España

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Yo, como muchos otros, nacido de una clase trabajadora pobre, y que venía de un Estado fascista, prácticamente no conocía España.

Sabíamos que era el país que estaba al lado, con el que nuestros antepasados lucharon toda la vida para huir de una esclavitud segura, y de la destrucción de toda nuestra sagrada cultura. Pero poco más sabíamos. ¿Qué más se oía hablar de España? «De España ni buen viento ni buen matrimonio», se repetía por todas partes; y, ¿qué más había que saber? No había interés, ni nos daban a conocer nada.

Hasta que hubo una excepción especial para mi generación: «Verano Azul». No había nadie a quien no le gustase. Y, aún hoy día, toda esa generación se acuerda con nostalgia de aquellos niños alegres; siempre entusiasmados por algo que parecía insignificante a las mentes más adultas. Chicos y chicas en el descubrimiento del amor; rodeados de aventuras excitantes propias de adolescentes. La tierna y atenta Julia, que venía en busca de un nuevo aliento para su vida, y aquel viejo marinero tan sabio y generoso que nos cautivó a todos – Chanquete. Esa serie, sin duda, fue una brecha que nos dio una imagen muy diferente de la que se nos había plantado en la mente. Una serie que debería transmitirse cada década, porque esos mensajes todavía tienen sentido, y son tan necesarios hoy, como lo fueron entonces. ¡Nunca olvidemos que el sentido común está en disputa todo el tiempo!

Es cierto, también llegamos a conocer algo de música, como los Héroes del Silencio (que eran gigantes en ese momento); La Unión, y recuerdo también a Mikel Erentxun. Pero no eran más que canciones aisladas, y creo que los Héroes del Silencio nunca se llegaron a presentar en Portugal, a pesar de los muchos fans de este lado de la «Raya». ¿Cómo es eso posible?

A parte de esto, se vivió algún que otro evento cultural y político, pero poco más.

Después de muchos años, hace más o menos una década, gracias a algunos amigos de internet, empecé a prestar más atención a lo que ocurría en España, y me fascinó especialmente la política española. Nota: en la facultad estudié los principales sistemas constitucionales europeos; de Estados Unidos y Brasil, mientras que España recibía una brevísima mención, como si no fuera relevante.

Al ser yo de izquierdas, me asombraba la facilidad con que los activistas españoles ponían el dedo en la llaga, para animar a la población y darle esperanza, así como el nivel de su vitalidad en todo el Estado.

Poco tiempo después, se produjo el «movimiento de los indignados», posterior a la «Geração à Rasca» («Generación precaria»), del 12 de marzo de 2011, en Portugal, que inicialmente (e inocentemente), también nos trajo alguna esperanza – y me interesé cada vez más.

Juan Carlos Monedero; Pablo Iglesias; Íñigo Errejón, y otros aparecían frecuentemente en la televisión, y aplastaban completamente a los hipócritas del sistema. ¡Era hermoso! Nada parecido sucedía en Portugal. A diferencia de la izquierda portuguesa, que es monótona; pasiva, y casi siempre repetitiva, allí se oían los nombres de los culpables; se identificaba claramente al enemigo; se soñaba con el «asalto a los cielos», y se vivía un entusiamo increíble.

También, a diferencia de Portugal, donde los líderes de estos movimientos de protesta desaparecieron por completo debido a su falta de organización y perspectivas futuras, en España parecía que una revolución social sería posible; y, consecuentemente, constituyeron un partido: Podemos.

Por supuesto, el «poder» no iba a permitir que fuera tan fácil, e inventaron a «Ciudadanos», una versión para las masas de Podemos en versión neoliberal. Y de forma aún más sucia reactivaron (si es que alguna vez estuvieron desactivadas), las llamadas «Cloacas del Estado»; una presunta «policía patriótica», con la intención de fabricar mentiras contra los principales enemigos de la clase dominante (el Estado): el partido surgido del Movimiento 15-M (Podemos), y los independentistas catalanes.

Aliados a la «policía patriótica», están los periodistas a sueldo (el nombre de Eduardo Inda y su pasquín OK Diario me viene directamente a la cabeza); y, como la gran mayoría de los medios de comunicación (con intereses similares), acabaron publicando las mismas «noticias falsas» como si fueran, supuestamente, verdad.

A pesar de los desmentidos, y de los procesos archivados, provocaron daños. La estrategia es fascista: «Siempre perdurará algo de la mentira más escandalosa… el tamaño de la mentira es el factor definitivo para ser creída». – Adolfo Hitler. Así es como han ido matando a Podemos poco a poco, aunque estos han sido mucho más resistentes de lo que se esperaban. Un caso que debe avergonzar a cualquier español decente. «Watergate», en comparación, es un cuento de niños.

Pero si por un lado estaba entusiasmado con el coraje de la izquierda, y con la vitalidad política de España, cuando me encontré con ciertos personajes como Federico Jiménez Losantos, entre otros, que tiene varios medios de comunicación a su disposición para difundir ideología franquista, me quedé absolutamente atónito. ¿Cómo es posible que haya medios de comunicación difundiendo abiertamente el fascismo en una democracia? Por muy mal que esté Portugal, un ser así sería completamente ridiculizado y llevado a un hospital psiquiátrico. En España es banal.

Realmente, la Revolución del 74 ha sido un proceso diferenciador, y tenemos que estar muy agradecidos. ¿Acaso todos hemos olvidado las condiciones de vida en las que vivían los pueblos en estos regímenes? Releyendo a Orwell, decía acertadamente, «la forma más efectiva de destruir al pueblo es negando y borrando el entendimiento de su propia historia». Por desgracia, en el siglo XXI, en países formalmente democráticos, la adulteración de la historia continúa con el patrocinio de los medios de comunicación. Pero ya no sorprende.

Entretanto, surgió VOX, y el número de personas en España que votaron a ese partido fue aterrador. Y aquí es donde me entran dudas en relación al iberismo. No hay iberismo con fascismo. O tomamos una posición firme contra estos neofascismos; o, una vez más, el iberismo será aplazado por quién sabe cuánto tiempo. ¿Vamos a incurrir en el mismo error de Unamuno que, para «salvar España», decidió prestar apoyo a los fascistas? Cuando se dio cuenta de lo que hizo, ya era demasiado tarde. ¿Hemos aprendido algo?

Soy decididamente iberista; por nuestra historia; por nuestra cultura común. Siempre he anhelado un acercamiento cada vez más íntimo, que nos lleve a una integración más profunda, y que eleve la calidad de vida de todos los ciudadanos peninsulares, pero mi límite es el fascismo. Y aquí, España, por desgracia, a pesar de los miles de ejemplos de gente decente y extraordinaria, tiene un problema serio con el que tendrá que lidiar primero (por el bien de la mayoría). Aún siendo libre, Portugal también tendrá que frenar el ascenso de esta amenaza.

Alexandre Nunes

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