Donald Trump es un peligro para la humanidad. Que una persona caprichosa, megalómana e inestable esté al frente de la primera potencia mundial –bien, cada vez menos– es un riesgo que tenemos que conjurar. El único consuelo que nos queda es que, afortunadamente, cada día que pasa es uno menos que le queda para acabar su segundo mandato en la Casa Blanca.
Después de intentar quedarse con Groenlandia, anexionarse Canadá y requisar el canal de Panamá; permitir el genocidio de Gaza, promover un pacto estratégico con Rusia, vender Ucrania con la excusa de la paz, amenazar con la invasión de Venezuela, apadrinar a Javier Milei y desatar la «guerra de los aranceles» con China y medio mundo, ahora se ha obsesionado con otro de sus papus particulares: la Unión Europea.
A través del último informe de Estrategia Seguridad Nacional de Estados Unidos, que sintetiza su visión de la política exterior para restaurar la hegemonía mundial norteamericana, Donald Trump ataca directamente el modelo de Estado del bienestar del Viejo Continente, que necesita la emigración para mantener viva su pirámide demográfica. Según este informe, si las tendencias migratorias actuales continúan, «el continente será irreconocible de aquí a 20 años o menos» y asistiremos a la «desaparición de la civilización» europea.
Se tiene que ser memo para no reconocer cuál es la historia de Estados Unidos, basada en el exterminio de las poblaciones indígenas originarias y su sustitución por una avalancha migratoria procedente de Europa y, posteriormente, por la liberación de los esclavos africanos que trabajaban a las plantaciones. Con esta carta de presentación, resulta inaudito que el presidente Donald Trump pretenda imponer Estados Unidos como «modelo de civilización» que los europeos tenemos que copiar.
En cambio, la Unión Europea está basada sobre los principios de la paz entre enemigos de antaño y el progreso social para todo el mundo, como mejor antídoto para evitar nuevos estallidos de violencia: estas son las lecciones que nos dejaron las catastróficas guerras mundiales que devastaron el Viejo Continente durante el siglo XX y que hemos intentado superar, con éxito, en los últimos 80 años.
Para Donald Trump, los grandes problemas de la Unión Europea son también «la censura de la libertad de expresión y la supresión de la oposición política; la caída de las tasas de natalidad, y la pérdida de identidades nacionales». Son, de pe a pa, los argumentos de nuestra extrema-derecha, que conocemos tan bien.
¿De qué «libertad de expresión» habla Donald Trump? ¿De los medios de comunicación norteamericanos, cada vez más controlados financieramente por sus amigos multimillonarios, como pasa con The Washington Post, The Wall Street Journal, las cadenas CBS y Fox News o las plataformas más utilizadas (Facebook, Instagram, WhatsApp) y que ahora quieren hacerse con la propiedad de Netflix? ¿De las demandas judiciales con petición de indemnizaciones estratosféricas que el presidente de Estados Unidos presenta contra los diarios y TV que osan difundir informaciones que no le complacen? ¿Al trato desconsiderado que tiene con los periodistas que le formulan preguntas que le resultan incómodas? ¿En la red social X, propiedad de su amigo milmillonario Elon Musk, gran motor de expansión, a través de los perversos algoritmos, de las fake news y de las ideas fascistas? ¿A las presiones directas a medios de comunicación para que despidan a los periodistas o comentaristas que le cantan las cuarenta?
Desde que volvió a la Casa Blanca, se calcula que la fortuna de Donald Trump se ha incrementado en 3.000 millones de dólares, pasando de 4.300 millones de dólares a 7.300 millones. El presidente norteamericano no tiene ningún escrúpulo a la hora de mezclar el ejercicio público de su cargo con sus negocios e intereses personales y supedita muchas sus decisiones al beneficio que puedan sacar él, su familia y sus amigos.
En cualquier país democrático europeo, un comportamiento amoral de su presidente como el que tiene Donald Trump sería motivo de un colosal escándalo público que forzaría su fulminante destitución, primero en las calles y después en las urnas. En China, ya lo habrían juzgado y fusilado por corrupción. Pero el régimen de terror interno que Donald Trump ha implantado en Estados Unidos hace que la crítica, la oposición y la disidencia sean cada vez más difíciles, abocando el país a la confrontación civil, como ya se está viendo en muchas ciudades norteamericanas.
«Queremos que Europa continúe siendo europea, que recupere la confianza en sí misma como civilización y que abandone su fallido enfoque en la asfixia regulatoria», afirma el documento. Y concluye: el objetivo de Estados Unidos «tendría que ser ayudar Europa a corregir su trayectoria actual«.
Donald Trump apoya, sin manías, a los partidos y líderes de extrema-derecha que promueven la división y la implosión de las instituciones comunitarias europeas. Esto forma parte de su estrategia de dominar fácilmente el Viejo Continente a través de derrocar el edificio de la Unión Europea (UE) y convertir las naciones que formamos parte de ella en pequeñas colonias económicas y políticas al servicio de sus delirios imperiales.
Pero Donald Trump se equivoca. Los europeos tenemos memoria, sabemos de dónde venimos y también tenemos claro hacia dónde queremos ir. Rechazamos la guerra, condenamos la agresión de Rusia contra Ucrania o de Israel contra el pueblo palestino y ayudamos a las víctimas; queremos más fraternidad y colaboración entre los 27 estados miembros de la UE, no solo económica, sino también política; queremos más Estado del bienestar para incorporar a los emigrantes trabajadores para que prosperen; queremos ampliar nuestro ámbito geopolítico y geoeconómico, con la adhesión negociada de nuevos países que se quieren añadir al proyecto europeo, empezando por Ucrania; queremos fortalecer nuestro modelo de civilización, que promueve la paz, la lucha contra las desigualdades sociales, la defensa de los servicios públicos (educación, sanidad, pensiones…) y queremos el diálogo armonioso con todos los pueblos del planeta para ayudar a construir una humanidad de 8.000 millones de personas que vivamos con dignidad, sin violencia, sin angustias materiales y sin injusticias.
Trabajamos y trabajaremos hasta el último aliento para conseguirlo. Después de leer la Estrategia de Seguridad Nacional de Estados Unidos, una conclusión: en todo caso, tiene que ser la Unión Europea quien ayude a los norteamericanos a combatir y a derrotar la deriva fascista y belicosa de Donald Trump. Los últimos resultados electorales locales, con las históricas victorias de los demócratas Zohran Mamdani en Nueva York y Eileen Higgins en Miami, nos señalan que la resistencia contra este déspota ególatra está viva y es firme.
Jaume Reixach


