Empezamos ahora en EL TRAPEZIO una serie de cuatro artículos sobre Intercomprensión (de ahora en adelante, IC). Por supuesto –incluso por las características de este medio– no tenemos pretensión académica. Serán artículos cortos que traerán algunos conceptos básicos de esta nueva perspectiva de contacto con idiomas. Además, aprovecharemos para comentar algunas de nuestras últimas experiencias prácticas con cursos de Comprensión e IC portugués-español que hemos llevado a cabo para EL TRAPEZIO y para la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).
La IC es un concepto heterogéneo. Su definición puede comportar diferentes matices según la línea investigativa de este o aquel estudioso, de esta o aquella corriente dentro de esta o aquella universidad. Por eso aclaramos y nombramos aquí algunas de nuestras referencias. Además de nuestras propias vivencias con la enseñanza e investigación, nos apoyamos en textos de Francisco del Olmo, Maria Helena Araújo e Sá y Pierre Escudé y en proyectos como el Galapro, fruto de un esfuerzo conjunto de universidades de Francia, Bélgica, España, Portugal e Italia y con reflejos en universidades de Brasil, Argentina, Chile y Colombia.
En líneas generales, podemos decir que la IC es el hecho de que dos o más interlocutores, profiriendo discursos cada uno en su propio idioma, puedan comprenderse mutuamente. Los grados de IC varían de acuerdo con la proximidad de los idiomas en cuestión. Entre las lenguas románicas, hay una IC natural. Y más todavía si pensamos en la IC entre el portugués y el español, que se puede dar en niveles muy altos.
Una práctica ancestral
Si los estudios académicos sobre la IC son relativamente recientes –ganan fuerza a partir de los años 90, dentro del marco del establecimiento de la Unión Europea–, no podemos decir lo mismo de la práctica innata e intuitiva de la IC entre pueblos de diferentes comunidades lingüísticas. No resulta difícil imaginar los innumerables contactos que se produjeron en la diáspora humana desde África a Asia y Europa en épocas ancestrales y los consecuentes intercambios lingüísticos que se operaron entonces. La IC nace como una necesidad, una práctica espontanea entre distintos grupos humanos.
Avanzando en el tiempo, se puede imaginar también la época de la llegada de los romanos a la Península Ibérica. Antes de la amplia difusión del latín vulgar, está claro que entre las tropas de Roma y los conquistados había algún tipo de comunicación verbal. Saltando al año 1.500, los portugueses y españoles desembarcaron en una Suramérica donde se hablaban centenares de idiomas distintos. Durante siglos, incluso, se desarrolló, principalmente en las zonas costeras de Brasil, un idioma llamado “língua geral” (lengua general), un cóctel de portugués, tupí y guaraní profusamente usado entre la población colonial, que perduró hasta bien entrado el siglo XVIII y que dejó huellas en algunos dialectos brasileños actuales, como el llamado “caipira”.
No cabe duda que, desde siempre, la gente se entiende y se comunica sea como sea. Hay que tener en cuenta que la IC va más allá de los factores lingüísticos. Entran en juego contextos ambientales y sociales, los acervos y el bagaje de cada persona o grupo de personas. Y aquí aparece también un concepto fundamental de la IC, que es la intencionalidad.
Sin intención, no hay comunicación
La intención juega un papel decisivo en cualquier proceso de comunicación. Si un cántabro y un andaluz hablan sin ganas de comunicarse, ya sea por el motivo que sea, no se van a entender al 100%, aunque en teoría están en una situación endolingüe, es decir, comparten el mismo idioma. La situación se complica, por supuesto, si un francés y un italiano entablan una conversación sin que haya una intención real de comunicarse. La comprensión, en estos casos, puede acercarse al 0%. Sin embargo, si este mismo francés y este mismo italiano deciden que tienen que entenderse, el panorama va a ser completamente distinto y seguramente van a llegar a niveles muy altos de IC.
La comunicación es un acto de voluntad. Tiene que haber deseo, intención de hacerse entender y de entender el otro. Sin esta regla básica, cualquier intento de comunicación ya nace fallido. Ahí entra también la cuestión de la elección de términos y palabras. Si un español, sentado con un lusohablante en la mesa de un restaurante, le dice que se “ha puesto las botas”, puede que la comprensión no se produzca. Pero si le dice que “ha comido demasiado”, seguramente su habla será comprendida.
La IC, por supuesto, pasa antes por la comprensión, que es lo mismo que decir que sin comprensión no hay posibilidad de IC. Puede parecer obvio, pero no lo es. Hemos estado viendo algunos estudios, que nos suenan utópicos, intentando trabajar las IC entre varios idiomas románicos a la vez. Mejor pasito a pasito, con cada cosa en su momento. Tenemos ahora entre manos el desafío del portugués y el español, en apariencia muy sencillo pero en realidad bastante complejo. En los próximos artículos seguiremos profundizando en este tema.
Sérgio Massucci Calderaro
Doctor en CC. de la Información por la Universidad Complutense de Madrid
Doctor en Teoría Literaria y Literatura Comparada por la Universidad de São Paulo