Desde el referéndum que llevó a la independencia timorense a finales del 99, ha surgido en mí un creciente interés por los países de lengua portuguesa, y por la propia geopolítica del idioma en sí. Al apagar las luces de aquel mismo año, Portugal entregaba a China el territorio de Macao, una ciudad que mantuvo cierta autonomía e identidad (en la que la lengua portuguesa hasta hoy desempeña un papel fundamental).
En 2005, aquel mismo joven lusófilo, entonces estudiante de derecho, se dio cuenta del apartado a), inciso II del artículo 12 de la Carta de 1988, que atribuye la condición de brasileño naturalizado a los que, en la forma de la ley, adquieran la nacionalidad brasileña, exigidas a los originarios de países de lengua portuguesa, con sólo un año de residencia ininterrumpido, e integridad moral.
Sí, querido lector, la constitución de la República de Brasil hace distinción entre los extranjeros al establecer diferentes criterios para conceder los derechos oriundos de nuestra nacionalidad. Esto se debe a que el constituyente del 88 no ignoraba el hecho obvio de que un hablante de portugués tendrá más facilidad para integrarse al tejido nacional, que un individuo que no domine el idioma.
La pregunta que ha surgido en mi mente, y que hasta el momento en el que les hablo no ha sido contestada en absoluto, es sobre la extensión del concepto de «países de lengua portuguesa». La cuestión, en realidad, se divide en dos, pues deberemos tratar el concepto de «país» inicialmente, y después lo que sería «país de lengua portuguesa».
El concepto de «país» es necesario para entender el Estado de Macao. «Ahora», dirá el lector más valiente, «Macao es una región administrativa especial de China, y por el hecho de que este último país ejerce algún tipo de injerencia sobre la ciudad, no hay duda de que Macao NO es país».
Cálmate, amigo iberófono, y recuerda que los conceptos de «Estado» (más relacionado con la idea de soberanía) y «país» pueden, eventualmente, divergir. En el diccionario de la Real Academia Española, «país» se define como «territorio con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado».
Macao parece cumplir los requisitos de la Real Academia para recibir el título de país, aunque mantiene también casi todos los atributos de un ESTADO, excepto los dos que más importan: defensa y relaciones exteriores.
De hecho, Macao existirá como protectorado chino hasta 2049, año en que posiblemente será incorporado sin mayores ceremonias a la provincia de Guangzhou (Cantón), disolviéndose en el proceso cualesquiera privilegios de los que hoy goza la antigua provincia portuguesa.
Pero, hasta entonces, los macauenses van a gozar de derechos que son característicos de una nación soberana (lo que no quiere decir que lo sean): moneda propia (la pataca de Macao); parlamento propio; política migratoria y pasaportes propios; comité olímpico propio, e incluso delegación separada de la china en la Organización Mundial del Comercio.
Tenga en cuenta que aquí no se trata de la adhesión de Macao a la Comunidad de los Países de Lengua Portuguesa. En 2016, el entonces secretario-ejecutivo de la organización, Murade Murargy, fue categórico en cuanto a conceder el estatus de miembro pleno a Macao: «Eso no, porque es un territorio que está dentro de un país». Murargy recordó, sin embargo, que China ha utilizado a la región administrativa especial de Macao como una plataforma para la cooperación con los países lusófonos.
Si mencionamos la ciudad autónoma de Macao en este artículo, ha sido para plantear la hipótesis de un natural de ese territorio que pleitea la nacionalidad brasileña con base en la premisa antes citada. La Carta de 88 habla, sin la necesaria precisión terminológica, de «países de lengua portuguesa», y no de «Estados de lengua oficial portuguesa».
Nos parece que la opción por el término «país», en lugar de «Estado» (presente en la misma constitución, artículo 4, V: «Igualdad entre los Estados») revela que el constituyente sabía lo que estaba haciendo al elegir palabras distintas para referirse a conceptos diferentes. La cuestión aún no ha llegado a las cortes brasileñas, y hasta que un macaense venga a solicitar su naturalización junto al judicial «tupiniquim», las ideas que se exponen seguirán como filigrana o mera curiosidad.
