España y Portugal son los únicos países miembros, de manera simultánea, de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI) y de la Unión Europea (UE). Es el reflejo institucional del vínculo europeo, ibérico y americano que comparten los dos Estados peninsulares. Además, la Comunidad de Países de Lengua Portuguesa (CPLP) es miembro observador de la propia OEI, completándose la ligazón con toda la iberofonía.
«Iberofonía», término aún no demasiado usado, acuñado por Frigdiano Durántez, que incluye a todos los países y personas que hablan español o portugués; 27 estados con lengua oficial ibérica, con unos 750 millones de hablantes, que suponen casi un 10% de la población mundial.
La OEI se fundó en 1949. Es una institución dedicada a la educación, la cultura y la ciencia, que ha podido mantener una vigorosa actividad desde hace más 70 años; todo un éxito. Unos resultados que arrojan en el último informe anual 365 proyectos en activo y 732.413 beneficiarios. La OEI es el verdadero referente institucional de nuestro ámbito iberoamericano. Particularmente, me siento orgulloso de su desarrollo y de sus actividades, de su longevidad y, especialmente, de su propia existencia. Porque verdaderamente no deja de ser sorprendente que una organización que incluye la enorme diversidad y complejidad iberoamericana, con las idas y venidas, políticas y geoestratégicas, sea capaz de ser lo que es. Pero hasta aquí llegan los halagos, porque podemos entender que, si bien la OEI es un éxito, no es difícil conocer que su alcance es limitado, o muy limitado, si lo comparamos con la potencialidad que una organización así tiene.
Portugal y España tienen este elemento de unión, tan especial y significativo: ser europeos e iberoamericanos. No obstante, cuando la UE y el ser «europeos», es para la contemporaneidad un elemento sustancial y de presencia cotidiana, la OEI y el ser «iberoamericanos», es una cuestión con una percepción débil en el imaginario colectivo… y hasta dudosa.
Cierto es que la OEI no tiene las pretensiones de la UE, pero en aspectos concretos de la educación, cultura y ciencia, si pueden equipararse. Sin embargo, la comparación no se sostiene, ya que la UE es muchísimo más importante en todos los planos, tanto cualitativa como cuantitativamente.
Como ejemplo, podemos poner la movilidad de estudiantes. Mientras el programa «Erasmus» en Europa es, desde hace 30 años, una auténtica revolución y el germen para un patriotismo europeo, en el ámbito iberoamericano se hacen algunas cosas interesantes, principalmente para universitarios, pero nada comparable. Los datos nos indican que el programa Erasmus realizó 940.000 movilidades en 2019, y que el objetivo del programa de Movilidad de Estudiantes Iberoamericanos es alcanzar a 200.000 estudiantes en 5 años.
«El español que no conoce América, no sabe lo que es España». Esta es una frase atribuida a Federico García Lorca. De manera extensiva a toda la península, podemos decir que no conocer Iberoamérica, para un ibérico, es no conocerse a sí mismo. La Iberia de América es un espejo en el que podemos reconocernos, en nuestras virtudes, en nuestras carencias, en nuestros afectos y sentimientos más profundos; esos que configuran nuestras identidades como pueblos.
Debemos aspirar a que el espacio iberoamericano alcance la relevancia que tiene el espacio europeo, en todos los aspectos. Para ello, se han de invertir los recursos necesarios. Todos saldremos ganando si conseguimos dar vigor al valor de «puente», entre la UE y América, que tiene la península ibérica.
En este breve análisis, no puede olvidarse la importancia de la inmigración latinoamericana en España y Portugal. Como ejemplo, podemos observar los datos y la realidad de la mayor urbe ibérica, Madrid. En la capital de España, el 10% de la población ha nacido en Latinoamérica. La población inmigrante es mucho más joven y presenta mayores tasas de fecundidad. El impacto de esta inmigración es muy importante a todos los niveles; por supuesto, en el plano económico, pero también en el cultural y en el social. Los «latinos» han revivido los barrios populares de Madrid, llenado los parques, las iglesias y las escuelas. Como es evidente, los problemas de convivencia están presentes porque, aunque se comparte la base cultural, las costumbres presentan diferencias, motivadas también por la clase social.
Como profesor en un centro público de formación profesional superior conozco bien a los chicos iberoamericanos, hijos de los emigrantes de primera generación, con edades en torno a los 20 años. Generalmente, son alumnos respetuosos y con ganas de aprender, aunque el punto de partida académico, suele ser es algo peor que el de sus compañeros criados en España.
Pero lo que me sorprende e interesa es su idea de pertenencia a la comunidad iberoamericana que, desgraciadamente, es débil. Como es sabido, se identifican a ellos mismos como «latinos», algo que no debe molestarnos, tanto como que no se identifiquen y que ni siquiera, en ocasiones, conozcan el término «iberoamericano».
Tenemos un trabajo que hacer en este ámbito que, por el momento, no se está afrontando. Vemos, al contrario, como prosperan discursos revisionistas y de confrontación. La OEI, como institución histórica de educación cultural y ciencia es, quizá, la entidad que más valores positivos transmite de la comunidad iberoamericana, pudiendo llegar a la gran población inmigrante de España y Portugal.
Pablo Castro Abad