Brasil se libra de Jair Bolsonaro hasta 2030

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Es un doble alivio que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) de Brasil haya votado a favor de inhabilitar políticamente durante ocho años al expresidente Jair Bolsonaro por abuso de poder y uso fraudulento de recursos públicos. Lo es igualmente que esta decisión no haya generado disturbios callejeros. En términos de elecciones presidenciales, Bolsonaro se perderá la elección de 2026, pero podrá presentarse en 2030 a la edad de 75 años. El bolsonarismo ha sufrido importantes derrotas y esta ha sido la más contundente, aunque estuvo a punto de convertir la tensión permanente golpista en un caos político. De hecho, lo consiguió durante unas horas mientras los bolsonaristas arrasaban de forma vandálica las principales instituciones del país el pasado enero.

Es lamentable llegar a una inhabilitación de un expresidente, cuando estas figuras deberían ser activos del Estado y del país brasileño, pero en este caso no hay ninguna duda: conspiró y estresó permanentemente las instituciones para convertirse en dictador. Afortunadamente el Tribunal Supremo actuó con decisión, con una serie de medidas excepcionales, a modo de autodefensa de la democracia.

Los hechos juzgados en este proceso ocurrieron en julio de 2022 cuando el expresidente reunió en el Palacio del Planalto a decenas de embajadores extranjeros para persuadirles, sin pruebas, de las deficiencias del sistema electoral brasileño y las urnas electrónicas. Además de este caso, Bolsonaro tiene pendientes otros quince procesos. Con esta inhabilitación, no podrá presentar candidatura política alguna hasta 2030.

Sólo los que hemos vivido el día a día de Brasil en los 4 años de Gobierno de Bolsonaro, sabemos el nivel de toxicidad que Bolsonaro inyectó al país. Lo hemos contado desde EL TRAPEZIO; en particular, escribí dos análisis profundos: uno en 2020, sobre Un Brasil militarizado: epicentro pandémico y de disonancia cognitiva y, en 2021, sobre Brasil: bravatas que apuestan en el caos electoral.

La experiencia de Brasil nos lleva a estar preparados ante cualquier situación análoga en España. Situación -por otro lado- remota, dado que Vox no ha sustituido al PP. Lo más parecido fue la crisis institucional generada por el populismo independentista catalán. No obstante, hay algunas lecciones brasileñas a tener en cuenta. La democracia entra en crisis cuando no hay posibilidad de debate público y de formación de una opinión pública. No ya un mínimo decoro, honestidad y respeto entre las partes, sino el puro boicot populista en el marco de una estrategia de puentear a los medios de comunicación o los debates parlamentarios, reduciendo la información a consumo militante sin posibilidad de contraste, instalándose un clima donde el militante prefiere una mentira a favor de su candidato que una verdad en contra del mismo. Se pierde la mediación, la influencia mutua y el votante flotante de un espectro a otro. En ese momento sólo el Estado de derecho puede introducir objetividad y reglas antes de llegar a un enfrentamiento civil; no obstante, existe la presencia de la sensibilidad de extrema derecha en el seno de instituciones judiciales, por lo que también se da una lucha lucha ideológica en el seno de las mismas.

La estrategia preelectoral de Bolsonaro fue digna de la inteligencia más perversa, o mejor, de la perversidad más inteligente, porque si no se implantaba el sistema de voto impreso, iba a denunciar fraude, y si se implantaba el voto impreso, tendría más capacidad para coaccionar voto con sus milicianos y crear fraudes para sembrar el caos con pedidos de recuento, como ocurrió con Trump.

Bolsonaro ninguneó a Marcelo Rebelo de Sousa e ignoró a la CPLP y la SEGIB. Les parecía poca cosa. Desprecia abierta y efectivamente África y sus vecinos hispanoamericanos. Para completar el panorama del horror, si otros gobiernos brasileños han alimentado indirectamente al evangelismo, el gobierno de Bolsonaro ha sido el primero de romper con la tradición católica y laica de Brasil, dando rienda suelta a un populismo religioso neopentecostal basado en diezmar económicamente a los pobres.

Lula da Silva venció a Jair Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de Brasil, con casi el 51% de los votos frente al 49%. Más de dos millones de votos de diferencia. Una jornada electoral donde la Policía de Tráfico intentó, con bloqueos en las carreteras, dificultar y retrasar el voto de los electores del Nordeste, región de fuerte simpatía por Lula. Tanto el Tribunal Supremo Electoral como el equipo de Lula evitaron responder a la provocación porque tenían confianza en que no iba a modificar decisivamente el resultado. Ahora llega el tiempo de la Justicia, que es lenta, pero implacable.

El bolsonarismo probablemente se reorganice en torno de la esposa de Bolsonaro o de su hijo Eduardo. Con un suelo electoral muy alto, el bolsonarismo tiene difícil -por no decir imposible- que se acerque a los niveles de voto de las últimas elecciones, siempre y cuando el Gobierno del PT lo haga bien. De momento, la “suerte” le sonríe a Lula. Su fórmula está funcionando política y económicamente. Ayer mismo le vimos anunciando que retoma las inversiones en la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (UNILA), una universidad bilingüe portugués-español.

Hoy Lula llamará a Pedro Sánchez para negociar el acuerdo Mercosur-UE, y creo, sinceramente, que es momento de que la UE ceda y retire el documento adjunto del Tratado, donde se establece unas clausulas basadas en una desconfianza ecológica sin tener en cuenta el contexto histórico entre el centro y la periferia de la economía mundial y las buenas perspectivas políticas que hay para Brasil.

Para España y Portugal, este Tratado de libre comercio entre la UE y el Mercosur es muy importante, porque además de los esfuerzos nacionales que hacen para acompañar las inversiones de las empresas ibéricas en tierras sudamericanas, es necesario un marco jurídico comercial más favorable para aumentar los intercambios y eso pasa necesariamente por Bruselas.

 

Pablo González Velasco

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