La confirmación esta semana pasada, por parte de la FIFA, de la celebración del Campeonato del Mundo de Fútbol del año 2030 en España, Portugal y Marruecos marca la cuenta atrás de un gran acontecimiento que, además de su componente deportivo, también está cargado de una gran dimensión geopolítica. El triángulo que forman estos tres países es la rótula que conecta y liga dos continentes: la envejecida y rica Europa con la jovencísima y empobrecida África.
En los 54 países africanos viven hoy unos 1.400 millones de habitantes, como la población de China. Con una diferencia: en África, la tasa de natalidad es la más alta del mundo, de forma que en 2050 se calcula que tendrá unos 2.400 millones de habitantes, la mitad de los cuales serán menores de 25 años. Por el contrario, en China, igual que en los países occidentales, la natalidad es muy baja y la sociedad afronta un progresivo envejecimiento, con los nuevos problemas (sanitarios, asistenciales, pensiones…) y retos que esto comporta.
En el horizonte del año 2100, la prospectiva demográfica señala que en África vivirá el 38% de la población mundial. Es decir, en un futuro no muy lejano, el paisaje humano estará dominado por personas de piel oscura y tenemos que aceptar y nos tenemos que acostumbrar a esta nueva realidad.
Víctima de un feroz y rapaz colonialismo, hoy África es un caos. La gran mayoría de la gente vive de la economía informal, las guerras y guerrillas proliferan en numerosos países, hay dictadores como Teodoro Obiang Nguema que se perpetúan en el poder, la pobreza es endémica y se producen graves crisis de hambre, provocadas por los estragos de la sequía y el cambio climático.
Pero la historia de la humanidad está marcada por la resiliencia y el espíritu de superación personal y no tengo ninguna duda que África saldrá del pozo y prosperará. De hecho, es la gran tierra de promisión del planeta, donde se concentran grandes expectativas de crecimiento económico: hay inmensas riquezas naturales, hay millones de personas que necesitan y quieren trabajar, están saliendo hornadas de jóvenes con estudios y muy preparados, hay un anhelo compartido de vivir en paz y libertad y una energía creativa desbordante.
En el puzle africano hay países que, más allá de sus regímenes políticos, están haciendo las cosas relativamente bien: Marruecos, Túnez y Egipto, en la cornisa mediterránea del continente; y Suráfrica, en la punta meridional. Es en el África del Sahel y subsahariana donde se concentran los conflictos más envenenados y devastadores.
En África, el fútbol es un fenómeno de masas que despierta pasiones, como pasa en América Latina y en Europa. El hecho que un Mundial de este deporte se celebre por segunda vez en un país africano -el Mundial del 2010 en Suráfrica fue todo un éxito- es una prueba de esta potencia, aunque, en esta ocasión, Marruecos comparta las sedes con España y Portugal.
El Mundial del 2030 es una ocasión única para que Marruecos y los dos países que compartimos la península Ibérica nos encontremos, trabajemos juntos y convivamos para poder conseguir un deseable reequilibrio demográfico y económico a ambos lados del estrecho de Gibraltar. En España ya viven, en la actualidad, unos 900.000 ciudadanos marroquíes, de los cuales unos 250.000 están en Cataluña, donde constituyen la comunidad migrante más numerosa.
Por razones históricas, culturales y también religiosas, la coexistencia entre marroquíes e ibéricos es complicada y, entre todos, hemos optado por hacer cada cual nuestra vida aparte. La interrelación y la integración de ambas comunidades se nos presenta como un hito muy lejano, y para poder hablar de crisol y de mezcla todavía habrá que esperar dos o tres generaciones, contando con que la escuela pública tenga los medios necesarios para poder absorber y afrontar este reto colosal de civilización.
La península Ibérica es la cabeza de puente del continente europeo en su relación con África, y Marruecos ejerce la misma función en relación con Europa. En este sentido, la construcción del túnel bajo el estrecho de Gibraltar que una a los dos continentes es una magna obra de ingeniería -en estudio desde hace décadas- que, tarde o temprano, habrá que acometer seria y decididamente.
Unir las columnas de Hércules, separadas tan solo por 13 kilómetros, es un bello sueño que cada vez está más cerca de hacerse realidad. El Mundial de Fútbol del 2030 reforzará, sin duda, los vínculos entre España, Portugal y Marruecos, acercando y hermanando a las poblaciones de estos tres países. También nos ayudará a abrir los ojos y comprender que compartimos un privilegiado espacio común donde, superando las fronteras idiomáticas que nos separan, podemos convertirnos en la anilla que una el África emergente con una Europa que necesita renacer.
En el marco peninsular, el Mundial del 2030 tiene que ayudar a desencallar, de una vez, grandes obras de infraestructuras pendientes. La principal es la culminación de la conexión por tren de alta velocidad entre Lisboa y Madrid. Es una vergüenza inconcebible que, a estas alturas del siglo XXI, estas dos metrópolis europeas no dispongan de un AVE rápido y moderno que las una.
La culpa es compartida. Ni el gobierno de Portugal ni el de España han hecho los deberes, a pesar de tener financiación europea disponible. Las obras están muy avanzadas, pero todavía quedan tramos por hacer en un país y otro. Además, en el caso de Portugal, hay que construir un nuevo puente sobre el Tajo que permita el acceso directo a la capital y al futuro aeropuerto de Alcochete.
Las autoridades portuguesas siempre han puesto la excusa que, antes del AVE Lisboa-Madrid, había que hacer el AVE Lisboa-Oporto. Resultado de esta enquistada disputa interna: hoy no hay AVE ni hacia Madrid ni hacia Oporto-Vigo, hecho que estrangula el buen ritmo de crecimiento que tiene el país.
En Lisboa están dos de los estadios donde se disputarán los partidos del Mundial del 2030, con la esperada afluencia de miles y miles de visitantes extranjeros. El actual aeropuerto, pegado a la ciudad y de pequeñas dimensiones, es incapaz de absorber el tráfico que este acontecimiento deportivo generará. Por eso, más allá de las trifulcas políticas y territoriales, es imprescindible que el Gobierno de Luís Montenegro asuma las responsabilidades, se ponga las pilas y acabe rápidamente el tramo del AVE entre Elvas y Poceirao, a la entrada de Lisboa.
El ministro español Óscar Puente, que ha demostrado su gran eficacia en el restablecimiento de las infraestructuras destruidas por la DANA, también tiene trabajo urgente por hacer en la línea Madrid-Lisboa del AVE: acabar, antes del 2030, los tramos pendientes de Pantoja-Oropesa, en Castilla-La Mancha, y de Badajoz-frontera portuguesa.