población bereber afín a Córdoba -los Banu Tayit– abandona la zona para establecerse en Mérida. Las fuentes dicen que la ciudad cauriense fue arruinada por “partidismos”. A partir de este momento, las menciones a Coria -y a Egitania- desaparecen de las crónicas árabes, dando a entender que este área queda fuera del espacio andalusí. Corroboran este hecho la firma de Jacobo, obispo de Coria, en la consagración de la primitiva iglesia de Santiago a fines del siglo IX o la nomenclatura de una “Puerta de Coria” en la ciudad de León en el siglo X, lo que induce a pensar que la tierra cauriense representaba el confín del reino asturleonés.

La vuelta al dar al-Islam -casa del islam- se produciría en un momento indeterminado de la segunda mitad de aquel siglo X, probablemente en tiempos del califa al-Hakam II o de Almanzor, quien en alguna de sus campañas hace parada en la ciudad cauriense. En la siguiente centuria, desaparecido ya el Califato, Coria se erige como punta de lanza del reino aftásida de Badajoz hasta que Alfonso VI la conquista para los cristianos en el año 1079. Cuarenta años más tarde se reintegra de nuevo en el ámbito islámico de la mano de los almorávides, que refuerzan las defensas de la plaza. Alfonso VII la sitia en 1136, pero no consigue doblegar a sus defensores. Lo vuelve a intentar en 1142, ahora con éxito. Fue el último cambio de manos. La restauración de la diócesis y la consagración de la mezquita aljama como iglesia-catedral de Santa María recayó en el nuevo obispo Íñigo Navarrón.

Al-Idrisi describió a Coria como ciudad antigua, espaciosa y rodeada de fuertes murallas. La antigüedad la otorgaba su romanidad, muchos de cuyos restos quizá eran visibles todavía a aquellas alturas del siglo XII. El adjetivo “espaciosa” sugiere una escasa densidad poblacional, sin duda motivada por la inseguridad que imprimía la proximidad del enemigo y la larga tradición de conquistas y reconquistas. El carácter militar era, finalmente, el aspecto más llamativo de la ciudad, con unas “fuertes murallas” que han llegado hasta nosotros y que probablemente tengan mucho de la etapa almorávide. La mezquita principal estaría, como hemos dicho, en el sitio que ocupa hoy la catedral, pegada al lienzo sur de la muralla. Conocemos la existencia de una torre denominada de Alchaeto, no sabemos si alminar de la mezquita o elemento puramente militar. Muy cerca se hallaría un recinto fortificado -castillo- que hubiera servido de sede del gobernador, acaso en el lugar del posterior palacio ducal.

Otros interrogantes e hipótesis pueden plantearse para reconocer aquella lejana Coria: la lógica urbanística que parte del precedente romano, de sus puertas o de su foro; el zoco o zona comercial; etc. La toponimia árabe también nos puede aportar pistas: Albaicín -¿calle de los halconeros?- en el espacio intramuros; los Llanos de Algodor (hacia Casillas de Coria), lugar relacionado con una legendaria batalla; Argeme o Alfarageme, nombre del supuesto labrador moro que encontró la talla de la patrona cauriense; la calzada Dalmacia -o de al-Mazayd- que se atraviesa la Sierra de Gata; el arrabal de Marchagaz; la finca de la Cozuela; o los numerosos castillos del entorno, que alguna teoría vincula con los que aparecen en el escudo de la ciudad. Un tiempo enigmático y fascinante, en todo caso. Continuará.

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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