Ordenando mis viejos papeles, como suelo hacer cada agosto, encontré una carta fechada el 28 de agosto de 2007 de mi amigo brasileño José Fonseca Ferreira Neto, antropólogo. Pocos meses después de escribir esta carta, el 20 de mayo de 2008, el corazón de José Fonseca se pararía en Brasilia. Él tenía 58 años, y yo había olvidado la carta.
José pasó cuatro años en Granada preparando su tesis doctoral que versaba sobre la llamada en los medios académicos “antropología visual”. Fonseca había arribado a Granada, no recuerdo exactamente el año, creo que sobre 1995, ilusionado por la presencia en esta ciudad de esa disciplina, que se animaba en el Centro de Investigaciones Etnológicas “Ángel Ganivet” que yo había creado, gracias al patrocinio de la Diputación de Granada. Subdisciplina, la antropología visual, que lanzaron en nuestro centro el cubano-norteamericano Luis Pérez Tolón y la catalana Elisenda Ardévol, y que luego se había prolongado a través de otros muchos investigadores.
Merece la pena recordar toda la secuencia, reflejada en la carta que me dirigía Fonseca en aquella olvidada fecha:
“Me habías también advertido sobre la super presencia del etnógrafo en el texto escrito. Sin embargo, mi idea era realmente la de escribir bajo una perspectiva reflexiva, por lo que tuve el cuidado de justificarlo teóricamente. A ver qué dices. Espero que te guste y que la encuentres presentable a un tribunal porque ya no me quedan más fuerzas para seguir con ella. Y ni sé si la universidad me dejará leerla después de tanto tiempo. Te ruego que intercedas por mí junto a la comisión a la comisión de doctorado para que ello sea posible. Creo que, por la manera como la elabore, ella cabe bien en el doctorado de antropología e historia del que me hablaste. Esto es lo que me está comiendo el coco, ahora que terminé. Pero confío en ti”.
El drama se precipitó, como dije más arriba, meses después, dejando encima de mi mesa huérfanos los siete ejemplares perfectamente encuadernados y mimados de su tesis doctoral. En fin, más allá del encuentro casual de esta carta que había olvidado, y ahora hallo por pura casualidad, late el hecho de que más de tres lustros después va a salir editado en breve, este otoño, el trabajo doctoral non nato de Fonseca titulado Imágenes del tiempo. Una etnografía visual del Albaicín. Será publicado por la editorial de la Universidad de Granada.
En la tesis de Fonseca, convertida ahora en libro, narra su experiencia como brasileño, que en su país se había dedicado al estudio antropológico de los grupos de ufólogos como si de una tribu amazónica se tratase, en un barrio histórico como el Albaicín granadino. Al llegar a Granada, José, venía habitado por todo tipo de estereotipos culturales, como él mismo reconoce. Se instaló con su numerosa familia en el corazón del barrio, cerca de la icónica plaza de San Nicolás, donde todos, turistas y autóctonos, van a contemplar la bella vista de la Alhambra con Sierra Nevada al fondo. Habitaba en la zona de la Alcazaba Qadima, centro del asentamiento de la dinastía ziri, en el siglo XI. La familia Fonseca tenía un gran lienzo de muralla zirí en el jardín de su casa. Todo esto a un brasileño que provenía de la ultra moderna ciudad de Brasilia, creación ex novo en medio de la selva amazónica del gran arquitecto Oscar Niemeyer, le chocaba. Vivía la estancia en Granada como un verdadero descubrimiento.
Una característica de su libro es que opta por una técnica muy moderna en aquel entonces: narrar literariamente con imágenes en movimiento. Es decir, hacer un documental etnográfico. Las técnicas de aquellos años, el Betacam, empeoraron la calidad de la imagen respecto a las cámaras previas de 16 milímetros, como hoy puede corroborarse con el aumento del pixelado de las imágenes aquellas grabaciones. José grabó en estas condiciones técnicas, que, no obstante, eran las más avanzadas de la época. El libro, pronto a ser editado, va acompañado de la película precitada, de dos horas de duración, y en él se hace una puntillosa descripción de sus diálogos, escenas y problematicidades. Todo ello le da un valor añadido transcurridos unos lustros.
Pero en el documental, a pesar de las dificultades técnicas, se mantiene la tensión. Documenta la transformación de un barrio castizo y monocultural, que fue duramente castigado tras la expulsión de los moriscos en 1570, y siglos después tras la guerra civil de 1936-39, en un barrio pluricultural. Tras tanto castigo el Albaicín a finales de siglo comienza a encontrar un nuevo horizonte.
En esos momentos, cuando Fonseca vive en él, se pone la primera piedra de la nueva mezquita aljama de Granada en 1996 –momento registrado por José Fonseca con su cámara–, y todos observan con mucha atención y cierta aprensión el avance de la multiculturalidad. A José, como brasileiro de Brasilia, nada de esto lo deja indiferente, al contrario, excita su imaginación, alimentada por las jornadas, debates, etc. que realizábamos en nuestro centro antropológico, sito en la casa-molino que fuera del pensador Ángel Ganivet. En una ocasión, recuerdo, estando él presente, yo bromeaba porque estábamos ocho o nueve las personas reunidas en torno a un almuerzo, y cada uno éramos de un país diferente: Costal de Marfil, Francia, Marruecos, Brasil, Estados Unidos, España, Italia, Cuba, y por supuesto España. Yo disfrutaba mucho con aquel ambiente cosmopolita. Para mí, que había nacido al pie de la Alhambra, y había hecho mis primeras letras en unas escuelas albaicineras, en las que el único contraste cultural eran los gitanos que habitaban el barrio, esto era oxígeno. A ello hay que añadir que había luchado en el final del franquismo por la democracia, lo que me había acarreado dos detenciones y prisión. Ahora inmersos en el combate cultural, ayudas y diálogos, como el que me proporcionaba Fonseca, eran la salsa de todos los días. Yo quería, deseaba, un país diverso, lleno de color y opiniones. Habíamos montado para ello un programa llamado “Andalucía Plural” con el apoyo del Instituto del Mundo Árabe de París. José, apreciaba mucho esta iniciativa.
Al encontrarme este verano con la carta olvidada de José Fonseca, mi añorado amigo brasileño, en vísperas de la publicación de su libro, me ha embargado no sólo la melancolía, sino la desazón al comprobar lo mucho que sufrió al final de su malograda vida por realizar ese trabajo doctoral. Siento que con la edición del libro de Fonseca se cierra un capítulo del diálogo Brasil-España que me concernió más de lo que me imaginaba en otros tiempos plenos de excitación y aventura. En el momento presente José hubiese disfrutado al ver como las historias de Brasil y España se vuelven mucho más cercanas que entonces. Es el destino manifiesto ibérico en el que creía, sin lugar a dudas.
José Antonio González Alcantud