Enrique Krauze y la historiografía de la comprensión intercivilizatoria

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“España no ha reconocido la heroicidad mexica”, ha afirmado en el ABC cultural el historiador mexicano Enrique Krauze, que acaba de recibir el III Premio de Historia Órdenes Españolas de manos del rey Felipe VI. En la recepción del premio en El Escorial, el hispanista evocó a Cuauhtémoc, último líder mexica, y recordó “a la gran civilización conquistada, que “cubría una inmensa superficie en cuyas urbes magníficas convergían los más diversos oficios y las artes más refinadas. Aquel orden garantizaba el abasto de agua, víveres y materias primas, y contaba con una extensiva y minuciosa organización de la fuerza de trabajo. Había valores éticos y estéticos en esas naciones, y había también, aunque incomprensible para nosotros, una religión que daba sentido a sus vidas. Era un continente perdido en la geografía y la historia, una zona no solo remota sino ajena a Europa, África y Asia, que llevaban siglos de conocerse. Quizá en esa condición insular estuvo el origen de su tragedia, que no terminó con la derrota de los mexicas y los reinos circundantes”.

El escritor mexicano, en lo que se refiere a la formación histórica de México, ha intentado romper los esquemas binarios del maniqueísmo de unos y de otros. Krauze afirma que “Octavio Paz pidió siempre que nos reconciliáramos con la figura de Hernán Cortés, que acabáramos con el mito negro que se le había atribuido. En lugar de detestar o amar a las figuras históricas, hay que comprenderlas y conocerlas”. A mi juicio, el relato conjunto -a construir- tiene que hablar más bien que mal de todas las partes. Más virtudes que defectos. La carga excesivamente negativa sobre una de las partes supone un tiro por la culata para el patrimonio cultural iberoamericano. Este problema también existe cuando se debaten las herencias culturales ibéricas, tales como las romanas, visigóticas, judías y andalusíes.

La civilización conquistada, para Krauze, “no era la arcadia que pinta la historiografía indigenista, pero tampoco el infierno de su contraparte hispanista”. Es cierto lo que apunta Krauze porque la herramienta del “relativismo cultural”, que nos ofrece la disciplina de la antropología, nos sirve para explicar el comportamiento de las civilizaciones indígenas y la civilización española, por separado y en contacto. De poco sirve deshumanizar a una de las partes en el análisis histórico, sin que con ello se deban borrar las jerarquías y las tragedias. Además, es necesario insistir que el tipo (barroco, mestizo y católico) de colonización practicado y desarrollado en Hispanoamérica es diferente al modelo angloamericano o de la Conferencia de Berlín, por las instituciones locales y porque la mayoría de la población -tras las independencias- tenía vínculos genéticos y culturales, de raíz, tanto con colonizadores como con colonizados. En la actualidad, más allá de la solidaridad interracial o de una natural identificación hacia la mujer indígena antes que el conquistador español, los descendientes de los españoles americanos tampoco pueden desprenderse de esas realidades biológicas y culturales, que les pertenecen, mediante un simple lavado de cara con ideología nacionalista de campanario o, incluso, con ideología decolonial, producida en el primer mundo, que en el futuro se volverá contra ellos, pudiendo ser calificados de colonos aquellos que sean más blancos; también aquellos que vinieran posteriormente por una inmigración favorecida por políticas eugénicas.

Por otro lado, quien piense que va a vencer el debate imponiendo una narrativa de buenos contra malos se va a frustrar. Es natural, que cada parte tenga sus mitos, sus héroes y su ideal, pero cada parte debería hacer un esfuerzo por establecer una narrativa común “diplomática”. Lo mejor sería que esa narrativa común creciera en un tercer sector intermedio, independientemente de su origen e ideología. Vivimos en una época perturbadora para relatos no-maniqueístas. Y no es menos cierto que hasta que en América Latina no se corrijan radicalmente las desigualdades y haya un reequilibrio en la memoria colectiva en favor de los grupos que hayan sido vilipendiados, el debate sobre medidas antirracistas y redistributivas justas y necesarias del presente se confundirá con la interpretación sectaria del pasado. El proceso del identitarismo, que nos ha traído hasta aquí, tuvo una época positiva que tendía hacía un conocimiento complejo de los ignorados y oprimidos, pero hoy en día lo que predomina es la simplificación; un pensamiento limítrofe con lo reaccionario, que obvia las paradojas y las contradicciones de la realidad.

Krauze, en su discurso, declaró que “el benemérito franciscano fray Toribio de Benavente -apodado Motolinía, «el pobrecito», en náhuatl- incluyó a las encomiendas, tributos y la esclavización de los indios entre las diez plagas que los afligieron en las primeras décadas posteriores a la Conquista además de las diversas epidemias que, solo ahora, por sufrirlas en carne propia, tenemos la posibilidad de imaginar. Pasado el tiempo, fue levantándose una nueva realidad, pero los efectos de esa destrucción -así haya sido parcial- marcarían el destino social, económico y demográfico de México. Estos, me parece, son hechos incontrovertibles, pero la historia no es un tribunal, y el deber del historiador -sobre todo ante un drama a tal grado remoto- no es juzgar sino ante todo documentar, explicar y comprender. (…) Una escuela de interpretación ha puesto el énfasis en la constelación de pueblos indígenas, no solo como aliados de los conquistadores (que lo fueron, decisivos) sino como agentes de su propio destino. Algunos historiadores pensamos que tan importante como discurrir las causas de los hechos es acercarnos a su sentido. Y es ahí, en la comprensión, donde persiste el mayor enigma”.

Hagamos, pues, un esfuerzo intercultural de comprensión de todas las partes. Sin esa premisa, seguiremos conmemorando, y vilipendiando, con discursos destinados exclusivamente al autoconsumo. Al fin y al cabo, como dice Krauze: “conmemorar es hacer memoria juntos”.

 

Pablo González Velasco

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