Barcelos: donde suenan tradición y creatividad

A parte del famoso gallo colorido, la capital portuguesa de artesanía tiene muchas más historias y cultura que ofrecer

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En el noroeste portugués, la región de Minho, fronteriza con Galicia, fascina con su verde impresionante y joyas culturales como Braga, su capital. Pero a unos 20 kilómetros al oeste de esta ciudad, cruzando el puente viejo sobre el río Cávado, la imagen que se nos revela es un bálsamo para los ojos. Aquí, en Barcelos, los gallos son de arcilla y las piedras parecen hablar. Todo parece estar en su lugar – intacto, florecido, ostentoso.

Si nos adentramos en el pueblo, nos encontramos inmediatamente con una escena viva y colorida. El arte y la cultura son claves para Barcelos, reconocida por su gran tradición de artesanía e industria textil, pero también indisociable de la música, las romerías y las ferias durante todo el año. Una ciudad auténticamente creativa – lo dice la UNESCO desde 2017 – que también destaca por su movilidad cada vez más sostenible, siendo un punto de paso multisecular en el Camino portugués hacia Compostela.

Una tierra que acompaña la historia del país

Situada en un paraje con restos arquitectónicos que datan de la prehistoria, Barcelos fue fundada en el siglo XII por el rey Afonso Henriques, el primero de Portugal. Gracias a su dinámica economía, encabezada por una feria semanal que se mantiene a días de hoy, el pueblo rápidamente fue atrayendo más y más gente, por lo que el rey Dinis, en 1298, decidió establecer allí un condado, entre los ríos Lima y Ave.

En 1385, el noble Nuno Álvares Pereira, condestable del reino y líder militar en la batalla de Aljubarrota, se convierte en el séptimo conde de Barcelos. Este decide entregar el pueblo como dote matrimonial a su hija Beatriz y al yerno Afonso, hijo bastardo del victorioso rey João I, que contribuyen a la reforma en curso desde principios de siglo. Entre sus obras, por ejemplo, están el palacio condal, hoy un museo al aire libre, y las murallas de la villa.

En el siglo XVI, crucial para el país debido a su expansión marítima, Barcelos siguió creciendo en tamaño y población. Un milagro, que se habrá producido cuando un zapatero vio una cruz negra en el terreno de la feria, generó una devoción fuerte entre la gente, celebrada anualmente en la entonces creada Fiesta de las Cruces y por el posterior Templo del Señor Buen Jesús de la Cruz (construido entre 1705 y 1710). Desde entonces, entre abril y mayo, el pueblo se convierte en un importante punto de encuentro de visitantes nacionales e internacionales, que llegan para ver la batalla de flores, los arcos de romería, las alfombras naturales de flores y la imponente procesión.

La cultura es ancestral, pero renovada

De todos los rasgos culturales que podemos señalar en Barcelos, la cerámica figurativa es sin duda el más importante, remontando a la presencia romana. Y, por supuesto, el gallo colorido es el más codiciado de los recuerdos de la ciudad. Pero esta figura no tiene sólo que ver con la conexión del pueblo barcelense con el campo, sino también con una leyenda muy interesante.

Un buen día, un gallego de paso por Barcelos se convierte en sospechoso de un delito que alborotaba al pueblo. Las autoridades deciden detenerle, aunque él jura inocencia y ferviente devoción, afirmando que se dirige a Santiago en cumplimento de una promesa. Nadie le cree y, por eso, es condenado a la horca. Pero antes de ser ahorcado, pide ser conducido al juez que había producido la sentencia. Una vez autorizado, es llevado a la residencia del magistrado, que se encuentra de fiesta con amigos.

En la ocasión, el gallego vuelve a afirmar su inocencia y, ante la incredulidad de todos, señala a un gallo asado que había sobre la mesa, exclamando: “Tan cierto es que soy inocente como que este gallo cantará cuando me cuelguen”. Las risas y los comentarios no se hacen esperar, pero por si acaso, nadie toca al gallo. Y lo que parecía imposible se vuelve realidad. Justo en el momento en el que el peregrino sería ahorcado, el gallo asado se levanta sobre la mesa y canta. El juez corre hacia la horca y ve, con asombro, al pobre hombre con la soga en el cuello, pero con un nudo flojo que no le había estrangulado. El hombre es inmediatamente liberado y enviado en paz, regresando a Barcelos unos años más tarde para erigir un monumento en honor del Apóstol Santiago y la Virgen, que se dice ser la cruz medieval junto al antiguo palacio.

Con el paso del tiempo, el gallo se convirtió en el máximo símbolo del municipio y, a partir de la dictadura de Salazar, también en símbolo de Portugal, representando la imagen de un país vinculado a la ruralidad y a sus tradiciones. Pero más allá de este, otros temas inspiran a la cerámica del pueblo, como el bestiario, las piezas de carácter religioso y festivo o las relativas a la vida cotidiana, que se van renovando con los tiempos. Todo un patrimonio artístico popular que, junto con otras artesanías como el bordado, la forja o la cestería, ha valido a Barcelos la entrada en la Red de Ciudades Creativas de la UNESCO en 2017.

Otro de los activos culturales de esta ciudad es, notablemente, la música. Desde la más folclórica y tradicional a los estilos más urbanos y contemporáneos, Barcelos sorprende por su riquísima escena musical, representada tanto por los festivales y conciertos que ofrece como por los músicos que allí se forman. Desde los años 2000, se destaca como tierra fértil para el hip hop (Cálculo, Fábia Maia), el fado (Gisela João) pero, sobre todo, el rock (Glockenwise, Dear Telephone, Aspen, Gator the Alligator), difundido internacionalmente en una serie documental de tres episodios en 2015.

Un destino con muchos encantos

Si todas estas razones no son suficientes para poner a Barcelos en su lista de próximos viajes, considere leer estas líneas finales. Aunque el pueblo está a unos 20 minutos en coche de la playa costera más cercana, en realidad hay un lugar donde puede disfrutar tanto de la arena como del agua justo en la ciudad. La playa fluvial de Barcelinhos es accesible desde la parte sur, cruzando el puente medieval. Durante los meses de verano, está bien cuidada y ofrece animación musical y deportiva, pero fuera de temporada suele estar cerrada por obras de restauración y acondicionamiento. Aún así, merece la pena sólo por la vista increíble para el puente y el pueblo.

En cuanto a lo más dulce, podrá encontrar variedades locales de pasteles como las Queijadinhas de Barcelos. Se trata de una delicia local que entró en la fase final del concurso de las 7 Maravillas Dulces de Portugal. Es un pastelito deliciosamente ligero y pequeño que se sirve en una oblea bañada en almíbar de azúcar y con forma de estrella de cinco puntas. Algo que no debe dejar de probar cuando se detenga en cualquiera de las pastelerías de la ciudad para tomar un café.

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