La Sierra de la Culebra, cinco días en el infierno

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Miércoles quince de junio, miércoles por la tarde, miércoles de ceniza, miércoles de muerte en la sierra zamorana, en la de la Culebra, la que vertebra la Reserva de la Biosfera que alimenta el aire de nuestros pueblos.

Rayos en una tormenta seca cortan el cielo en busca de un lugar donde impactar, encuentran su final ideal en una de las comarcas más agrestes de nuestra provincia.

En medio de una ola de calor sin precedentes en el noroeste, se desata la tragedia, varios rayos zigzaguean y caen contra los rastrojos de hojas secas, en un monte sin desbrozar, sin cuidado desde que en este país ya no importa nada, las chispas prenden en medio de  temperaturas desorbitadas, vientos huracanados, tormentas secas, que hacen su agosto en una tierra falta de agua, en una primavera inexistente ya en estas latitudes.

Cambio climático que muchos niegan y que todos sienten.

El cielo teñido de rojo en medio de un viento que hace que las lenguas de fuego laman todas las laderas, todos los riscos y recodos dejando a su paso un paisaje digno del mismo infierno que describieran los antiguos.

Los focos se unen, el fuego busca al fuego, llega a Sarracín y Ferreras de Arriba, danzando presto hacia Riofrío de Aliste.

Las raíces arden, sube el calor por los troncos y las copas explotan en millones de mariposas ardientes, con alas de un rojo carmesí, arrasando a su paso todo lo que tocan.

La danza del fuego llega a Tábara, Cabañas y Litos, no hay control, la música de la yesca avanza imparable sembrando la destrucción absoluta.

Pinares, castaños, robles centenarios sucumben y se iluminan contra un cielo que se vuelve rojo y amarillo, irrespirable, dantesco.

Lobos, vacas, ciervos, jabalíes, ardillas todo corre en una pesadilla que asfixia, que quema, que hiere, que mata.

El presidente de la Diputación hace un llamamiento desesperado, la provincia se pierde, pide ayuda a gritos.

Bomberos, ángeles que luchan, llegan de todas partes, de Zamora, de León, de Segovia, de Palencia, de Madrid, de Galicia.

Helicópteros, buldóceres, la UME, todos luchan sin descanso, intentando controlar un fuego incontrolable, una fuerza imposible de dominar dadas las temperaturas y el viento que lleva asolando nuestra tierra toda la semana.

Las llamas se hacen fuertes, propias de un mundo gigante y llegan a Villardeciervos, las sirenas avisan, el pueblo se inquieta y se evacua en busca de otro lugar más seguro, el viento se revuelve, revira y se acerca a La Raya con Portugal, se adentra y amenaza con destruir Vega del Castillo, Sandín o Maire de Castroponce.

Todo se vuelve ceniza en esas tristes noches en las que las campanas tañen avisando a los vecinos con sonidos de muerte.

Pasan las horas, los días y los vientos arrecian haciendo que los focos se multipliquen. Caen cuatro gotas y la esperanza se enciende. Vana esperanza.

Continúan llegando efectivos, anfibios, focas enviadas por el Ministerio de Transición Ecológica.

Pasa otro día entero, veinticuatro horas más y todo sigue ardiendo, parece que nada es suficiente para calmar la sed del fuego que todo lo destruye, se evacuan otros siete pueblos a los que a las pocas horas se unen otros seis más.

La angustia se refleja en los rostros de sus habitantes, “otro más” comenta algún ganadero, Otero de Bodas, se une a la lista macabra, “el fuego ha llegado hasta la carretera, algunas casas han ardido, aunque el núcleo del pueblo ha quedado intacto gracias a Dios”.

En total catorce núcleos se han quedado solos frente al peligro, Cabañas, Palazuelo, Torres, Pobladura, Mahíde, San Pedro de las Herrerías, Boya, Ferreras, Villardeciervos, Cional, Codesal, Villanueva de Valrojo, Ferreras de Abajo y Otero de Bodas.

El lunes, veinte de junio, se da por estabilizado, el fuego se ha comido 30 000 hectáreas, sólo quedan cenizas y cadáveres de una fauna única y necesaria.

Es hora de contemplar la destrucción, es hora de secarse el sudor y valorar los inconmensurables daños causados que van mucho más allá de lo económico, que hacen que la vida en esos pueblos agonice, que se ha llevado un hábitat único, que ha calcinado especies centenarias, ha matado a miles de animales, que ha destruido cientos de colmenas, es hora de pedir responsabilidades.

Los vecinos de Valrojo amenazan con atarse a los árboles al grito de “ni un pino sale de aquí” ante la insaciable voracidad de las madereras.

Se reclama la declaración de zona catastrófica de esta Reserva de la Biosfera que hacía de este mundo algo un poco mejor, hoy simplemente ya no existe.

La provincia zamorana y La Raya con Portugal han pasado de ser la España vaciada a la España quemada, sin presente, sin futuro.

Solo hay que mirar a los ojos a los miles de ganaderos, agricultores y apicultores para comprender la magnitud del desastre.

En sus miradas todavía se reflejan las llamas que lo devoraron todo.

¿Actuarán las Administraciones? ¿Se harán efectivas las ayudas tan necesarias para reactivar de alguna manera la zona? o como siempre, dejarán que todo caiga en el olvido en el país de las promesas incumplidas.

 

Beatriz Recio Pérez

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