En el año 1181 el rey Fernando II de León da la tenencia de una fortificación llamada Almenarella (o Almenara, “torre-vigía”) a Armengol de Urgel, noble catalán en la corte leonesa. La fortaleza ejercía el control sobre una calzada -posiblemente la denominada en la documentación de la época como Dalmacia– que comunicaba las tierras de Ciudad Rodrigo con las de Coria a través del hoy denominado Puerto de Castilla. A la vera del camino y de un arroyo cuyas aguas circulaban hacia el sur y bajo la protección de la Almenara debió existir una pequeña aldea que acaso fuera nombrada en algún momento como Albaranes, según se desprende de un supuesto documento de época de Alfonso X.
La tradición y el callejero de la villa de Gata sugieren que aquel primitivo asentamiento se hallaba en el barrio del Torrejón y en la zona del Bispo. Otra torre o fortín defendería el flanco occidental de la aldea. Lo cierto es que hacia la primera mitad del siglo XIII el lugar aparece ya citado como Gata, topónimo quizá traído por pobladores de la vertiente septentrional de la sierra, por donde discurre el río Águeda y por donde es probable que existiera un asentamiento de nombre Ágata. Con el tiempo, toda la accidentada comarca que se extiende desde las Hurdes hasta la frontera portuguesa será conocida como Sierra de Gata.
Profundizar en el pasado de la localidad de Gata no solo es relevante para entender el global comarcal debido a la homonimia entre villa y sierra, sino también porque se trata de uno de los rincones serragatinos en el que confluyen gran parte de las características históricas que definen esta tierra rayana: sustrato ganadero, refugio serrano, puerto comunicante, antecedente andalusí, condición fronteriza, repoblación política y sociocultural leonesa, dominio de orden militar, implantación franciscana, esplendor renacentista, nefastas consecuencias derivadas de las guerras, área de producción e intercambio de aceite, etc.
Así las cosas, este noroeste extremeño, como el suroeste salmantino y el interior portugués vecino, encierra en su historia el complejo significado cultural de la Raya. Comarcas rayanas que mantuvieron un discurrir común hasta su incorporación a los reinos de Portugal y de León con el correr del siglo XII. A partir de entonces aquí se gestó una concepción fronteriza que adquirirá una gran dimensión geosimbólica. La Sierra de Gata ejerció, incluso, en aquel decisivo tiempo plenomedieval, de laboratorio social, religioso y señorial que luego se implantaría más al sur, terminando por conformar lo que hoy es Extremadura. Tal vez hablamos de la comarca más genuinamente extremeña de la región. Y en la villa de Gata encontramos algunas claves.
Alejados los vaivenes fronterizos entre musulmanes y cristianos, la población gateña amparada por la Almenara quedó ligada a la Orden de Alcántara e inserta en la encomienda de Santibáñez, antigua fortaleza andalusí conocida como San Juan de Mascoras. En 1341 la aldea de Gata obtiene del maestre Frey Nuño Chamizo el privilegio de regirse por el fuero de Alcántara y se convierte en villa exenta, poniendo fin a la rígida sujeción impuesta desde Santibáñez. Comienza entonces a crecer su protagonismo en su contexto comarcal, siendo el primer atisbo de esta importancia la celebración en 1410 de un capítulo de la orden en la iglesia gateña de San Pedro.
Es probable que en la villa se construyese una casa o palacio a iniciativa de algún maestre de Alcántara y que se ubicara en la actual Plaza de las Órdenes, como sostiene la tradición del lugar. Sabemos que Juan de Zúñiga pasó alguna temporada en Gata y que aquí acabó el astrólogo judío Abraham Zacut su Tratado breve de las influencias del cielo (1486). Sea como fuere, parece cierto que Gata suplantó a Santibáñez como cabeza de la encomienda hacia finales del siglo XV y que un siglo después también capitaliza el partido alcantarino que toma su nombre. Contaba entonces, en 1591, con más de 600 vecinos y era, junto a San Martín de Trevejo, la villa más poblada de Sierra.
La concreción arquitectónica del esplendor gateño durante el siglo XVI se observa en su iglesia de San Pedro, una de las joyas del patrimonio serragatino. Solo con el nombre de algunos de sus artífices -los hermanos Ordieta, Pedro de Ibarra, Juan Bravo-, la admiración de sus bóvedas o con la contemplación de su magnífico retablo es suficiente para hacerse una idea de tan magna empresa. De la misma forma, otros detalles de su urbanismo remontan a la áurea centuria, casos del ostentoso escudo de Carlos V coronando la fuente del Chorro -aunque con águila unicéfala y en errónea orientación- o algunas fachadas blasonadas y de sillería. Las historias y leyendas de religiosos como Francisco de Gata o San Pedro de Alcántara, relacionadas de un modo u otro con el convento franciscano de Monteceli -o del Hoyo-, apuntalan aquel tiempo en Gata.
En lo subsiguiente, la villa sufrirá penurias económicas, receso demográfico y los estragos de la Guerra de Portugal, sobre todo con la despoblación El Fresno, aldea dependiente de Gata. En el siglo XVIII remontará, aunque constreñida a 400 vecinos, hasta disponer de once molinos de pan, once de aceite, lagares de vino, tenerías, cererías y, digno de tenerse en consideración, maestro de primeras letras y hasta un preceptor de Gramática. Pero una nueva guerra, esta vez la de los franceses, sucumbió de nuevo en tinieblas a la villa, sufriendo esta vez la quema de su archivo documental. Su elección como sede de partido judicial entre 1834 y 1840 refleja que siguió ostentando una posición destacada entre los pueblos vecinos. Pronto superó los 3.000 habitantes. Pese a ello, la cabeza comarcal se trasladó a Hoyos, y allí está todavía.
La desamortización fue la causa de la ruina actual del convento de Monteceli. Carlistas, liberales, bandoleros y contrabandistas camparon por la sierra. Tuvo Gata un insigne erudito decimonónico, Marcelino Guerra Hontiveros, que reconoció la relevancia de la villa a través de los siglos y redactó unos Apuntes Históricos que son obra de referencia pese a su antigüedad y necesarios matices. El siglo XX supuso, sobre todo, emigración. En la actualidad Gata tiene censados unos 1.400 habitantes, aunque solo unos 800 viven en la villa -el resto en la pedanía de la Moheda-. La emigración continúa siendo un problema.
En 1994, la Junta de Extremadura subrayó la notabilidad del legado patrimonial gateño con la declaración de Bien de Interés Cultural. Es uno de los cinco conjuntos histórico-artísticos de la comarca, también es el que menos afluencia de visitantes recibe. No están sabiendo interpretar su historia en clave contemporánea, no están releyendo a Hontiveros. Mas el alma serragatina sí se capta en las pinturas de la ermita del Humilladero o en los altos parajes de San Blas. Gata es el ombligo de la sierra, esencial en su formación, pero sin demasiado aprovechamiento en nuestros días. Y, sin embargo, custodia el recuerdo de los orígenes de toda la Sierra.
Juan Rebollo Bote
Lusitaniae – Guías-Historiadores