Historia e historias de proximidad: Santibáñez de Mascoras

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En la Baja Edad Media, San Juan de Mascoras, o Sant Ivannes -hoy Santibáñez el Alto-, capitalizaba una encomienda de la Orden de Alcántara que abarcaba un enorme territorio coincidente con gran parte de la mitad oriental de la comarca extremeña de Sierra de Gata. La altiva posición de su fortaleza, antes bastión andalusí de la frontera con los cristianos, posibilitaba el control de las sierras, llanuras y calzadas que median entre Coria y las áreas suroestes de la cuenca del Duero. Avanzado el tiempo, sin embargo, el contexto territorial y político cambió y Santibáñez cedió progresivamente su predominio comarcal a la cercana villa de Gata. La decadencia se apoderó del enclave y su castillo acusó ruina. Hasta hoy. Pese a ello, un halo de esperanza se cierne sobre este pueblo de apenas cuatro centenares de habitantes gracias a la apuesta por la reivindicación de su papel histórico y por la revalorización de su patrimonio.

La tierra histórica de Santibáñez el Alto comprende un espacio riquísimo desde el punto de vista arqueológico. A las estelas, ídolos y otros restos materiales conocidos desde hace décadas en los distintos pueblos este rincón serragatino, se han añadido en los últimos años yacimientos en los que se han llevado a cabo actuaciones arqueológicas de enorme interés. El poblado calcolítico de El Castillejo en Villasbuenas de Gata o las estructuras dolménicas del término municipal de Hernán Pérez están aportando una valiosísima información sobre la prehistoria del norte extremeño y está sirviendo para poner en el mapa del patrimonio a estas localidades hasta ahora poco tenidas en cuenta cultural y turísticamente. Estos proyectos, además, nacen de una sociedad civil consciente de la importancia presente y futura del patrimonio como dinamizador social y territorial.

Recopilar y recuperar la Historia y las historias se ha convertido en el mayor afán de muchos alcaldes y demás paisanos de pequeños pueblos españoles y portugueses de un tiempo a esta parte. Pablo Iglesias Ordóñez es el ejemplo de ello en Hernán Pérez, quien ha apostado decididamente por aunar investigación académica, socialización y compromiso rural con el proyecto arqueológico del dolmen de Pradocastaño. Rubén Francisco González, alcalde de Santibáñez, sigue la estela de la localidad vecina con la revalorización del castillo santibañejo y con la inclusión del pueblo en la Red de Aldeas Históricas serragatinas y hurdanas que acaba de ponerse en marcha.

Además de los restos y yacimientos prehistóricos citados, es cuestión de años el que salga a la luz algún asentamiento romano -quizá también prerromano- en las proximidades de Santibáñez. Más allá de la teoría -poco fundamentada- de que la enigmática Interannia pudiera encontrase bajo las aguas del embalse de Borbollón, lo que sí parece evidente es que en el iter entre Cauria (Coria) y Mirobriga (tradicionalmente ubicada en Ciudad Rodrigo) hubiera habido alguna mansio y/o villae aledañas. La calzada -luego conocida como Dalmacia- necesitó ser vigilada cuando la frontera quedó establecida por estos lares, allá entre los siglos VIII y XII, y fue entonces cuando se fortificó el cerro en que se yergue Santibáñez.

Aunque algunos eruditos clásicos fijaron el siglo IX como origen de la fortaleza, ni la documentación histórica ni la arqueológica corroboran, de momento, aquella data. La leyenda -enmarcada en la tradición carolingia- que habla de la fundación de un supuesto convento por la condesa Teodosinda, no tiene visos de veracidad. Tres únicas certezas podemos considerar para estos momentos primigenios: que la historia santibañeja va intrínsecamente ligada a la cauriense; que existe toponimia árabe en la documentación (Mezquiella, Mazarrón, Mascoras); y que la inscripción hallada en el aljibe del castillo remite a la etapa almohade y subraya la presencia islámica.

