Monasterio de Batalha: el rastro de la victoria que cambió la Península para siempre

El “Templo de la Patria”, como también es conocido, es Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y uno de los ejemplares más importantes del gótico peninsular

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En las cercanías del Parque Natural de las Sierras de Aire y Candeeiros, entre las ciudades de Leiria y Fátima, podemos encontrar una de las villas más célebres de Portugal. Batalha es un territorio cuyo nombre remite inmediatamente a una contienda que ocurrió hace más de seis siglos y nos dejó un monumento para recordarla.

Singular por su arquitectura mestiza y su historia llena de curiosidades, el monasterio es el origen del pueblo fundado por el rey Juan I tras la Batalla de Aljubarrota. Una de las más importantes en su momento, en parte integrada en la Guerra de los Cien Años y crucial para la definición de la península ibérica como la conocemos hoy en día, cuyo relato es esencial para entender su importancia geopolítica.

Corría el año 1383 y Portugal vivía una crisis dinástica tras la muerte del rey Fernando I, que no había dejado ningún pretendiente varón al trono. Su única heredera era su hija, la infanta Beatriz, que, tras ser presentada a una vasta rueda de candidatos a su mano, había sido prometida al rey Juan I de Castilla.

El matrimonio fue un importante evento político, ya que pretendía traer la paz a los dos reinos beligerantes, pero la discordia no se hizo esperar. La aristocracia portuguesa, en general, consideró el enlace una pérdida de la independencia en favor de la corona vecina, aparte de que la decisión de juntar a Beatriz con el monarca castellano realmente no había sido del rey fallecido.

La palabra final la había dado la reina consorte, Leonor Teles, que tenía como amante a un conde gallego, Juan Fernández de Andeiro, y mantenía intereses con los castellanos. Así que, tal y como fue acordado en el contrato matrimonial, la Aleivosa [Pérfida] se convirtió reina regente en nombre de su hija, pero la pretensión del yerno al trono de Portugal pronto desencadenó una serie de conflictos por todo el país.

El primer acto de hostilidad lo llevaron a cabo las facciones favorables a Juan de Avis, hermano bastardo del rey Fernando que había sido candidato al trono, pero preterido por su condición. Lo que hicieron fue asesinar el conde Andeiro, enfureciendo a los castellanos, pero conquistando todavía más apoyo popular para Avis, que asumió el liderazgo de la resistencia armada.

Los meses pasaron y el ejército portugués se enfrentaría varias veces al opositor, bajo el comando militar del general Nuno Álvares Pereira, pero la batalla decisiva no llegaría hasta 1385. El 14 de agosto de ese año, los castellanos encontraron a los portugueses cerca del pueblo de Aljubarrota, en la zona de la actual Batalha, dándose cuenta de que los números estaban de su parte. Tenían aproximadamente 30 mil soldados y el apoyo de los franceses contra 6 mil tropas portuguesas, incluso reforzadas por las inglesas.

Aún así, el ejército castellano no solo fue vencido sino también diezmado, ya que, después de aglutinar el enemigo dentro de su “cuadrado” táctico, los portugueses persiguieron a los desertores. De aquí surgió una leyenda sobre Brites de Almeida, una mujer recordada como la Panadera de Aljubarrota, que iludió y dio muerte con sus proprias manos a algunos fugitivos.

Con la victoria, el maestre de la Orden de Avis se convirtió en rey incontestado de Portugal, atribuyendo el resultado al auxilio divino que creía haber recibido. Por eso ordenó fundar la villa de Batalha en el lugar donde había ocurrido el conflicto y construir un monasterio dominico dedicado a Santa María (de la Victoria).

El monasterio tardó casi dos siglos en ser construido, empezándose en 1386 y terminándose en 1517, durante el reinado de seis reyes. En el inicio de las obras se hizo un pequeño templo, conocido como Iglesia Vieja, cuyos vestigios eran todavía visibles a principios del siglo XIX. La edificación servía para celebrar los sacramentos y como cementerio para los primeros habitantes de Batalha: los arquitectos y obreros del monasterio.

El primer arquitecto fue el portugués Afonso Domingues, que diseñó la planta del complejo y se encargó de la obra hasta su fallecimiento en 1402. Su estilo era, básicamente, gótico radiante con influencias del gótico perpendicular inglés, que se puede ver en muchas de las estructuras del proyecto inicial: la Iglesia, el Claustro Real y otras dependencias como la Sala Capitular y la Sacristía.

Le sucedió el inglés David Huguet, probablemente descendiente de catalanes, que continuó la obra hasta el año 1438. Introdujo el gótico flamígero, que se manifiesta principalmente en la fachada principal, en la cúpula de la Sala Capitular, en la Capilla del Fundador (iniciativa del propio Juan I de Portugal) y en las estructuras de las Capillas Inacabadas (añadidas por Duarte I).

Tras la muerte de Huguet, Fernão de Évora se hizo cargo del proyecto, añadiendo el claustro menor (o de Alfonso V) y las dependencias adyacentes. Mateus Fernandes el Viejo le sucedió hasta 1515, trabajando en estilo manuelino las Capillas Inacabadas, y su hijo realizó la tracería de las arcadas del Claustro Real.

Con Juan II no hubo interés por la construcción (probablemente por el enfoque en las conquistas en África) y la obra fue retomada por Manuel I hasta 1517, cuando este decidió favorecer la construcción del Monasterio de los Jerónimos, en Lisboa. El trabajo en Batalha seguiría con Juan III y la tribuna renacentista (de 1532) del cántabro Juan de Castillo.

El terremoto de 1755, que atingió principalmente la capital, también provocó algunos daños en el edificio, pero mucho más grandes fueron los daños infligidos por las tropas napoleónicas de Masséna, que lo saquearon y quemaron entre 1810 y 1811. Posteriormente, con el decreto de disolución de los monasterios en 1834, los dominicos fueron expulsos del complejo, que terminó abandonado y en ruinas.

Sin embargo, todavía en el siglo XIX, el rey Fernando II, consorte de María II, recuperó el monasterio, buscando convertirlo en el símbolo glorioso de la Dinastía de Avis y de la Ínclita Generación (los hijos de Juan I que el poeta Camões destacó por su participación en la vida pública). Fue declarado Monumento Nacional en 1907 y convertido en museo en los años 80.

El reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO llegó en 1983, seis siglos después del inicio de toda esta historia. Más recientemente, el monasterio fue elegido una de las Siete Maravillas de Portugal y, en 2016, recibió el estatuto de Panteón Nacional, ya que alberga las tumbas de los reyes que lo construyeron, de algunos de sus familiares y también la Tumba del Soldado Desconocido, un homenaje a los soldados muertos en la Primera Guerra Mundial.

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