Cualquiera que conozca esta blanca localidad extremeña, a 24 kilómetros de Badajoz, sabe de su pasado portugués.
Su arquitectura, sus calles empedradas con calzada blanca y dibujos en negro, los azulejos de sus capillas…, son fiel reflejo de su pasado luso. Pero hay otra característica no visible que hace que cualquiera reconozca este pasado. El acento peculiar de la mayoría de sus vecinos. Es un acento cantarín muy pronunciado, y salpicado de palabras que un español de otros lares, no entienden a la primera.
Es la herencia del portugués oliventino, una lengua propia de la comarca que está a punto de desaparecer.
Navegando por nuestra historia podemos intuir los motivos de esta pérdida, que empieza, sin duda, por el incumplimiento de uno de los artículos de la capitulación de la plaza, tras el breve conflicto bélico que desemboca en la adquisición de este territorio por la corona española.
Manuel Godoy, como generalísimo de todos los ejércitos, decide empezar la campaña contra los vecinos por este municipio, sobre el que, sin duda, se había fijado como objetivo de conquista previamente a la entrada en combate, y del que debía tener sobrada información.
Una cuña de terreno portugués a la espalda de una ciudad como Badajoz, fértil y rica en ganado, en la que el contrabando con las localidades españolas cercanas era complicado de erradicar, por la ausencia de barreras naturales – está localizada en una llanura – y la insuficiente guarnición militar que la protegía, fueron motivos suficientes para tal elección. Estas observaciones se recogen en las cartas que el mismo Godoy envía al rey Carlos IV con el relato de la contienda y que están editadas en la recopilación de la Gazeta de Madrid de la época.
Me he desviado del tema principal, aunque a propósito. La lectura de todos esos documentos y otros sobre los acontecimientos posteriores en las negociaciones de paz y la obcecación de Godoy por mantener la plaza «en calidad de conquista, para unirlo perpetuamente á sus dominios y vasallos» da que pensar en un plan premeditado para españolizar la zona.
Y volvemos a la capitulación de la plaza. Cuando el 20 de mayo de 1801 el Marqués de Castelar se presenta con su división en Olivenza, el Gobernador de la plaza, Julio César Augusto de Chermont, viéndose incapaz de su defensa y en evitación de males mayores, la entrega sin ni siquiera comenzar las hostilidades.
Para la entrega de la plaza, Castelar y Chermont negocian el documento de capitulaciones, en el que aparecen por un lado las proposiciones del rendido, y por otro las concesiones del vencedor. Normalmente estos documentos de carácter militar se materializan tras la captura de una plaza fuerte, como era el caso, y tratan de asuntos propiamente militares, como pueden ser los honores con los que se retiran las tropas vencidas, las condiciones si se hacen prisioneros, el mantenimiento o desmantelamiento de la plaza…
Pero este es un caso curioso, porque al ser una plaza con muchos habitantes civiles, su Gobernador miró mucho por el bienestar de sus vecinos, ya demostrado en la rendición pacífica de la plaza, para evitar víctimas civiles, y hasta la capitulación. De esta forma, propone que aparezca un artículo en este documento muy importante para la población:
«5º Todos los habitantes serán mantenidos en todos sus derechos y privilegios, y todos los que quisieren salir de la plaza podrán hacerlo libremente, vender y servirse de sus bienes.»
Esta proposición fue aceptada, sin rectificación alguna, por el vencedor Castelar.
Sin embargo, estos extremos no fueron incluidos en el Tratado de Paz de Badajoz, que puso fin a la guerra, el 6 de junio de 1801.
Los habitantes locales podrían por tanto seguir manteniendo su lengua, sus usos, sus pesos y medidas, impuestos…
Pero Godoy no debió pensar lo mismo. Poco después de la firma del tratado, el 18 de septiembre, ordena que en la localidad se prohíba la enseñanza en la lengua de Camões, según se recoge en varios pasajes de los libros de actas del Ayuntamiento.
La población y sus representantes en el Ayuntamiento, conocedora de lo pactado, se resiste a estas medidas, y aún en 1805 existía enseñanza pública en portugués.
En este año, a las autoridades no les queda más remedio que desterrarlo de la escuela pública, por las órdenes recibidas de instancias superiores. Sin embargo, seguían existiendo profesores locales que particularmente continuaron su labor educativa en portugués, e incluso, tras la prohibición total que llega en el año 1813, ésta persiste durante algunos años más, hasta que en 1820 se decretan multas muy severas a los profesores privados en lengua portuguesa.
De estas prohibiciones y sanciones se derivaron algunas consecuencias, como la emigración de los profesores portugueses y la incorporación progresiva de docentes provenientes de otras regiones españolas.
Por muchas normas y prohibiciones, la realidad de aquella época era la falta de medios y profesorado, además de la falta de obligatoriedad de escolarización, por lo que los efectos de estas medidas en la pérdida de la lengua portuguesa en las siguientes generaciones no fue el deseado.
El analfabetismo de la mayoría de la población se suplía con la tradición oral, por lo que el portugués se seguía utilizando en la familia, en los ámbitos laborales, en fin, en la mayoría de los actos cotidianos.
Eso sí, un portugués que se iba mezclando poco a poco con el cada vez más usado español, llegando prácticamente hasta nuestros días de tal manera que todavía gran parte de los octogenarios lo hablan entre ellos, y muy particularmente en algunas de las aldeas y en la localidad cercana de Táliga, que antiguamente era también aldea de Olivenza.
El principio del ocaso del portugués oliventino se produce durante el periodo de la dictadura franquista, con la generalización de la escuela reglada únicamente en español, que hace que las generaciones que se empezaron a formar desde los años 50 en adelante, perdieran la costumbre de hablar y aprender el idioma luso, cuyo uso se consideraba entre la sociedad de la época como de analfabetos y pobres.
Existe aún un hilo de esperanza para la recuperación de este patrimonio inmaterial de nuestra localidad, con la implantación en los colegios del aprendizaje del idioma como segunda lengua extranjera, y este mismo año con una sección bilingüe en el colegio público Francisco Ortiz, desde primaria.
Aunque mucho me temo que lo aprendido por nuestros chavales poco se ha de parecer ao lindo idioma que tão ouví falar ao meu avó.
Esta es la historia de un incumplimiento de la capitulación. Ya habrá ocasión de analizar algún otro.
Rubén Báez