El pasado domingo 20 de febrero muchos extremeños –y no extremeños– nos fuimos a acostar tarde, ya de madrugada. El motivo fue la incertidumbre ante el resultado de la consulta popular sobre la fusión municipal de Don Benito y Villanueva de la Serena, es decir, sobre el futuro surgimiento de una ciudad que vendrá a ocupar la tercera posición en términos demográficos en Extremadura. La votación concluyó a las 20:00 pero problemas en el recuento, o en la publicación de los resultados en línea, mantuvo la incógnita varias horas. Finalmente, por unas décimas, se cumplieron los pronósticos y la fusión se efectuará a lo largo de los próximos años. De este proceso unificador se pueden extraer algunas reflexiones que quizá resulten útiles a otras iniciativas similares, entre ellas –salvando todas las distancias contextuales– una hipotética unión de Iberia.
Empecemos por el final. Una vez emitidos los votos la ciudadanía tiene derecho a conocer los resultados de manera rápida y transparente, y la tecnología del siglo XXI lo posibilita, ¿o no? Bueno, pues parece ser que no ha estado tan claro en el caso extremeño ya que fue precisamente “un fallo informático” el que inundó de incertidumbre la noche electoral más de lo debido. Al parecer la web encargada del recuento no soportó la avalancha de usuarios y “se cayó”, dando por momentos información confusa. Esto generó, por un lado, vergüenzas y burlas hacia la capacidad de gestión informática de la región española de por sí más minusvalorada, sobre todo cuando apenas unos días antes un diputado extremeño, Alberto Casero, había sido el protagonista de la aprobación de la reforma laboral por su error al votar sí telemáticamente (cuando debería haber votado que no siguiendo la disciplina de voto de su partido). Y por otro lado, más grave, generó también desconfianza y dudas acerca de la veracidad de los datos, cosa preocupante en democracia. Igualmente sobrevolaba todavía en España la anecdótica duda sobre las votaciones para la elección de la representante para Eurovisión. Por tanto, primera advertencia para hipotéticas consultas iberistas: que la tecnología no provoque confusión en la transparencia y calidad democrática del proceso.
Esas dudas fundadas en muchas personas no han alcanzado demasiado eco mediático en los días postreros porque se han dado explicaciones medianamente convincentes sobre los errores acaecidos. Convincentes al menos para los que estábamos –y estamos– a favor de la unión. Ahora bien, no sé si quienes estaban y votaron en contra han quedado igual de convencidos con las explicaciones. Independientemente de ello, lo que sí es de rigor destacar es que la campaña por el sí ha sido abrumadoramente mayoritaria desde que salió a la luz el proyecto de fusión entre Don Benito y Villanueva y que los partidarios del no apenas han tenido voz en los medios. Y eso también puede resultar preocupante en tanto que uno de los retos del sistema democrático es conseguir convencer mediante argumentos bien fundamentados, no mediante la omisión de quien piensa diferente, por muy minoritario que éste sea. Segunda idea: si de verdad creemos en la democracia, los contrarios, las minorías o las “terceras vías” han de ser escuchadas, en Don Benito y en cualquier rincón del mundo –siempre y cuando se respeten las leyes y los Derechos Humanos, por supuesto–.
Y resalto Don Benito porque ha sido ésta la ciudad donde el porcentaje de partidarios del no ha sido más numeroso y donde la participación en la consulta ha sido más baja. He aquí otra cuestión importante, la de los porcentajes. Se había estipulado que la consulta sería vinculante siempre y cuando se superara en ambas urbes el 66% del voto afirmativo, esto es, que dos de cada tres votantes de cada ciudad estuviera de acuerdo con la unión. Listón alto, cierto, pero también suficientemente firme para emprender una decisión de tal calado. Sin embargo, no había quedado establecido un mínimo de participación electoral. ¿Hubiera sido oportuno también? Probablemente, pues el que solo poco más del 50% de los de Don Benito acudiera a votar descafeinó el resultado. La participación en Villanueva superó en casi nueve puntos a sus vecinos (58,94%), porcentaje más aceptable. De tales votantes nueve de cada diez villanovenses apostaron por el sí –rotundo, por tanto-, mientras que los dombenitenses lo hicieron en un 66,27% -justito, pero aprobado por poco más de 40 votos-.
¿Qué hubiera pasado si ese casi medio centenar de síes dombenitenses que inclinaron la balanza hubiesen sido noes dejando en evidencia la rotundidad de una de las partes por la unión y la negativa de la otra? ¿Hubiera repercutido en las relaciones políticas y sociales entre ambas ciudades en el devenir? ¿El voto negativo era sostenido principalmente por el sector social más veterano? ¿Es legítimo que los mayores puedan decantar el futuro de unos jóvenes que apuestan por el sí? Estas y otras muchas preguntas son necesarias por más que jueguen ahora en un escenario ficcional. Trasladémoslas a una hipotética consulta por la unión de Portugal y España y pensemos si el porcentaje medio de participación en elecciones es igual o distinto en ambos países o en las consecuencias que podría acarrear que uno votara rotundamente a favor y el otro fuera dubitativo. ¿Estamos preparados para emprender el camino? Yo creo que queda mucho por hacer.
La fusión de Don Benito y Villanueva se ha producido por voluntad política y ha sido respaldado socialmente pero ha dejado dudas en la parte dombenitense. Esta vez estamos contentos casi todos. Falta por conocer el nombre de la proyectada ciudad, pero no será por consulta popular sino por “consenso de expertos”. ¿Por qué unas cosas las deciden los ciudadanos y otras no? ¿Saldrían resultados opuestos, como en el Benidorm Fest? Afortunadamente en el caso iberista no tendríamos que decidir el nombre pues Iberia es un término que da contenido cultural a la Península desde hace veinticinco siglos. ¿O no está tan claro?
Juan Rebollo Bote