Es un tópico hablar de paraíso para referirse –superada la conceptualización cristiana– a enclaves más o menos recónditos, desconocidos por la mayoría, rodeados de naturaleza e idealizados por lugareños o por viajeros románticos. Pero literariamente es socorrido para captar la atención de quien quiere descubrir nuevos mundos, reales o imaginados. En el caso de la comarca de la que trataremos en las próximas líneas, el término paraíso adquiere todo el significado de la cuarta acepción recogida por la RAE: “sitio o lugar muy ameno”. Si añadimos, como hacemos, un adjetivo de orden geopolítico como es fronterizo, la definición paradisíaca absorbe un atractivo cultural manifiesto.
En efecto, la comarca extremeña de Sierra de Gata es un “lugar muy ameno” cuya proximidad portuguesa le otorga una singularidad cultural que abruma a quien profundiza en su ambiente y en su conocimiento. Sin embargo –empecemos por el principio–, su condición de frontera no deviene únicamente de su posición rayana al fraternal país, sino de su propia orografía serrana que sirve para distinguir climática y geográficamente el norte del sur, la cuenca del Duero de la del Tajo. Y esto, traducido históricamente, supone insertar a los pueblos y gentes serragatinas en un periodo medieval de sustrato andalusí. Estas tierras ejercieron de confín territorial, primero de al-Andalus y luego del reino de León durante medio milenio. Lancemos solo una pista de aquel tiempo para ir completando el mapa del tesoro: una inscripción árabe en el aljibe de una fortaleza que se llamó Mascoras, hoy Santibáñez el Alto.
Pero, como advertíamos, un nuevo límite fronterizo –es decir, extremadurano– se desarrolló a partir del siglo XII, esta vez de orientación este-oeste. Hubo de todo: asentamientos que gestaron una realidad lingüística galaico-portuguesa que milagrosamente se conserva aún en la actualidad, a fala de Val de Xálima; guerras que, como la de Restauración de Portugal, pusieron punto y final a la historia de villas como Salvaleón o Puñonrrostro; o contrabando que permitió subsistir a muchas familias y estrechar lazos con otras del otro lado del río Erjas; entre otras muchas mezcolanzas. Los aires portugueses trascienden la parte más occidental de la comarca para irradiar, de una u otra forma, a todo el norte extremeño. No solo la otrora inseguridad que impregnaba el ambiente cuando la enemistad afloraba, sino también las oportunidades que ofrecían las relaciones comerciales y las siempre bien allegadas relaciones de parentesco.
Ninguna línea política, no obstante, puede impedir que las aguas extremeñas corran hacia el Atlántico. Tampoco que las influencias climáticas de aquel océano enverdezcan los campos y sierras de tierra adentro cuando arriba el otoño. Sierra de Gata es buen ejemplo de ello, de cómo sus aguas cristalinas quieren a Portugal, y de cómo sus verdes elevaciones dibujan un óleo precioso y tranquilo. Tranquilidad que le da la suficiente lejanía que se tiene con respecto a Madrid y a Lisboa, aunque al mismo tiempo esta situación intermedia no sea óbice para el encuentro entre ibéricos en los pueblos serragatinos. Omitiremos aquí hablar de las comunicaciones, nunca fue fácil llegar al paraíso.
La comarca rebosa en recursos naturales y culturales que gustan a todo el mundo, sean paisajes para los que hacen caminos, perspectivas para los que suben a las alturas, delicias gastronómicas para los del buen paladar o piscinas naturales para los que sufren del rigor veraniego. Destaquemos, siquiera brevemente, la belleza popular de su arquitectura: entramada y de olor a viñu en San Martín de Trevejo/Trevellu; granítica y mínima en Trevejo; señorial y eclesiástica en Hoyos; rociada por Carlos V en Gata; de adobe y aceite en Robledillo de Gata. Pero más allá de estos declarados cinco conjuntos histórico-artísticos existen infinidad de elementos dignos de poesía como la majestuosidad de la iglesia parroquial de Acebo, las ruinas del monasterio de Monteceli del Hoyo, los castillos de Erjas/As Ellas y de Santibáñez, y un enorme etcétera. Todo, siempre, bajo la atenta mirada del faro de la comarca, la Almenara de Gata.
Permítanme un consejo, recórranla de este a oeste: empiecen por el culto a su naturaleza, con la fiesta del árbol en Villanueva de la Sierra; comprendan luego su poblamiento prehistórico con la visita al dolmen de Pradocastaño en Hernán Pérez; adéntrense después en el valle del Árrago; suban a las sierras, bajen a las llanuras; descansen en los Pajares de Santibáñez; tómense un vino en “El Buen Avío” o en “A boiga du viñu”; compren aceite; respeten al dios Sálama; descubran quien fue Fernán Centeno; oigan a las gentes que falan. Y llegarán a Portugal, otro paraíso.
Juan Rebollo Bote