Valentín Cano es la última persona nacida en Busmarzo, y tiene ya 41 años.
Busmarzo es una aldea asturiana ubicada en la ladera de una montaña que mira al mar cantábrico, cerca de Luarca. Valentín tiene allí una pequeña explotación ganadera de vaca asturiana de los valles, perteneciente a Indicación Geográfica Protegida de Ternera Asturiana.
La ganadería es un trabajo extra para el último de Busmarzo, ya que su empleo principal está en el mantenimiento de las instalaciones de un concejo cercano.
La aldea no tiene moradores humanos permanentes. La mayoría de los días, sólo las vacas disfrutan de las impresionantes vistas al mar desde la verdísima pradera inclinada.
De Busmarzo partió mi bisabuela, Ramona Llanos, y mi abuelo, José Castro, a principios del siglo XX, camino de Madrid. Y en esa ciudad seguimos sus descendientes. Hoy, la capital de España; que, junto con su área metropolitana, alcanzan los 7 millones de habitantes.
La historia de mi familia es la historia de casi todos. En la península; en Europa; en el mundo. La urbanización es una constante.
Durante todo el siglo XX se ha producido un trasvase de población del rural a lo urbano. A partir de mitad del siglo, el proceso se intensificó; no sólo desde los pueblos pequeños, sino desde los más grandes. Incluso las capitales de provincia (o de distrito, en Portugal), fueron perdiendo población. Y hasta aquí hemos llegado, con vastas zonas desertificadas; envejecidas; empobrecidas; abandonadas.
La gran mayoría de la frontera entre España y Portugal es una de estas zonas en fase aguda de despoblamiento. Tanto a un lado como al otro lado de la «Raya», el proceso es intenso y dramático.
Dentro del fenómeno global, la zona fronteriza del norte y centro, desde Ourense-Vila Real, hasta Cáceres-Portalegre, presenta los peores números; con una densidad de menos de ocho habitantes por km2. Como en la Siberia rusa.
En este contexto, la Cumbre de Gobiernos Ibéricos ha impulsado la Estrategia Común de Desarrollo Transfronterizo.
Las principales actuaciones inciden en la implementación de infraestructuras físicas y digitales, y la gestión conjunta de servicios de educación; salud; protección civil, y servicios sociales. Todo ello, con el objetivo de atraer personas y empresas para que se asienten en el territorio. La estrategia podrá beneficiarse de fondos europeos, tanto de los actuales programas, como de los derivados del Plan de Recuperación.
El desarrollo de este plan transfronterizo se apoya en un marco de cogobernanza, que resulta interesante desde una óptica iberista.
Por primera vez, se establecen reuniones periódicas de los ministros involucrados, en lo que podría ser un embrión de un Gobierno confederal ibérico. Supone un paso en esa línea, aunque quizá la deducción sea algo aventurada.
Pero, además de todo lo institucional, quiero incidir en un elemento de actitud social. En el despoblamiento de villas y ciudades pequeñas, todos tenemos parte de responsabilidad. Nos hemos venido a las grandes ciudades, por circunstancias casi siempre entendibles, pero queda atrás una herencia ancestral, que incluye todo tipo de manifestaciones, en estado de abandono.
Estamos dejando en el olvido cosas fundamentales; perdiendo identidad; renunciando a un legado inconmensurable. Las tendencias y las modas también nos han influido. Y creo que quizá ha llegado el momento de regresar, de algún modo. Cada cual puede volver la mirada a sus orígenes. Podremos recuperar la casa del pueblo, cultivar las tierras y criar el ganado con nuevos estándares de calidad (como Valentín Cano, que da pie a este texto), y teletrabajar en casi cualquier cosa desde zonas apartadas.
Los hijos, nietos y biznietos de la tierra pueden cambiar el rumbo de esta historia. No sólo por ese sentido de responsabilidad, sino porque probablemente ha llegado el momento propicio. Las tecnologías, y las comunicaciones físicas y digitales permiten desarrollar en las áreas rurales actividades variadas, con ventajas indudables en los precios y en la calidad de vida. Mejores alimentos; atmósfera limpia; cielos con estrellas; mejor protegidos frente a las epidemias. Es cierto que en bastantes puntos geográficos aún falta el desarrollo óptimo de la infraestructura. No obstante, hemos de lograr algo más importante: invertir la tendencia. Podemos generar la inercia del regreso; con actitud, ejemplo e iniciativa.
Desde la ventana de mi infancia no divisaba el mar cantábrico, el cual llenó el espíritu de mis antepasados. Algo esencial se perdió en la venida a las ciudades, que por otro lado tanto nos aportan. Ahora algo ha cambiado: el viaje de vuelta puede comenzar.
Pablo Castro Abad