Cuando comenzó a gestarse la divisoria entre Portugal y León, hacia el segundo cuarto del siglo XII, el concepto de frontera nada tenía que ver con el de una raya o línea separadora y definida entre ambos reinos. Muy al contrario, la frontera era entendida, y lo fue hasta mucho tiempo después, como un amplio espacio territorial en los extremos de los dominios regios –las extremaduras-. No podía ser de otra manera en un tiempo de reinos en expansión, de vaivenes militares y de escasez de pobladores, sobre todo entre el Duero y el Tajo.
A partir de los tratados de Badajoz (1267) y de Alcañices (1297) aquel eje fronterizo oeste-este se detallará, se concretarán posesiones de uno y otro reino y se estrechará su idea territorial, sin embargo, aún perdurará entre los propios habitantes la noción de frontera amplia. El poder militar y fiscal se ejercerá desde unos pocos puntos estratégicos: un castillo, un puente o una calzada principal; pero continuarán las imprecisiones geo-administrativas y las tierras en contienda. Se establecen coutos de homiziados en las cercanías del reino vecino, los ganaderos trashuman sin atender a la teoría marcada en la cartografía y el contrabando se convierte en forma de vida para los habitantes de la frontera, a muchos kilómetros a la redonda.
La supervivencia se basa en el contacto con quien vive “al otro lado”, en el intercambio legal o ilegal de mercancías, en los lazos de parentesco. El sector más marginado de la sociedad, sean ladrones, bandidos, pobres, adúlteras, moros o judíos, encuentra aquí algo de respiro. Si vienen mal dadas en un reino, pasan al otro. Todo es transición, también las lenguas y las identidades. Algunas de las cuestiones mencionadas se matizan con el correr de la Edad Moderna, no obstante, permanecerá inalterable la necesidad de comunicarse, sobre todo clandestinamente.
Entre 1580 y 1640 se asiste a un periodo de relajación fronteriza propiciado por la unión de las coronas portuguesa y castellana bajo los Habsburgo. Del mayor trasiego de gentes y de la intensificación comercial se beneficiarán las regiones intermedias entre Lisboa y Madrid. A la calma, sin embargo, sucederá la tormenta y la guerra de Restauración de Portugal -casi tres décadas- sumirá en la más profunda miseria a las regiones fronterizas. Muerte, emigración, desaparición de aldeas y tres siglos de la marginación más absoluta. Alentejo y Extremadura como patios traseros de Madrid y Lisboa. Volvieron las oscuras golondrinas y, progresivamente, la denominada Raya/Raia se convirtió de manera efectiva en una delgada línea política y militar bajo férreo control. Hasta hace apenas 40 años.
Pero nada más lejos de la realidad. A pesar de las eternas dificultades y de los momentos de mayor ahogamiento, los rayanos siempre fueron rayanos y en ello siempre fue intrínseco la relación cotidiana con alem a raia. Y cuando hablamos de rayanos no circunscribimos el adjetivo a los últimos pueblos de Portugal o España antes de trasvasar la línea política, sino a comarcas enteras que dependieron y dependen de aquella circunstancia fronteriza, tal y como fue desde los tiempos medievales en que se gestó esa sociedad rayana. La Raya teórica remite a la línea, en la práctica se trata de un territorio amplio.
Por rayanos hemos de entender, en consecuencia, a los habitantes de las áreas que en el pasado o en el presente, y sobre todo en el futuro, hayan inclinado e inclinen su voluntad de ser y estar próximo al otro vecino de Iberia. Rayanos no solo son Vilar Formoso o Fuentes de Oñoro, son también Guarda y Ciudad Rodrigo, e igualmente así han de ser tenidos toda la Beira Interior Norte o toda la provincia de Salamanca. Si los efectos de nuestras guerras fratricidas afectaron muchos kilómetros tierra adentro de la frontera, los efectos de la paz también tienen que repercutir en extensos espacios rayanos. La frontera no fue una raya, fue una franja.
Juan Rebollo Bote