Cuando Lusitania era al-Andalus (II)

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La Lusitania islámica -cuyo concepto precisábamos en un artículo antecedente a éste- moriría entre finales del siglo IX e inicios del siglo X. El proceso fue lento. El emirato cordobés se sumía en una profunda crisis de todo orden y ello repercutió también en el occidente andalusí, más aún en una periferia de “lealtades imprecisas” -según expresión del historiador Eduardo Manzano-.

En efecto, Mérida, cuya complejidad social, cultural y política había producido multitud de agitaciones desde el mismo momento de la llegada árabe al poder, fue origen de una nueva y definitiva revuelta liderada por el muladí Ibn Marwan al-Yilliqi que tendría como consecuencia más significativa el traslado del eje político-militar y económico hacia Badajoz. A partir de entonces la civitas emeritense entraría en declive, sufriría despoblación, berberización, fin del culto cristiano a Santa Eulalia y se comprimiría su dimensión urbana. Todavía mantendría unas décadas su protagonismo administrativo, pero quedaba relegada a un segundo plano en la práctica. La extenuación de la antigua capital lusitana supuso también el fin de las reminiscencias clásicas de toda la región.

En el norte regional “lusitano”, enclaves como Coimbra, Egitania o Coria sucumbirían al dominio de Alfonso III de Asturias. Aparecerá entonces el condado de Coimbra (878), obispos egiditanos y caurienses firmarán documentos del reino cristiano (899) y en León una puerta se denominará “de Coria” (siglo X). Incluso ciudades otrora lusitanas como Salamanca, no pertenecientes al ámbito teórico de al-Andalus, serían ocupadas ahora de manera evidente por los asturleoneses (940). Évora, por su parte, sería saqueada, destruida y despoblada (913). También venía a menos el papel territorial de Beja. En cuestión de comunicaciones, es muy probable que la calzada de la Plata, columna vertebral de la Lusitania, quedase inutilizada al norte del Tajo por destrucción del puente de Alconétar. En resumen, se daba fin a una época -la emeritense- y empezaba otra -la badajocense-.

La fundación de Badajoz por Ibn Marwan hacia 875 -con asentamiento estable una década después- puede ser interpretada en clave lusitana. Emeritense y muladí, es decir, de raigambre hispana, al-Yilliqi (no traducir como “el galaico” sino como “el galaecio” -de Gallaecia-, tal vez por su estancia en el reino de Asturias durante algunos años) concebiría la nueva medina como heredera de Mérida, islámica y muladí, pero no árabe. Los Banu Marwan tejerían relaciones clientelares con otros muladíes de la región, como Sa’dun as-Surunbaqi, encargado de reconstruir y repoblar Évora después de su destrucción por Ordoño II, dejando clara su apuesta por elementos de tradición autóctona. Todo ello, sin embargo, no trascendería más allá de 930 cuando el recién proclamado califa Abd al-Rahman III conquistó Badajoz y terminó con la semiautonomía del occidente andalusí. Ese sería el acta de defunción de Lusitania.

Una serie de gobernadores serían designados desde Córdoba durante la década de 930 en ciudades como Trujillo, Mérida, Badajoz, Évora, Alcácer do Sal, Lisboa o Santarem. Esta presumida organización califal coincidía solo en una mínima parte con la organización que conocemos para la etapa antigua y tardoantigua de la Lusitania. Vemos en ello otra evidencia más del nuevo tiempo. La ciudad badajocense ejercería a partir de ahora el papel de capital de la región occidental de al-Andalus, con gobernadores militares árabes, no muladíes. Si el periodo emiral o emeritense se caracterizó por la pluralidad étnica, religiosa o lingüística, el califal o badajocense lo hará por una mayor uniformidad cultural en tanto que el mayor centralismo cordobés conllevó asimismo la intensificación de los procesos de islamización, arabización y sedentarización de la sociedad andalusí.

Pero, frente a todo pronóstico, casi un siglo después, Lusitania resucitó. Fue a comienzos del siglo XI, cuando el estallido de la fitna o guerra civil en el Califato de Córdoba provocó la división de al-Andalus en numerosas taifas -particiones-. Una de ellas resultó ser un ente geo-administrativo muy parecido al lusitano, la taifa de Badajoz (1013-1094), cuya extensión y vocación atlántica recuerda inevitablemente a la provincia de Lusitania. Da la casualidad que en el último cuarto del siglo X Almanzor había reintegrado bajo el orden andalusí a Coimbra, Egitania y Coria, estableciendo de nuevo el límite en el actual Duero portugués y en el Sistema Central extremeño, espacios que formaron parte del reino badajocense gobernado por los Aftásidas. Hacia el sur la frontera con la taifa de Sevilla se situó en torno a Beja tras largos años de conflicto.

La tierra dominada por Badajoz, no obstante, no permaneció inalterada durante mucho tiempo y pronto se fue restringiendo por su flanco norteño. El reino de León se apoderó de Lamego, Viseu y Coimbra entre 1057 y 1064, conquistó Coria en 1079 y consiguió la entrega de Santarem, Sintra y Lisboa en 1093, aunque no se haría efectiva esta última. En 1094 los almorávides terminaron con la vida del último rey de Badajoz y con la del menguado reino. Volvía a morir Lusitania, o su descendiente.

 

Juan Rebollo Bote

Lusitaniae – Guías-Historiadores

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