Es probable que Mascoras fuera conquistado y reconquistado por unos y otros en varias ocasiones a lo largo del último tercio del siglo XII y que fuera donado a la Orden del Temple en alguna de aquellas. A comienzos del siglo XIII, ya definitivamente cristiana, pasa a manos de la que vendría en conocerse como Orden de Alcántara, que articuló aquí una de sus encomiendas más importantes y acometió la obra del grueso de la fortificación que aún se conserva. Extramuros se construiría la iglesia parroquial con la advocación de San Pedro. La picota o rollo jurisdiccional sito en las cercanías del ayuntamiento, simboliza la capacidad que tuvo Santibáñez de impartir justicia sobre sus habitantes y los de su territorio. Sabemos que algunos de sus comendadores abusaron especialmente de su preeminencia sobre los pueblos vecinos, lo que fue creando tensiones que provocarían constantes litigios e incluso la independencia de lugares como Gata, que, a la postre, terminaría por suplantar a Santibáñez como cabeza oficiosa de la encomienda.

Pero el castillo santibañejo siempre se mantuvo como referencia militar de esta comarca fronteriza. En el siglo XVI se acometieron reformas que permitieron resistir mejor las guerras que sucedieron. En el XVIII, por el contrario, se menciona la fortaleza ya como abandonada. En los siglos contemporáneos, un coso taurino y numerosas casas ocuparon el primer recinto castrense, un cementerio se instaló en el patio de armas y un depósito de aguas se construyó en el lugar en el que en otro tiempo se erigía la torre del Homenaje. La decadencia sumió en el olvido la relevancia histórica de Santibáñez, relegado a un segundo plano en el contexto serragatino de las últimas centurias. El deterioro ha campado a sus anchas por la que fuera la fortaleza principal -junto a Trevejo- de esta esquina altoextremeña ocultando detalles patrimoniales que, sin embargo, están a punto de volver a relucir gracias al trabajo de sus habitantes más voluntariosos.

Las joyas de este pueblo colgado de un cerro son numerosas: la ermita del Cristo de la Victoria, la piedra seca que remarca la sencillez de las casas, las marcas de cantero que asoman en sillares traídos del castillo, la picota, la bellísima bóveda de la sacristía de la iglesia, la puerta que transporta al periodo medieval, los curiosos símbolos de las quiciaderas, las “cabezas de moros”, las almenas, la torre albarrana, más marcas pétreas, el aljibe andalusí, la memoria de los muertos, un supuesto pasadizo oculto, los ecos de una iglesia con advocación a Santa María, una puerta tapiada y más inscripciones enigmáticas, el recuerdo de las lavanderas, la trama urbana y la autenticidad que desprenden sus paisanos. Todo aderezado por un paisaje que, desde aquí, se divisa tranquilo y majestuoso, por la riqueza natural que proporciona el pantano construido allá por los años 50 del siglo XX y por -¡oh maravilla!- el conjunto agroganadero de los Pajares, acaso la perla etnográfica más preciada de toda Extremadura.

Santibáñez el Alto no cae de paso, tiene cuestas y todavía no está preparado para recibir muchos visitantes. Es escasa la oferta de restauración, hay pocos aparcamientos y algunas calles adolecen de un mínimo cuidado estético. Ahí reside, ciertamente, parte de su sabor agridulce. Pero está resucitando. Los restos óseos de quienes se enterraron en el patio de armas del castillo hasta los años 80, ya han sido trasladados al cementerio nuevo. los lienzos que estaban a punto de venirse abajo, ya están consolidándose. Lo que hoy son andamios, mañana serán relucientes paños de la fortaleza. La población está tomando conciencia de la importancia de su patrimonio para no morir por vaciamiento. Rubén, como Pablo en Hernán Pérez, está a la cabeza del resurgir de Mascoras, nombre, por cierto, que tendría que rescatarse. Un dibujo en forma de cruz que precede a la inscripción del aljibe podría tomarse como símbolo del nuevo Santibáñez. Este pueblo tiene pasado y futuro.

 

Juan Rebollo Bote

LusitaniaeGuías-Historiadores

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