La ruta de Ibn Marwan

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En junio del año 713, Mérida cae en manos musulmanas después de seis meses de asedio. Las crónicas árabes exaltan la conquista de tan magna ciudad y relatan episodios a caballo entre la realidad y la leyenda. Se cuenta que los cristianos no conocían el arte de teñirse el pelo y las barbas y que Muza se sirvió de ello para encandilar a los emeritenses y conseguir la capitulación. Se habla de objetos mágicos custodiados en iglesias que fueron enviados a Damasco. Se describe la grandeza de los edificios romanos, de los acueductos y de la robustez de la muralla. Muchos emeritenses marcharon hacia el norte y sus posesiones pasaron a manos del nuevo poder islámico. Otros se quedaron con la posibilidad de mantener sus propiedades y su religión -cristianos y judíos- a cambio del pago de unos impuestos específicos. La mayoría se convertiría al islam -muladíes-, pasando a conformar el segundo escalón de la nueva sociedad, junto a los bereberes que se asentaron en la ciudad. El mando lo asumirían los gobernadores árabes enviados desde Córdoba, familiares del emir en muchos casos. Otras veces fueron muladíes o bereberes apoyados por una gran masa social y/o fieles al poder central.

Pero Emerita -ahora Marida– no aceptó tan fácilmente su sometimiento a Córdoba. La complejidad cultural de la medina, la proximidad a la tierra de nadie -y de todos- que representaban las áreas entre el Sistema Central y el río Duero y la gradual presión fiscal y discriminación de la mayoría social que se fue sucediendo durante el emirato, provocaron continuos altercados a orillas del Guadiana. En uno de tantos fue asesinado Marwan bn Yunus, gobernador muladí en torno a 828. Sulayman bn Martin, Mahmud ibn al-Yabbar y su hermana Yamila mantuvieron sublevado el territorio lusitano por tiempo de una década. Abd al-Rahman II sofocó la rebelión, mandó derribar la muralla emeritense y erigir una alcazaba para refugio de los leales a Córdoba. Años después, el hijo de aquel gobernador asesinado volvería a levantar la ciudad, esta vez con unas consecuencias determinantes para la historia de Lusitania. Su nombre era Abd al-Rahman ibn Muhammad ibn Marwan bn Yunus al-Yilliqi al-Maridi -esto último remarca su origen, “el emeritense”-.

La ruta de Ibn Marwan no puede comenzar en otro lugar mejor que en el interior de la alcazaba emeritense, levantada en abril de 835 según inscripción expuesta en su acceso. Esta cuadrada fortificación emiral representa el pasado y el poder andalusí en Mérida, con restos arqueológicos en su interior que denotan el sustrato romano y visigodo previo. Su control sobre la puerta y el puente que cruza el viejo Anas -arabizado como Guadiana- explican su importancia militar, política y económica. Sin embargo, la auténtica piedra preciosa de este espacio de poder es su aljibe -en realidad un pozo-, donde se reúnen las claves explicativas de la historia de Mérida. El agua como fundamento cuya necesidad se traduce en obra de ingeniería que los propios andalusíes adquirieron de Roma. Dos anchas galerías, una de entrada y otra de salida, comunican la zona de filtración acuática con el nivel del suelo de la alcazaba, solventados algunos peldaños. Columnas de edificios visigodos y capiteles romanos se combinan en una jugada maestra de superposición cultural. Todo el conjunto sirvió como base de una pequeña mezquita que, a partir de 1230, tornará en iglesia de Santa María del Castillo, nueva superposición. La alcazaba pasará de al-Andalus a León-Castilla en forma de castillo y de conventual de Santiago, hoy presidencia de la Junta de Extremadura y recinto arqueológico. Simbiosis de esta tierra: romanos, visigodos, andalusíes, santiaguistas (provincia de León, Castilla, luego España), extremeños; Historia y Arqueología.

Ibn Marwan encarna el sector social muladí de Mérida -recordemos, converso del cristianismo al islam- y que en un momento dado alcanza las más altas cotas de poder en la ciudad favorecido por una clientela más o menos amplia, como se colige de la gobernación de su padre o del éxito posterior de la sublevación marwaní. Al parecer, tras un primer episodio de revuelta en el año 868, Ibn Marwan fue llevado a Córdoba, donde pasó varios años. Alguna fuente alude a una humillación por parte de Hasim b. Abd al-Aziz, visir del emir Muhammad, como causa de la huida de Ibn Marwan de la capital y de la reactivación de la revuelta en el año 874 /875. Se instaló entonces en Alange, una pequeña fortificación a escasos kilómetros de Mérida, donde sufriría un asedio de tres meses hasta convenir con el emir su establecimiento en la entonces alquería despoblada de Batalyaws -Badajoz-.

