La expresión “excepción ibérica” saltó al primer plano de la actualidad, en marzo de este año 2022, como un mecanismo que limita el precio del gas en España y Portugal. Dada la específica situación energética de la Península, prácticamente desconectada del resto del continente, la UE permitió tomar medidas especiales pues no afectan al conjunto de países europeos. Otra vertiente de la excepción se ha conocido en julio, al aprobar la UE un plan de ahorro del 15% en consumo energético que para la Península solo será del 7%.
Es decir, que nos ha venido bien -en esta ocasión- estar aislados, debido a que, aunque el precio del gas ha continuado su escalada, “disfrutamos” de precios muy inferiores a los europeos centrales y del norte.
Este mes de agosto, tenemos una nueva excepción: el jefe de gobierno alemán Olaf Scholz propone un gaseoducto desde Portugal y España hasta el corazón de Europa. Los gaseoductos peninsulares proporcionarían energía con gas norteamericano que llega al puerto de aguas profundas de Sines, al sur de Lisboa, y el gas argelino que llega a Almería y que pasaría a Francia por el MidCat, que está construido hasta unos 200 km de la frontera. Excepcionalmente el norte pide solidaridad al sur, para tratar de paliar la dependencia del gas ruso. Porque efectivamente, Alemania y los frugales (Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca) llevan algún tiempo reclamando al sur la “austeridad” que ellos presumen practicar.
Estamos pues instalados en la excepcionalidad, lo cual puede estar bien, o no. Si la Península es excepcional es porque es considerada periferia europea. Una periferia no solo geográfica, sino que también económica, e incluso social y cultural. Una etiqueta de la que deberíamos desprendernos, y sí, ser excepcionales, pero para bien, de manera que podamos ser algo más centrales.
Porque ciertamente la Península es excepcional, por ejemplo, tenemos los dos idiomas de la Unión Europea con más número de hablantes en el mundo, aunque nuestras lenguas no sean consideradas lenguas de trabajo en el UE. Unas lenguas intercomprensibles entre sí, que juntas son las más habladas de occidente.
Nuestra historia se enmarca en el contexto europeo occidental, sin embargo, tenemos la gran excepción de la presencia árabe en la península ibérica durante casi ocho siglos, y una específica reconquista que influyó decisivamente en la personalidad de nuestros pueblos.
Somos excepcionales porque pertenecemos a la civilización occidental y europea, pero también a una comunidad de países iberoamericanos, que configuran una civilización ibérica, cuya historia narró Oliveira Martins. Una civilización que nace de un “reparto del mundo” firmado en el Tratado de Tordesillas en 1494, entre dos de los Reinos Peninsulares del siglo XV: Castilla y Portugal, con una línea imaginaria trazada sobre el mapa de un mundo inexplorado. Algo único en la historia de la humanidad.
Padecimos juntos, excepcionalmente, dos larguísimas dictaduras durante el siglo XX, que nos apartaron, en buena medida, del progreso social, y nos condenaron a seguir en la periferia a la que ya nos había conducido el retraso en nuestro proceso de industrialización del siglo XIX. Al menos durante aquel siglo XX tuvimos la especial ventaja de no participar en la II Guerra Mundial.
Mirándonos de reojo, de una manera excepcionalmente ibérica, entramos juntos en la Unión Europea allá por el año 1985, previos excepcionales procesos de transición al sistema democrático con los que dijimos adiós, casi paralelamente, a los regímenes autoritarios.
En buena medida podemos decir que es excepcional, algo raro, que una realidad geográfica tan claramente definida como es la península ibérica, se encuentre dividida en dos países de tamaños tan diferentes y que comparten una cultura común. Quizá está división sea consecuencia y forme parte de un carácter orgulloso e individualismo que nos marca. Entre España y Portugal no hay unos Pirineos, ni un Rin, ni un Elba, ni un Vístula, lo que hay es una historia de división que comenzó por la disputa entre una madre y su hijo por el control de un territorio en el noroeste peninsular.
Prosigamos pues la historia siempre juntos, que la historia nos empuja a la excepción ibérica, como puente geográfico entre África y Europa, y puente social y cultural entre América y Europa. Hagamos de la excepción, una vez más, una fuerza creativa y determinante. Las circunstancias actuales son propicias para explotar nuestra singularidad ibérica, y estamos en el buen camino, con una toma de conciencia colectiva y gubernamental de ello.
Pablo Castro Abad