Más Cádiz y más Muñoz-Torrero

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El II Premio Nacional Muñoz-Torrero a los Valores Democráticos y Constitucionales ha sido concedido a la Nación de Portugal en el “bicentenario de la aprobación de su carta magna” (1822) y “como reconocimiento a su defensa de la libertad y los derechos individuales”. Este galardón, otorgado por el Patronato de la Fundación Muñoz-Torrero y patrocinado por la Asamblea de Extremadura, reivindica el papel del país portugués como “lugar de encuentro y de refugio en tiempos convulsos de políticos españoles”.

En efecto, se trata de un paso más en el acercamiento hacia Portugal que desde las instituciones extremeñas se viene promoviendo desde hace ya varios años y, también, de una muestra más de los ecos de las primeras constituciones ibéricas en nuestro sistema político y democrático actual y cuyo “padre fundamental” -el de la Constitución de Cádiz (1812)- fue Diego Muñoz-Torrero (Cabeza del Buey, 1761 – Lisboa, 1829). Este extremeño, refugiado en Campo Maior durante cinco años y capturado después por los miguelistas en su camino a Lisboa, donde fue encerrado y torturado hasta su muerte (por envenenamiento, según Rui Rosado), ejerce, pues, como pegamento entre España y Portugal.

A dos siglos de distancia de la Constitução portuguesa de 1822 y del Trienio Liberal español (1820-1823) que restableció la Constitución gaditana de 1812, es oportuno volverse a acordar de Cádiz y de los primeros liberales ibéricos. El 19 de marzo, día de proclamación de “la Pepa”, siempre es un buen momento para ello, de ahí que desde Guías-Historiadores hayamos organizado un paseo guiado en la ciudad de Cáceres teniendo como eje las biografías de los liberales extremeños, entre ellos, por supuesto, Diego Muñoz-Torrero. El caputbovense fue el primero en intervenir en las Cortes de Cádiz en septiembre de 1810. Su defensa de la soberanía nacional, de la separación de poderes o de la libertad de imprenta le valieron para ser nombrado presidente de la comisión redactora de texto constitucional en marzo del año siguiente.

Otros coterráneos suyos se destacaron igualmente, como Manuel Luján, Antonio Oliveros, José María Calatrava o Francisco Fernández Golfín. Éste último, por cierto, abrazaría la causa iberista –“Unión Ibérica Constitucional”, con Pedro de Brasil propuesto para el trono- en sus años de exilio en Portugal tras el fin del Trienio Liberal (hacia 1825-27), pero el fracaso de la insurrección que el grupo de Torrijos preparaba contra Fernando VII, lo llevó al patíbulo en Málaga en diciembre de 1831. Como Muñoz-Torrero, Fernández Golfín se convirtió en mártir de la causa liberal, aunque ambos estuvieron olvidados durante gran parte del siglo XIX.

Volviendo a Cádiz, y a sus resonancias en la España de nuestros días, aquel lluvioso día 19 de marzo de 1812 en que se proclamó la carta magna madre de muchas de las que vinieron después en España, en Portugal y en Iberoamérica, no goza hoy de su merecido reconocimiento en la práctica social y política, aunque sí en la teoría. Me refiero a un efectivo y útil recuerdo para la sociedad española -ibérica e iberoamericana por extensión- que tenga en cuenta la importancia de aquel hecho histórico. Tal vez la declaración del 19 de marzo como festivo nacional en España pudiera ayudar a remarcar su verdadero peso en el devenir contemporáneo.

Hace unos meses Gabriel Moreno, profesor de Derecho de la Universidad de Extremadura, manifestaba la idoneidad de establecer en Cádiz la sede del Tribunal Constitucional de España. Este traslado serviría no solo para desconcentrar las instituciones españolas del entorno de Madrid, sino también para subrayar definitivamente a la ciudad gaditana como pilar fundamental de nuestro sistema político actual.

Poner en negrita roja el 19 de marzo en nuestro calendario y trasladar el Constitucional a Cádiz serían, a nuestro juicio, dos buenas maneras de reconocer y socializar lo ocurrido hace dos siglos. Colocar bustos o estatuas de Muñoz-Torrero por doquier en España -y especialmente en Extremadura y en Salamanca- y en Portugal -en Campo Maior y en Lisboa-, también serían actos de madurez histórica. Cádiz es sinónimo de Constitución de 1812 y ésta, a su vez, lo es de Diego Muñoz-Torrero. El extremeño, por su natura, por su ventura y por su sepultura, es sinónimo de liberalismo, de democracia y de unión hispano-portuguesa. Necesitamos más Cádiz y más Muñoz-Torrero.

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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