Nosotros, ¡los portugueses! (pero no los únicos)

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En los últimos 500 años, y en el último siglo, han cambiado muchas cosas en Portugal; en la península ibérica, y en el mundo. Cuando hablamos de la palabra «cambio», debemos tener en cuenta que esta es una carretera con varias direcciones.

Ahora que estamos a pocos meses del final del 2020; en medio de una pandemia que promete durar, y después de haber visto un excelente documental hecho por la RTP, me gustaría hacerles un pequeño retrato sobre Portugal y las desigualdades que aún existen en el país.

Para hacer esta «radiografía» voy a hablar de conceptos como la «escolaridad»; el «background familiar»; el «género»; el «lugar de nacimiento», o el «tono de la piel». Si vamos a describir a Portugal en pocas palabras, incluso en un momento en el que contamos con un gran nivel de formación, hay que tener en cuenta que seguimos teniendo un país de dos velocidades, y no sólo geográficas.

Siempre he oído, y aquí tengo que citar una frase de mi tía, que la dijo por primera vez hace 27 años (si mal no recuerdo), y que la repitió en mis vídeos de fin de curso, que «todos estamos hechos de la misma carne y de la misma sangre. No importa si somos hijos de médicos o de albañiles». Este es un eslogan que me ha acompañado desde siempre.

Estoy de acuerdo con ella en un 1000%, si no lo hiciera, correría el riesgo de acabar mal; pero, en la mayoría de los casos, no es así. El hijo tiende a seguir los pasos del padre, y si no lo creen, basta con ver la cantidad de directivos de empresas que provienen de familias pobres. Existen, pero son pocos. Son aquellos casos de superación que terminan haciendo rodapiés en periódicos como el Correio da Manhã. Y no me hagan hablar de las mujeres. En política, para intentar suavizar esta situación, se ha creado un sistema de cuotas en las listas electorales, pero todavía queda mucho por hacer para que las mujeres ocupen un lugar destacado en Portugal y en el mundo.

La diferencia de trato y de oportunidades continúa cuando hablamos de las minorías; especialmente, de los afrodescendientes, así como de los gitanos.

Estos últimos están acusados, con mayor intensidad por cierto partido de extrema derecha, de vivir a costa de los beneficios del Estado y de no respetar las leyes portuguesas, anteponiendo las tradiciones gitanas. Sobre las mismas, y como mujer que soy, siento que debo declarar abiertamente que estoy en contra de los matrimonios concertados y de la retirada de las niñas a muy temprana edad de la escuela. Este es un asunto que siempre me ha causado muchos problemas. Si yo, con sólo 16 años, tenía derecho a descansar en la playa después de un día de escuela, ¿por qué otra niña (que tenía la misma edad y el mismo nombre que yo) había abandonado la escuela y ya era madre de dos niños? Esta es una tradición que ya no tiene lugar en el siglo XXI.

Por otro lado, la conocida como «Generación precaria» tiene un gran grado de educación, pero una perspectiva de futuro muy limitada; esto comparado con nuestros padres, donde podían tener acceso a un empleo garantizado; estable, y para toda la vida.

Ahora, con cada vez más jóvenes entrando en la universidad (pero, en comparación con nuestros homólogos europeos, con un nivel muy alto de abandono antes de completar la escolaridad), la incertidumbre está en el postgrado. ¿Qué hacer ahora?; ¿hay mundo después de los libros? Esta es la pregunta que me hice hace unos años, porque me preocupa el futuro de mis hermanos cuando terminen la secundaria. Y es que la sombra del desempleo es siempre negra y está flotando (si creen que este texto está con un tono algo dramático, sólo puedo defenderme con mi alma lusitana. A veces, ser tristes es nuestro fado).

Para intentar suavizarlo un poco, los economistas entrevistados por el Expresso han admitido la caída de la economía, pero creen que se recuperará más rápido de lo que ocurrió en el período de la «Troika». Con todo, la recuperación de Portugal dependerá, en gran medida, de lo que ocurra en España, ya que entre el 26 y el 28% de nuestras exportaciones se dirigen al país vecino.

Los jóvenes portugueses siempre pueden inscribirse en el Centro de Empleo y correr el riesgo de ser sólo llamados para hacer formaciones (que de poco ayudan); elaborar currículums; conseguir un empleo fuera de su área de especialización, o emigrar.

Si antes los emigrantes iban a trabajar como albañiles o empleadas domésticas, ahora abren restaurantes en Francia o son médicas y enfermeras en el NHS británico, o en los hospitales de Madrid. Y estos han sido los que han logrado el sueño. El resto, aún estando formados, serán los que «han muerto en la orilla»; viviendo con su familia, con la sobrecarga que eso conlleva.

Vivir con el estigma social, con la vergüenza de la «mala suerte» está haciendo que las enfermedades psicológicas se extiendan. Las enfermedades mentales son cada vez más frecuentes, y se habla cada vez más de ellas, pero hay que dejar de lado el estigma. Es normal despertar más tristes; sin rumbo, y con miedo. Esta es la prueba que tenemos de nuestra humanidad. ¡Los últimos meses han sido una larga prueba de obstáculos digna de maratonistas de élite!

¿Qué hay que hacer para frenar la «fuga de cerebros»? Si tuviera la respuesta estaría en este momento en el Gobierno, pero creo que podríamos disminuir las desigualdades aumentando las oportunidades. Esperemos que la Cumbre Ibérica y la futura «bazuca» económica europea contribuyan a esto. Muchas veces, al menos en Portugal, intentamos combatir la pobreza con un subsidio más, pero esto es sólo un paliativo, no es la cura para la enfermedad que vivimos (y no, no estoy hablando de la covid-19).

Varios economistas sostienen que la medida más urgente es el aumento de los salarios. En 2014, un adulto necesitaba un salario mínimo de 750 euros al mes para llevar una vida digna. Si añadimos a esta ecuación un niño menor de 12 años, los valores se incrementan a más de 1000 euros. En la Asamblea de la República, el Grupo Parlamentario del PCP ha intentado aprobar una propuesta, que ha sido rechazada por toda la derecha, que fijaría el salario mínimo en 850 euros mensuales.

Si en la década de los noventa bastaba con tener un empleo para no ser pobres, hoy no es así. Tenemos muchas personas que están trabajando en los tan lusitanos «trabajos ocasionales», pero no pueden ahorrar lo que ganan; y, en algunos casos, acaban por tener que recurrir a ayudas alimentarias. Y aprovecho la ocasión para felicitar a la FAO, que este año ha ganado el Premio Nobel de la Paz.

Enlace al documental de la RTP: https://www.rtp.pt/play/p6829/e455955/nos-portugueses-nascer-para-nao-morrer

Andreia Rodrigues

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