Un caso muy distinto es el de Uruguay; que, a diferencia de Macao, es indudablemente un Estado soberano y un país independiente. Citamos Uruguay en este artículo debido al estado del idioma portugués, sobre el cual silencia la constitución nacional (que también nada habla sobre el español, lengua mayoritaria). El portugués es la lengua nativa de cientos de miles de uruguayos y, por esa razón, en 2008 el ministerio de Educación ha pasado a reconocerlo como una de las lenguas «maternas», junto con el español y la lengua uruguaya de signos.
Obviamente, debemos admitir que «lengua materna» no siempre es expresión sinónima de «lengua oficial», pero el silencio constitucional en relación al castellano es un fuerte indicio de que el constituyente uruguayo optó por el plurilingüismo, dejando al legislador ordinario definir cuáles serían esos idiomas oficiales.
Y, en mi humilde opinión, Uruguay ya reúne las condiciones para convertirse en miembro pleno de la Comunidad de los Países de Lengua Portuguesa, pues los estatutos de esta organización no exigen que el portugués esté en la constitución de un país para este que sea considerado uno de sus idiomas oficiales.
No piense el lector que esa propuesta es fruto de la audacia o ensueño del cronista: en 2018, los periódicos portugueses Expresso y Lusa anunciaron que el ministro de Asuntos Exteriores de Uruguay, Rodolfo Nin Novoa, consideraba seriamente presentar una candidatura de su país el miembro pleno de la CPLP, aunque reconociera «no saber bien cuál es el funcionamiento ni los requisitos».
Por último, mencionaré brevemente el estado del portugués en la República Sudafricana, tierra donde vivió Fernando Pessoa desde los ocho a los 17 años de edad. La Constitución de Sudáfrica es la única de las cartas magnas del mundo que menciona la lengua portuguesa sin oficializarla expresamente.
En cuanto a la política lingüística, los sudafricanos sedimentaron en su constitución cuatro categorías de idiomas: los oficiales; los nativos no oficiales (Khoi, Nama y San); los idiomas comúnmente empleados por algunas comunidades de inmigrantes (categoría en la que se incluye al portugués), y las lenguas comúnmente empleadas con fines religiosos (árabe, hebreo y sánscrito).
De acuerdo con la propia constitución de la patria de Madiba, un Comité Lingüístico Panafricano ha establecido por legislación nacional que promoverá y garantizará el respeto a la lengua portuguesa (además de otros idiomas).
Todo muy bonito en el papel. Queda por saber cómo, en la práctica, hacer de la tinta un beneficio concreto fructífero por la diáspora lusófona de Sudáfrica. Hay 300.000 portugueses repartidos por todo el país y, sólo en la provincia de Mpumalanga, viven 80.000 mozambiqueños.
Resulta que, desde 2016, cuando el ministro de cultura Nathi Mthethwa disolvió el comité lingüístico por desacuerdos en cuanto a la función estratégica de ese órgano, las minorías lingüísticas quedaron desamparadas, porque ya no tiene un departamento gubernamental específico al que recurrir.
Me despido (temporalmente) del lector con un sincero desahogo. Más fácil y placentero habría sido escribir sobre regiones o países donde el portugués ya está plenamente establecido. El estado de indefinición en el que viven las minorías lingüísticas, sean cuales sean, viola su dignidad inherente como seres humanos, haciéndolas protectorados desprotegidos dentro de sus matrias y patrias.
El tema de este artículo era algo que hacía tiempo que me ahogaba. Derramarlo sobre el papel ha sido, por tanto, casi instintivo. Entre los países aquí analizados, no hay en la actualidad otro punto en común, sino la presencia del portugués como idioma de una minoría. Un hecho que reaviva en nosotros la esperanza de que se mantengan como fieles guardianes de una parte de nuestro mundo que habla y vive en portugués.
Danilo Arantes