Óbidos, la villa de las Reinas al alcance de todos

El pueblo medieval es uno de los más pintorescos y mejor conservados de Portugal

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Ubicada entre la Sierra de Montejunto y la costa atlántica, a una hora y cuarto en coche desde Lisboa, Óbidos es definitivamente un lugar para visitar al menos una vez en la vida. Con una población de cerca de 3.000 habitantes (12.000 si se cuenta el municipio entero) es una villa amurallada con un castillo en la cima que nos envuelve en su atmósfera acogedora y nos hace volver a los tiempos medievales.

Su historia es tan rica e importante como muestra su territorio poblado, por lo menos, desde el Paleolítico inferior. Vivió el dominio de los lusitanos hasta que los romanos llegaron y en esta zona construyeron un puesto militar para las legiones. Les sucedieron los visigodos, pero fue con los musulmanes, en el siglo VIII, que Óbidos se convirtió en un pueblo. La muralla fue edificada alrededor de la villa y el puesto romano fortificado, convirtiéndose en un castillo.

En 1148, el primer rey de Portugal, Afonso I, conquistó Óbidos para su nuevo reino, y fue bajo el dominio de los portugueses cuando la villa ganó prestigio. Sobre todo a partir del siglo XIII, ya que el rey Dionisio regaló esta población a su esposa, la reina santa Isabel de Aragón. Desde entonces pasó a pertenecer al patrimonio de las soberanas, lo que le valió el epíteto de “villa de las Reinas”.

A lo largo de los años, las varias consortes fueron embelleciendo y enriqueciendo el pueblo. Por ejemplo, en el siglo XVI, la reina Leonor de Avis, esposa de Juan II, ordenó edificar la actual Iglesia Matriz de Santa María. Y fue Catarina de Austria, esposa de Juan III, quien mandó construir el acueducto para abastecer a la villa.

Hoy en día podemos ver en Óbidos uno de los ejemplares mejor conservados de un pueblo medieval. En su zona intramuros, llena de casas blancas y tejados rojos, encontramos un laberinto de calles donde podemos tropezar en pórticos manuelinos, ventanas floridas y pequeñas plazas. Sin hablar de los buenos ejemplos de arquitectura religiosa y civil que reflejan las épocas doradas del pueblo. 

¿Qué ver y hacer en Óbidos?

Aparte de la Iglesia de Santa María y del acueducto, la Iglesia de la Misericordia, la Iglesia de San Pedro, la Picota y, extramuros, el Santuario del Señor Jesús da Pedra, de planta redonda, son algunos de los otros monumentos que justifican una atenta visita. Al igual que el Museo Municipal, donde se encuentran las obras de Josefa de Óbidos, una artista del siglo XVII, irreverente en su tiempo, que aprendió con los maestros españoles Zurbarán y Francisco de Herrera.

El Castillo es también una de las paradas obligatorias, hoy en día totalmente restaurado y abierto al público. Más allá de su trazado romano, las sucesivas transformaciones de que fue objeto resultaron en una mezcla de éste con elementos románicos, góticos, manuelinos, barrocos y moriscos. Fue distinguido en 2007 como una de las Siete Maravillas de Portugal y alberga también una posada.

Pero no solo de monumentos se hace Óbidos. Cualquier momento es bueno para visitar la villa que, en 2015, fue nombrada por la UNESCO como Ciudad Creativa de la Literatura, juntándose a una extensa red que integra otras ciudades como Barcelona, Granada o Montevideo. Por eso se pueden encontrar en la villa muchas librerías y anualmente, en otoño, descubrir el festival literario FOLIO.

Para animar la ciudad todo el año, la localidad tiene un programa de eventos siempre muy concurridos: el Festival Internacional del Chocolate (en la primavera); el Mercado Medieval (en julio); y la Navidad, que transforma Óbidos en la villa mágica del Papá Noel. También cabe mencionar los varios certámenes de música como las Temporadas de música clásica barroca, de cravo y el Festival de Ópera, que proporcionan espectáculos al aire libre en las cálidas noches de verano.

En la gastronomía local, se destaca la caldereta de pescado de la Lagoa de Óbidos, otro de los lugares magníficos a descubrir en los alrededores. Y claro, no se puede terminar la visita a Óbidos sin la célebre ginjinha (licor de guindas) que se puede disfrutar en varios lugares, preferentemente en un chupito de chocolate.

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