Muy poco tiempo después de su primer asentamiento en Badajoz, Hasim, al mando de un ejército, emprendió camino de Badajoz con el objetivo de capturar a Ibn Marwan. Enterado éste, puso tierra de por medio y se dirigió hacia la fortaleza de Karkar -Alburquerque según unos, Cárquere, cerca de Lamego, según otros-. En la ayuda del emeritense acudió el señor de Évora, Sa’dun al-Surumbaqi, a un lugar recogido como Munt Salut, del que también se discute su ubicación, aunque probablemente se encuentre al norte del Tajo portugués. Lo cierto es que se produjo un enfrentamiento entre los partidarios de Ibn Marwan y las tropas emirales con la consecuencia de la captura de Hasim por parte de los rebeldes, quienes lo entregaron a Alfonso III de Asturias, que a su vez lo devolvió a Córdoba previo pago de una cuantiosa suma. Es entonces cuando Ibn Marwan adquiere fama como señor del occidente andalusí y se establece en el monte próximo las ruinas romanas de Ammaia, que tomaría su nombre: Marvão.

Desde su posición de Marvão, el muladí, necesitado de gentes y pertrechos, llevará a cabo una serie de razias por todo el suroeste peninsular, desde el estuario del Tajo (naḥiya al-Usbuna, región de Lisboa) hasta la zona onubense y sevillana pasando por el Bajo Alentejo (Beja, Mértola) y el Algarve (Faro). Poco después tiene que hacer frente a las tribus bereberes del entorno de Marvão e incluso a deserciones en sus propias filas. Será entonces cuando vuelva su mirada al norte y entable alianza con el rey asturleonés, tomando asiento en la región del Duero (Bitra Lusa, Pedra da Lousa). Creemos que en aquel momento tendría origen su apelativo de al-Yilliqi (de Yallaqiya, Gallaecia, aproximadamente el cuadrante noroccidental de la Península, entonces reino de Asturias-León). La traducción, más que “el gallego” -como se ha venido sosteniendo-, habría de ser “el que tiene relación con la Gallaecia” o “el gallaecio”. Junto a Alfonso III ataca Lusitania en su parte hoy extremeña (Nafza, Coria, Mérida). No sabemos si a causa del arrasamiento de su propia tierra o no, lo cierto es que Ibn Marwan rompe acto seguido su alianza con el cristiano y vuelve a establecerse en Badajoz, hacia 883/884.

Siguieron los conflictos con Córdoba durante algún tiempo -emirato de al-Mundir, 886-888-, contexto en el cual al-Yilliqi merodea por el este de la actual provincia de Badajoz (Esparragosa de Lares y área de Cíjara) y también por el sur (Laqant -tradicionalmente asociado a Fuente de Cantos- y Montemolín). Por fin, el nuevo emir -Abd Allah, hermano del anterior- reconocerá el señorío sobre Badajoz por parte de Ibn Marwan que, sin embargo, poco pudo disfrutar de la paz, pues fallecería a finales de 889 o principios de 890. Sus sucesores continuaron rigiendo los designios badajocenses hasta la conquista del año 930 por el ya califa Abd al-Rahman III. Los Banu Marwan, en resumen, gobernaron la vieja Mérida y la nueva Badajoz y fueron determinantes en el traslado del eje político, administrativo y social hacia el oeste. La ciudad que fundó le recuerda hoy con una estatua en el entorno de la alcazaba, a la salida de la puerta de Yelves -o de Elvas-, en una representación tal vez no muy acertada, pero que sirve para que su memoria permanezca. De la etapa germinal marwaní aún pueden reconocerse algunas estructuras en el interior del edificio que alberga la Biblioteca de Extremadura, interpretadas como restos del palacio y de la mezquita que levantara el muladí. El subsuelo de la alcazaba badajocense aguarda, con seguridad, a que más tesoros andalusíes vean la luz algún día.

Decíamos que la ruta de Ibn Marwan tiene un principio claro, Mérida. También tiene un final más o menos evidente, Badajoz. Entre medias, un sinfín de lugares y comarcas que fueron parte de su itinerario vital y que se circunscriben al occidente peninsular, casi en total concordancia con la antigua Lusitania. Si bien sus correrías por el este y sur de la provincia de Badajoz, por áreas de Huelva y Sevilla o por el sur portugués se debieron fundamentalmente a razias, no fue así para el caso de la región del curso bajo del Duero ni, sobre todo, para Alange y para Marvão. Estas dos pequeñas localidades recogen la esencia histórica de al-Yilliqi. La extremeña -afamada por sus termas romanas- representa la resistencia al poder central cordobés y el primitivo planteamiento de una nueva ciudad que llegaría a administrar todo el oeste peninsular durante el siglo XI, Badajoz. Desde lo alto de su atalaya se divisa la otrora capital lusitana, Mérida, decadente tras Ibn Marwan, capital de Extremadura hoy. La alentejana, por su parte, encarna el refugio y la memoria del nombre marwaní. Una fortificación cuya estampa roza la sublimidad y que ha sido testigo de todas las guerras que asolaron el corazón de Lusitania. Hoy es refugio de quienes pensamos la Raya.

 

     Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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